Tal y como era habitual en él, Pablo se mantuvo durante su estancia en Corinto gracias al oficio familiar, es decir, confeccionando tiendas de campaña. Fue así como se encontró con un matrimonio judío – Aquila y Priscila – que practicaban la misma ocupación y con los que se quedó. La pareja había tenido que abandonar Roma como consecuencia de la disposición del emperador Claudio que expulsaba de la capital a todos los judíos. Durante aquellas largas horas de trabajo en común, Pablo debió de testificarles acerca del mesías Jesús porque lo cierto es que Aquila y Priscila abrazaron el Evangelio y con posterioridad se convertirían en dos de los colaboradores más apreciados del apóstol.
Pablo tuvo aún que esperar un tiempo a que Silas y Timoteo se reunieran con él procedentes de Macedonia, pero durante ese tiempo no se entregó al ocio en lo que a su actividad misionera se refiere. Tal y como era su costumbre, comenzó a visitar la sinagoga para persuadir a los judíos y a los prosélitos de que Jesús era el mesías (Hechos 18, 1-4). De hecho, cuando Silas y Timoteo llegaron a Corinto el ambiente ya estaba tan cargado que Pablo había decidido apartarse de los judíos y dedicarse a evangelizar a los temerosos de Dios (Hechos 18, 5-6).
No resulta poco habitual que un predicador que obtiene poco eco acabe adaptando sus predicaciones a su auditorio en la esperanza de obtener resultados más vistosos. Semejante acomodamiento no pocas veces se traduce en el compromiso con principios de una enorme relevancia. Pablo hizo todo lo contrario. En Corinto, decidió centrar su predicación, única y exclusivamente, en “Jesús el mesías y éste, crucificado” (I Corintios 2, 2). Era perfectamente consciente de que en el ambiente de Corinto la referencia al crucificado era una locura y tampoco se le escapaba que aquella interpretación del mesías no era bien recibida. Sin embargo, para él resultaba obvio que ése era el corazón del Evangelio. Dios había decidido salvar a los hombres - que eran incapaces de obtener la salvación por sus propias obras (Gálatas 2, 21) – a través de la indispensable muerte del mesías. De aceptar a través de la fe ese sacrificio expiatorio dependía la salvación o la condenación, y en esa proclamación centró Pablo sus predicaciones.
Los resultados, por sorprendente que pudiera resultar, fueron buenos. Entre los nuevos conversos se encontraron Titio Justo, un temeroso de Dios, que vivía al lado de la sinagoga, pero también Crispo, el jefe de la sinagoga. Es muy posible que Titio Justo fuera el Cayo (o Gayo) al que hace referencia Pablo en Romanos 16, 23. De ser así, su nombre completo sería Cayo Titio Justo y nos encontraríamos ante un ciudadano romano [4]. Tanto Crispo como Cayo, junto a un tal Estéfanas, son mencionados por Pablo como los primeros conversos de Acaya (Romanos 16, 23) – un dato que coincide con la fuente lucana como hemos visto - a los que además habría bautizado personalmente (I Corintios 1, 15 ss, ver también 16, 15). Este último dato resulta de cierto interés ya que Pablo indica que no bautizó después a ninguno de los conversos. Tal tarea debió recaer entonces en Silas y Timoteo. ¿A qué se debía que Pablo entregara la tarea de bautizar a sus colaboradores y no la realizara él mismo salvo en algunos casos excepcionales? No lo sabemos a ciencia cierta, pero cabe la posibilidad de que fuera una manera de proporcionar a sus colaboradores una señal de autoridad ante los nuevos conversos.
Silas y Timoteo traían consigo una ofrenda de los creyentes de Macedonia que difícilmente pudo resultar más oportuna ya que permitió a Pablo abandonar la confección de tiendas de campaña y dedicarse a predicar y a evangelizar a tiempo completo (II Corintios 11, 9). La posibilidad de dedicarse exclusivamente a su labor apostólica y el cobijo para las reuniones que proporcionaba la casa de Justo constituían magníficas circunstancias que debieron compensar a Pablo del agitado estado de ánimo con que había llegado a Corinto. Por si fuera poco, en aquellos días fue objeto de una experiencia singular:
9 Entonces el Señor, una noche, le dijo a Pablo en una visión: No temas, sino continua hablando, y no te calles: 10 porque yo estoy contigo, y nadie podrá hacerte daño; porque yo tengo un pueblo numeroso en esta ciudad (Hechos 18, 9-10).
Aquella experiencia debió provocar un impacto considerable en el apóstol porque no sólo siguió en Corinto, sino que permaneció en la ciudad un año y medio, un periodo de tiempo muy superior al que había dedicado a cualquiera de los puntos de misión anteriores (Hechos 18, 11). Los resultados fueron verdaderamente prometedores. Entre los que abrazaron el Evangelio se encontraba un tal Erasto. Lucas lo menciona como uno de los amigos de Pablo que lo ayudaron en su labor evangelizadora (Hechos 19, 22) y lo mismo señala el apóstol (Romanos 16, 23; II Timoteo 4, 20). De Erasto sabemos que desempeñaba el puesto de tesorero de la ciudad, un cargo que es denominado en griego oikonomos y en latín arcarius. El 15 de abril de 1929, una expedición arqueológica de la American School en Atenas descubrió en Corinto una inscripción latina que podía traducirse “Erasto, en consideración a su cargo de edil, puso el pavimento a sus expensas”. La pieza en cuestión debió ser colocada durante la segunda mitad del s. I y se retiró cuando el pavimento fue reparado en torno al 150 d. de C.. Es muy probable que este Erasto sea el amigo de Pablo que era tesorero de la ciudad en el año 57 d. de C. De ser así, debió hacerlo tan bien que unos veinte años después fue promovido al cargo de edil y decidió dejar huella de su nombramiento poniendo a su cargo el pavimento de la ciudad.
Sin embargo, no todo resultó fácil para Pablo y sus colaboradores. El éxito de la predicación – como había sucedido en Tesalónica o en Filipos – acabó provocando la oposición de la comunidad judía. A fin de cuentas, no resulta extraño que no pudiera ver con buenos ojos que buen número de los temerosos de Dios y judíos tan relevantes como el jefe de la sinagoga aceptaran aquella interpretación peculiar de que el mesías no sólo era el siervo sufriente de Isaías 53, sino que además ya se había manifestado en Jesús. Como en casos anteriores, decidieron abortar la obra de Pablo y sus colaboradores y para ello recurrieron a las autoridades romanas. El resultado de este episodio tendría una trascendencia que trascendería los límites de Corinto y se extendería a lo largo de varios años.
CONTINUARÁ
1] Estrabón, Geografía VIII, 6, 20-23 y Pausanias, Descripción de Grecia II, 1, 1-5. 2.
[2] Al respecto, véase O. Broneer, “Corinth: Center of St. Paul´s Missionary Work in Greece” en Biblical Archaeologist, 14, 1951, pp. 78-96.
[3] Con el nombre de Efira aparece también en VI, 152.
[4] E. J. Goodspeed, “Gaius Titius Justus”, JBL, 69, 1950, pp. 382 ss.