Quizá sea por mi afición a la lectura de Pablo – del que escribí un libro que ganó un premio de biografía – pero la gente que vive sin trabajar y mantenida por otros siempre me ha resultado muy cargante. Es obvio que los niños, los jubilados o los dependientes son excepciones que deberíamos asumir con gusto. Criaturas que deben formarse, personas que ya han entregado todo a la sociedad o conciudadanos que no pueden valerse por si mismos deberían esperar que los sostuviéramos. Sin embargo, no creo que debamos ir ni un milímetro más allá. De hecho, reconozco que pocas situaciones me repugnan más que ver a un funcionario mano sobre mano o a un empleado público prolongando el tiempo del cafelito. Precisamente por eso, me siento especialmente incómodo con lo que sucede desde la formación de las cámaras. Durante estos meses, los señores legisladores no han dado apenas un palo al agua. Hemos tenido algunas sesiones de investidura que sabíamos cómo iban a terminar, ciertos miembros del congreso han aparecido en los medios de comunicación repitiendo las mismas monsergas e incluso la totalidad ha votado algunas veces. Como además el gobierno está en funciones ni siquiera han tenido que molestarse en ejercer el preceptivo control del legislativo sobre el ejecutivo. Por supuesto, durante estos meses en que la actividad no se ha caracterizado precisamente por ser frenética, todos ellos han cobrado sus salarios, complementos, dietas y emolumentos varios que se han adjudicado por ley. Dado que los privilegios de los legisladores no son escasos; dado que superan en materia de desempleo y de pensiones a los de sus conciudadanos aunque estos hayan trabajado más y durante más años; dado que todos sus beneficios los costean los contribuyentes, me permito formular una pregunta: ¿este mes tienen intención de trabajar o lo van a dedicar a la holganza general cuya única excepción es la de unos portavoces que acusan siempre al otro de la situación actual? Yo comprendo que no pocos de ellos estarán encantados en esta situación en la que ni cenamos ni se muere padre, pero el que no trabaja no debería comer.