Tras una prolongada discusión - en la que parece que no se llegó a una solución definitiva (Hch 15, 7) - Pedro optó por volcar su autoridad en favor de una postura que afirmaba la idea de la salvación por la fe y que insistía no sólo en la inutilidad de obligar a los gentiles a guardar la ley y ser circuncidados sino también en la imposibilidad de guardar ésta de una manera total (Hch 15, 10):
5 Mas algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se alzaron, diciendo: Resulta necesario circuncidarlos, y ordenarles que guarden la ley de Moisés. 6 Y se reunieron los apóstoles y los ancianos para ocuparse de este asunto. 7 Y, al tener lugar una gran discusión, se levantó Pedro y les dijo: Hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo Dios escogió que los Gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio, y creyesen. 8 Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, otorgándoles el Espíritu Santo al igual que a nosotros; 9 Y no hizo ninguna diferencia entre nosotros y ellos, purificando sus corazones con la fe.10 Ahora pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo, que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? 11 Por el contrario, creemos que nos salvaremos por la gracia del Señor Jesús, igual que ellos. 12 Entonces toda la multitud calló...
(Hechos 15, 5-12)
La intervención de Pedro venía a recoger la esencia del Evangelio predicado por Jesús, por sus discípulos y, al fin y a la postre, por Pablo. La salvación jamás puede ser obtenida por las obras. Es un regalo de Dios, absolutamente inmerecido, como Pedro había escuchado docenas de veces, enseñar a su Maestro. La misma ley de Moisés si muestra algo es precisamente la incapacidad del ser humano para cumplir sus exigencias. Hasta los judíos más piadosos lo sabían si tenían la suficiente humildad como para ver las cosas de manera adecuada. El argumento – que hemos visto en la carta a los Gálatas de Pablo – no podía ser más coherente. Cualquiera que contempla con seriedad la ley de Dios descubre no que la pueda cumplir sino que su cumplimiento es imposible, que jamás la salvación puede derivar de su obediencia, que la salvación sólo puede ser fruto de la acción misericordiosa y compasiva de Dios, como Jesús narró en las parábolas de la oveja perdida, de la moneda extraviada o del hijo pródigo (Lucas 15). Cualquier acción o enseñanza que se desviara de esa acción chocaba totalmente con la esencia del Evangelio. Por lo tanto, ¿cómo iba pues a Imponerse ese yugo a los gentiles? El impacto del razonamiento de Pedro debió resultar decisivo y buena prueba de ello es que el texto occidental señala en la variante de Hch 15, 12 que “todos los ancianos consintieron a las palabras de Pedro”. La fuente lucana no vuelve a mencionar a este personaje [1], pero como ha señalado M. Hengel [2] “la legitimación de la misión a los gentiles es virtualmente la última obra de Pedro”. La intervención petrina resultó un magnífico introito para que Pablo y Bernabé relataran los éxitos del primer viaje misionero entre los gentiles (Hch 15, 12). Poco puede dudarse de que sus palabras venían a corroborar lo que había sido un discurso contundente. Eran los hechos que remachaban la fe.
CONTINUARÁ
[1] O. Cullmann, Peter: Disciple-Apostle-Martyr, Londres, 1953, p. 50, ha señalado la
posibilidad de que Pedro hubiera interrumpido momentáneamente su actividad misionera entre la Diáspora para intervenir en el concilio. C. P. Thiede, Simon Peter, Grand Rapids, 1988, pgs. 158 y ss, ha señalado incluso que Pedro podría haberse enterado de la situación a través de Marcos que ya habría abandonado a Pablo y Bernabé (Hechos 13, 13). Ambas tesis cuentan con bastante posibilidad de ser ciertas pero no puede afirmarse de manera categórica.
[2] M. Hengel, Acts…, p. 125.