La carta a Tito presenta – y es lógico que así sea – considerables paralelos con la primera dirigida a Timoteo. También a Tito, le da Pablo instrucciones sobre los requisitos que han de tener los obispos. Sustancialmente, son los mismos desde la referencia a la esposa de los obispos y el cuidado de sus hijos (1, 5-6) al catálogo de virtudes que debían adornarlos (1, 7 ss). También, como en el caso de la epístola anterior, Pablo da instrucciones sobre la manera en que debía ocuparse Tito de los ancianos (2, 1-5), de los jóvenes (2, 6-8), de los siervos (2, 9-10). El apóstol apela, como era habitual en él, a la necesidad de vivir de acuerdo con una nueva perspectiva centrada en la espera del regreso de Jesús el mesías, al que califica como “nuestro Señor y Salvador” en uno de los textos de mayor potencia cristológica del Nuevo Testamento (Tito 2, 13):
12 ... renunciando a la impiedad y a los deseos propios de este mundo, vivamos en este siglo de manera sobria, justa y piadosa 13 aguardando la esperanza bienaventurada, y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesús el mesías, 14 el cual se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, entregado a realizar buenas obras. 15 Esto habla y exhorta, y reprende con toda autoridad. Que nadie te desprecie.
(Tito 2, 12-15)
Sin embargo, la razón última para llevar una nueva vida no era para Pablo – como lo es para algunas sectas milenaristas contemporáneas - el anuncio de que Jesús regresaría otra vez. Por el contrario, esa existencia vivida desde una perspectiva bien diferente de la sociedad que nos rodea se enraizaba en el regalo de la salvación. Como había señalado en sus cartas a los gálatas, a los romanos, a los efesios o a los filipenses, la salvación no era algo que el ser humano adquiriera por sus obras o méritos. Por el contrario, era un regalo de Dios que se podía rechazar o aceptar a través de la fe. Un don de esas características – clara manifestación del amor de Dios en Jesús – era lo que fundamentaba e impulsaba una nueva forma de vivir no menos anticultura en el s. I de lo que pueda serlo en el s. XXI:
3 Porque también éramos nosotros necios en otro tiempo, rebeldes, extraviados, entregados al servicio de deseos y deleites diversos, viviendo en malicia y en envidia, dignos de aborrecimiento y aborreciéndonos los unos a los otros. 4 Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, 5 no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia nos salvó, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación del Espíritu Santo; 6 que derramó en nosotros abundantemente por medio de Jesús el mesías, nuestro Salvador, 7 para que, justificados por su gracia, nos convirtamos en herederos según la esperanza de la vida eterna.
(Tito 3, 3-7)
Como ya señalamos antes, Pablo escribió esta carta mientras se encontraba en Nicópolis y esperaba la llegada de Tito (3, 12). Era un hombre consciente de que no podía quedarle mucho tiempo por delante – una circunstancia que explica el carácter organizativo de estas últimas cartas – pero que aún se encontraba en una situación de libre actividad.
CONTINUARÁ