Como ya señalamos antes, Pablo escribió esta carta mientras se encontraba en Nicópolis y esperaba la llegada de Tito (3, 12). Era un hombre consciente de que no podía quedarle mucho tiempo por delante – una circunstancia que explica el carácter organizativo de estas últimas cartas – pero que aún se encontraba en una situación de libre actividad. En su último escrito, la segunda carta a Timoteo, la situación había cambiado radicalmente. No sólo se encontraba en prisión, sino que además era consciente de que sus días estaban contados. Ese Pablo de las últimas horas es un hombre sereno y tranquilo, incluso sosegadamente triunfal. La razón de esa actitud procede de su profunda confianza en Dios:
7 Porque no nos ha dado Dios un espíritu de temor, sino uno de fortaleza, de amor y de dominio propio. 8 Por tanto no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo; por el contrario, participa en las aflicciones del evangelio según el poder de Dios, 9 el cual nos salvó y nos llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según su propósito y su gracia, que nos fue dada en el mesías Jesús antes de los tiempos de los siglos,10 y ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesús el mesías, que quitó la muerte, y sacó a la luz la vida y la inmortalidad mediante el evangelio; 11 del cual yo he sido nombrado predicador, y apóstol, y maestro de los gentiles. 12 Por lo cual igualmente padezco esto, pero no me avergüenzo; porque yo sé en quien he creído, y estoy seguro de que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.
(2 Timoteo 1, 7-12)
Pablo había sido abandonado por todos a excepción de la casa de Onesíforo (1, 15 ss), pero no se sentía desanimado por ello. Por el contrario, insta a Timoteo a comportarse como un soldado del mesías, como un atleta noble y esforzado, como un labrador laborioso (2, 1-6). Para conseguirlo, debe recordar el ejemplo de Jesús, por el que Pablo estaba encarcelado (2, 8-13) y no enredarse en vanas especulaciones que distraigan de lo esencial, la vida nueva vivida a la luz de la enseñanza del mesías (2, 14-24). Por supuesto, Pablo era consciente de que la sociedad en la que vivían estaría repleta de “hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, desprovistos de piedad, carentes de afecto, desleales, calumniadores, desprovistos de moderación, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, irreflexivos, hinchados de orgullo, amantes de los deleites más que de Dios; con una apariencia de piedad, pero negando su eficacia de ella” (3, 1-5). Sobre ese trasfondo, no resultaría extraño ver a gente que “entra por las casas, y lleva cautivas a mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias; que siempre aprenden, y que nunca terminan de llegar al conocimiento de la verdad” (3, 6-7). Sin embargo, a pesar de todo, no había que caer nunca en el desánimo. Al fin y a la postre, la gente de esas características no podría prevalecer (3, 9).
Tampoco Timoteo debería sentirse abatido. Era sabido que “todos los que quieren vivir piadosamente en el mesías sufrirán persecución” (3, 12), pero el destino de los malos, un destino marcado por engañar y ser engañados, sería mucho peor (3, 13). Para enfrentarse a esa situación, Timoteo debería aferrarse a la enseñanza de las Escrituras:
14 Tu, sin embargo, persevera en lo que has aprendido y en aquello de lo que te convenciste, sabiendo de quién has aprendido; 15 y que desde la niñez has conocido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe en el mesías Jesús. 16 Toda Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para refutar, para corregir, para instruir en justicia, 17 a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, instruído de manera completa para toda buena obra.
(2 Timoteo 3, 14-17)
Al final de su vida, el apóstol era plenamente consciente del baluarte que serviría para que la iglesia no se apartara del camino de la verdad. No era otro que las Escrituras, aquellas Escrituras donde se enseñaba que la salvación no era fruto del mérito personal sino de la fe en el mesías. No deja de ser enormemente significativo que en este pasaje redactado al filo de partir de este mundo, Pablo recogiera los tres solo de la Reforma del siglo XVI. Sólo la Biblia podría enseñar a Timoteo a ser salvo sólo por fe y sólo mediante una fe en Cristo.
No era menos consciente Pablo de su enorme soledad. Ciertamente, algunos hermanos de Roma le respaldaban (4, 21), pero no podía decirse lo mismo de sus colaboradores. Demas, hasta poco antes un colaborador fiel (Colosenses 4, 14, Filemón 24), le había abandonado “amando este mundo”, quizá una referencia a que no había podido soportar las presiones derivadas de respaldar al detenido. Crescente se hallaba en Galacia y Tito en Dalmacia. A Tíquico lo había envíado a Éfeso. Erasto se había quedado en Corinto y Trófimo seguía enfermo en Mileto. También Aquila, Priscila y la casa de Onesíforo se hallaban lejos, aunque, al parecer, cerca de Timoteo (4, 19). De sus colaboradores acostumbrados únicamente Lucas se encontraba a su lado (4, 11) lo que, quizá, explica el estilo parecido de los Hechos y de algunos pasajes de las pastorales. No resultaría extraño que el médico le hubiera ayudado en la tarea de poner escrito aquellas últimas instrucciones.
Pablo se encontraba en una situación de clara necesidad material hasta el punto de que, como ya vimos, ruega a Timoteo que le lleve el abrigo y los libros que había dejado en Troas, en casa de Carpo (4, 13). Sin embargo, a pesar de todo, deseaba apurar hasta el último momento de su vida en la labor que le había dado sentido desde el momento de su conversión. Por ello, agradecería a Timoteo que viniera a verle y que se trajera a Marcos para que le ayudara en el ministerio (4, 11). Cuando éste concluyera – e iba a ser muy pronto – era consciente de lo que le esperaba.