El texto – como tantas veces – resulta conmovedor en su sencillez. Dios – en contra de lo que afirmarían algunos vendedores de autoayuda y prosperidad - no promete que nuestra vida no pasará por dificultades o que se verá exenta de tribulaciones. En este mundo, por el contrario, es más que posible que unas y otras aparezcan y que tengan una magnitud semejante a la de las montañas que se desplazan de su lugar o a los collados que se estremecen. Se trata de visiones ambas, desde luego, nada tranquilizadoras. Así, hay que reconocerlo. Sin embargo, aunque parezca que lo más sólido – las montañas – se ve desarraigado y sacudido, Dios seguirá dispensándonos Su misericordia y el pacto por el que nos promete “una paz que el mundo no da” (Juan 14, 27) – paz, cuántos crímenes se cometen en tu nombre – no se romperá. Misericordia y paz sobre nuestro corazón. No hay compañía de seguros, ni ejército, ni gobierno que puedan garantizar cosa semejante. El Señor, sí.