Cuando muchos leen lo de ganancias mal obtenidas tienden a pensar en el atraco o en el tráfico de drogas. Parte de verdad tienen, pero no toda. La ganancia mal obtenida es toda aquella por la que se ha pagado en exceso renunciando, por ejemplo, a cosas esenciales. Dudo yo mucho que merezca la pena tener la propiedad de un inmueble o ascender en la escala social si el precio es no estar con los seres amados, no ver crecer a los hijos, no ayudar al prójimo o no disfrutar del tiempo de contacto con Dios. Algo se obtiene - ¡faltaba más! – e incluso puede ser de la manera más honrada, pero el coste es salvaje. Tanto que difícilmente se puede decir que aproveche.
La antítesis de eso es la rectitud. Que nos salva de la muerte puede interpretarse en el sentido de la muerte eterna – seguramente con toda la razón del mundo – pero también incluye esa forma de vivir que implica, en realidad, una forma de muerte. Vivir sobre la base de mentir al prójimo, de embaucar a los demás, de privarse de los afectos para obtener logros materiales, de orillar lo que verdaderamente importa es morir. La rectitud es la que salva de esa muerte.