Si algo quedó de manifiesto en esos cuarenta años fue que Dios era fiel hasta extremos difíciles de imaginar, pero que el pueblo lo mismo era capaz de inclinarse ante el becerro de oro – terrible pecado de idolatría – que de desear regresar a una esclavitud en Egipto de la que, precisamente, había sido liberado. No debería sorprender que, al fin y a la postre, de aquella generación que salió de Egipto nadie – salvo dos – entrara en la Tierra de Canaán y no sorprende porque la incredulidad, el materialismo, la amargura y la idolatría pesaron más que la fe confiada en el único Dios verdadero que no puede ser representado y que no tolera que se rinda culto a ningún otro ser.
Quizá por eso me gusta especialmente este negro espiritual. Se lo incluyo en dos versiones. Una, la de la orquesta Dixieland de Belgrado y la otra – mi preferida – con el concurso incomparable de una iglesia negra americana y de Burt Lancaster quizá en su única intervención musical en el cine.
Les decía antes que amo muy especialmente esta canción que afirma que voy de camino hacia la tierra de Canaán y aunque el camino es una subida difícil y el Diablo acecha, yo lo sigo para poder disfrutar de las promesas de Dios. No sólo eso. Oro y a la vez combato al Diablo. Me consta que el ascenso espiritual es muy difícil, pero, a la vez, también sé que la libertad del espíritu no la gané sino que Dios me la regaló en la persona de su mesías. Por eso ni pienso volver atrás a la servidumbre, ni voy malbaratar la libertad ni tampoco tengo la menor intención de quedarme a mitad del sendero. Sigo día a día en ese camino que lleva a algo mucho más preciado que la Tierra de Canaán en la seguridad de que alcanzaré la meta no por mi sino por aquel en quien he creído. Es lo mismo que deseo para ustedes. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
La orquesta Dixieland de Belgrado en una notable interpretación.
Aquí Burt Lancaster en el papel que le valió un más que merecido oscar.