Jueves, 18 de Abril de 2024

San Pancracio, salud, pan y trabajo

Martes, 2 de Septiembre de 2014

Fue en la década de los sesenta, la dorada del franquismo y la añorada por tantos aunque sólo sea porque éramos más jóvenes y algunos incluso niños. Sonó el timbre, mi madre salió a abrir y en la puerta de casa se pudo ver a un señor con una cartera - ¿iba acompañado de un niño o eso fue en otro caso? – que sonreía. No recuerdo muy bien qué frases dirigió a mi madre, pero nunca olvidaré cómo aquel hombre hizo una referencia a que lo que todas las familias necesitan es “la salud, el pan y el trabajo”.

​ La riqueza no era deseable – señaló – pero la salud… ¡y el trabajo! Mi madre asintió y entonces el hombre le dijo llevándose la mano a una cartera: “Y eso se lo trae san Pancracio. San Pancracio, salud, pan y trabajo”. Y, voilá, ante nuestros ojos apareció una imagen pequeña de un adolescente vestido como los romanos de los péplums. “Tener a san Pancracio en su casa”, prosiguió el hombre, “le asegura para usted y los suyos: Salud, pan y trabajo”. Como era de prever, mi madre se quedó con la imagen que provocaba aquellos prodigios. Estoy convencido de que no fue la única.

Se había consumado ya la transacción – no recuerdo el precio de la imagen – cuando apareció mi abuela y preguntó el por qué de haber comprado a un santo que no conocía nadie. No era exacto, pero la verdad es que san Pancracio no era muy popular a la sazón. Casi mejor, porque si alguien hubiera sabido algo de su historial – no me atrevo a decir si real o imaginaria – se habría preguntado qué tenía que ver con la salud, el pan y el trabajo porque no existe ni rastro de esa conexión. Eso sí, San Pancracio rima, aunque sea irregularmente, con salud, pan y trabajo.

Ignoro quién decidió fabricar aquellas imágenes y venderlas por las casas, pero éxito comercial tuvo. Ya había pasado la época en que te dejaban una imagen en casa – Garci lo relata magníficamente en su Tiovivo c. 1950 - y te cobraban un pequeño estipendio se supone que por los favores que pudiera concederte mientras se quedaba allí. En aquella época, las Vírgenes iban en cabeza aunque se produjo alguna controversia como la relacionada con la Virgen de Fátima porque algunos españoles consideraban que siempre mejor una Virgen nacional que no una portuguesa.

La imagen de san Pancracio anduvo años por casa hasta que, obedeciendo el mandato de no hacer imágenes ni rendirles culto, desapareció. A esas alturas, en España, lo de la salud, la paz y el trabajo debía parecer poco y a alguno se le había ocurrido que ponerle perejil a la imagen tenía excelentes repercusiones en el terreno de los juegos de azar. Los bares se llenaron entonces de ejemplares de la imagen por supuesto con el verde ramillete.

¿Qué se puede esperar de un pueblo que cree que si se dirige a un pedazo de madera o un trozo de yeso – en contra de lo establecido por la Biblia – tendrá salud, paz y trabajo e incluso le tocará la lotería? Pues, seguramente, que se incline también ante las fuerzas que le prometen lo mismo. A fin de cuentas, los políticos – a diferencia de las imágenes – ven y hablan. Al final, muchas cosas se entienden con bastante facilidad cuando se ahonda en nuestra Historia, esa Historia que tantos quieren que no se conozca.

Se diga lo que se diga si esto no es idolatría semejante a la que he visto en la India con imágenes de Ganesha o con Budas sonrientes en otros lugares de Extremo Oriente que venga Dios – el verdadero, el que prohibió el uso de las imágenes - y lo vea. Alguno dirá que es un mal uso de la imagen, pero no estoy dispuesto a dejarme engañar por ese sofisma. Esa idolatría – no se le puede dar otro nombre – es directamente impulsada por la jerarquía porque permite mantener un cierto lazo con el pueblo al que se desea sometido espiritual, política, social y materialmente. La prueba está en que, a pesar de su profusión, aún está por ver que la conferencia episcopal se pronuncie sobre esa acción entre lo ridículo y lo bochornoso de colocar perejil a una imagen para acertar las quinielas o el número de la lotería. Se dirá que no se meten en esas cosas. Falso. Cuando les interesa se meten en todo. Yo recuerdo una declaración episcopal contra la televisión porque en un debate permitió la presencia de Susana Estrada – que no era, ciertamente, la casta Susana, pero tampoco se dedicaba a aprovechar una posición eclesiástica para abusar de niños – y otra muy divertida en que se arremetía contra Farmacia de guardia porque los protagonistas eran un matrimonio divorciado. Bien es verdad que ni la Estrada, ni Carlos Larrañaga ni Concha Cuetos podían ser instrumentalizadas en la sumisión al sistema eclesiástico y la imagen de San Pancracio, con perejil o sin él, servía para ese fin. Todo esto me hace recordar el mensaje de Dios que el profeta Isaías (c. 44) en un momento de crisis nacional transmitía:

“9 Los fabricantes de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más valioso de ellos no sirve de nada. Ellos mismos son testigos de su confusión, de que las imágenes ni ven ni entienden. 10 ¿Quién fabricó un dios o fundió una imagen que de nada sirve? 11 He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres. Todos ellos se reunirán, se presentarán, se quedarán asombrados y, unánimemente, se verán avergonzados. 12 El herrero echa mano de la tenaza, trabaja en las ascuas, le da forma con los martillos, y va modelando con la fuerza de su brazo. Después le da hambre, y le faltan las fuerzas. No bebe agua y se desmaya. 13 El carpintero coloca la regla, hace señales con almagre, pule con los cepillos, le da forma con el compás, lo hace con forma de varón, a semejanza de un hombre atractivo, para tenerlo en casa. 14 Corta cedros, y echa mano del ciprés y de la encina que crecen entre los árboles del bosque, planta pino, para que crezca con la lluvia. 15 De él se sirve luego el hombre para hacer un fuego, y de ellos echa mano para calentarse. También enciende el horno, y cuece panes; por añadidura, se hace un dios, y le rinde culto; fabrica una imagen y se arrodilla ante ella. 16 Una parte del leño la quema en el fuego; con otra parte, come carne, prepara un asado y se queda satisfecho. Luego se calienta, y dice: Ya me he calentado, he visto el fuego; 17 y con el material que resta hizo un dios, una imagen para si. Se postra delante de ella, la adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi dios eres tú. 18 No saben ni entienden; porque sus ojos están cerrados para que no vean, y su corazón para que no entiendan. 19 No piensa en su interior. Carece de sensatez y entendimiento para decir: “Una parte de esto la quemé en el fuego, y sobre sus brasas cocí pan, asé carne, y comí. ¿Cómo voy a hacer del resto una abominación? ¿Cómo me voy a inclinar delante de un tronco de árbol? 20 De ceniza se alimenta. Su corazón, que está engañado, lo extravía, para que no libre su alma, ni diga: ¿Acaso no es una pura mentira lo que tengo en mi mano derecha?”

No hay que decir que suscribo totalmente lo dicho por el profeta Isaías. A la vez, vuelvo a formularme la terrible pregunta: : ¿qué puede esperar un pueblo que cree que si se dirige a un pedazo de madera o un trozo de yeso – en contra de lo establecido por la Biblia – tendrá salud, paz y trabajo e incluso le tocará la lotería?

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