Ocasionalmente, se han mencionado posibles antecedentes medievales que habían descrito el cuerpo de Cristo, pero la verdad es que no pasan de ser especulaciones. En 1656, Johann Crüger lo incluyó en un himnario y, a partir de entonces, el texto no dejaría de formar parte de colecciones de himnos sagrados. Incluso Juan Sebastian Bach lo convertiría en una de sus piezas más conocidas.
El himno no cae en el tremendismo propio de la Edad Media y todavía más del Barroco, sino que reflexiona de manera conmovedora en el coste de la redención. Posiblemente, bastaría con contemplar el rostro de Jesús para comprender no pocas lecciones de teología. Que un inocente muriera sin culpa, que al sufrimiento físico se sumara el espiritual, que así tuviera que ser porque sólo alguien como Jesús podía expiar los pecados son algunas de las conclusiones a las que habríamos llegado si hubiéramos podido contemplar aquella cabeza ensangrentada. Frente a ella, en realidad, sólo caben dos opciones: el rechazo o la sumisión. El rechazo lo protagonizaron aquellos que veían a Jesús clavado en la cruz o el ladrón que se burlaba de él; la sumisión estuvo en aquellos que comprendieron que el perdón del pecado exigía el sacrificio de aquel que no tenía culpa alguna, comprendieron sus culpas y sus pecados y suplicaron, como el ladrón arrepentido, que los recordaran cuando estuviera en su Reino. Eso es precisamente lo que se desprende de este conmovedor himno.
Les incluyo dos versiones corales – la segunda del coro anglicano del King´s College de Cambridge – una más pop de Selah – aunque, a mi juicio, muy buena – y una cuarta en español. Espero que reflexionen sobre el contenido de la canción y que la disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí va esta versión coral