De manera bien significativa, en su mayoría, son mujeres. Gracias a Sandra, a Lourdes, a Mirna, a Gloria – que me regala dos libros con su testimonio - y a otras, el 14 y el 15, seremos invitados a almorzar e incluso – como relataré mañana – realizaremos alguna incursión turística. Son gente muy buena, que ama a su país, a la que preocupa la ideología de género y que trabaja de manera desinteresada en voluntariados gratuitos y generosos. Gracias a personas como ellas o como Alejandro Mainero, Feliciano Insaurralde o Marcos Vergara me quedo con la sensación de que no todo es descoordinación, desidia o desorden. También tengo la terrible sospecha de que sin ellos en cualquier momento mi asistente y yo nos habríamos visto abandonados en cualquier punto de Asunción.
El día 14 va a ser además un día muy especial por dos de mis conferencias. La primera tiene como escenario el colegio Gutenberg, uno de los centros docentes establecidos por los menonitas donde diserto sobre La Reforma y la educación. El colegio es ejemplar y su cobertura adicional de oficios en lo que en España denominaríamos FP me parece punto menos que inmejorable. Su director es un menonita alemán cuyo abuelo huyó de Rusia durante la época de la revolución bolchevique. Como tantos otros, se ha adaptado al Paraguay y constituye un activo extraordinario. Los muchachos – un auditorio lleno hasta rebosar – escuchan con enorme atención la manera en que les relato el impacto de la Reforma en la educación. No es sólo que a ella le debemos la apertura de la primera escuela gratuita, pública y obligatoria de la Historia universal sino que sin ella las pequeñas – y más pobres – naciones protestantes ni se habrían adelantado prodigiosamente a imperios como el español ni tampoco habrían sido la cuna de una Revolución científica que todavía disfrutamos.
Recorrer Hispanoamérica y ver sus tasas de analfabetismo actualmente es muy triste. Cuando desapareció el dominio colonial español la tasa de alfabetización apenas llegaba al diez por ciento – como sucedía en España, por otra parte – y la iglesia católica – también como en España – se convirtió en enemiga encarnizada de los planes de educación pública impulsados ya en el siglo XIX. A día de hoy, Paraguay sufre una tasa de analfabetismo integral del 5 por ciento aunque todos saben que la cifra de analfabetos funcionales es muy superior y sobrecoge pensar a cuánto puede llegar entre los guaraníes, la población autóctona. Por cierto y haciendo un paréntesis, el guaraní es la otra lengua oficial del Paraguay. Lengua, sin duda, peculiar porque, aparte de tener dificultades para expresar nociones de tiempo, define a la mujer como “la lengua del Diablo”. Se esperaría que tras medio milenio, esos guaraníes hubieran asimilado ciertos aspectos de la civilización occidental. Ha sido así de manera muy limitada, pero no debe sorprender. Primero, formaron parte del experimento socialista de los jesuitas. Muy idealizado – más bien totalmente falsificado – en la película La Misión, la realidad es que la Compañía de Jesús implantó un estado totalitario socialista en que la Nomenklatura eran los jesuitas y los indios, la población semi-esclava. No faltaban, desde luego, los castigos físicos y un control de la vida privada que sólo puede calificarse como asfixiante. Robert de Niro, Jeremy Irons y ese gran falsificador de la Historia que fue Robert Bolt no pueden ocultar esa innegable realidad. Pero es que luego la propia iglesia católica renunció a cambiar la cosmovisión indígena. Es curioso – se percibe también en Japón – como el catolicismo ha pretendido destruir realidades espirituales a sangre y fuego y cuando no ha sido posible ha terminado por aceptar el sincretismo religioso y conformarse con que las masas estén dentro del redil aunque vivan a su aire. Es el caso de los guaraníes. Un ejemplo muy claro de lo que digo se encuentra en el libro El paraguayo. Un hombre fuera de si mismo del sacerdote Saro Vera. No deja de resultar desalentador que, tras años de trabajar entre los guaraníes, el clérigo católico acabe abogando por aceptar su cultura que identifica con, por ejemplo, hacer la primera comunión varias veces aunque luego no se pase apenas por la parroquia o dar por buena una conducta sexual que es todo menos cristiana. Como en tantas otras cuestiones, la iglesia católica ha optado por dominar, pero no civilizar salvo que por tal se entienda que la gente se someta sin discusión a su dominio espiritual. El resultado son masas de gentes que han sido bautizadas, pero que no han mejorado en absoluto su existencia ni moral ni espiritual ni materialmente. Se trata de un modelo de dominio diametralmente opuesto a la positiva labor de transformación social derivada de la Reforma. Esta mañana, insisto ante estos jóvenes para que asuman su responsabilidad de formarse y de cambiar su país en el futuro porque, ciertamente, ello son el porvenir.
La conferencia de la tarde en el Instituto Canzion aún resulta más estimulante. Se supone que he de hablar sobre La Reforma y el arte. Decido improvisar mi exposición que dura algo más de una hora. Por supuesto, me centro sobre todo en la música dado el lugar, pero también hago referencia a la manera en que las artes plásticas se vieron afectadas de manera extraordinaria por la Reforma. El resultado es electrizante. No sólo la atención resulta ejemplar sino que el coloquio supera en altura lo que hubiera podido imaginar. La música va invadiendo preguntas y respuestas y, de repente, me encuentro haciendo el pato y, al escuchar que uno de los alumnos menciona a ACDC le corrijo mostrándole que todo comenzó con Chuck Berry. Bach y Haendel, Elvis y Charles Wesley, Jerry Lee Lewis y Mendelssohn van apareciendo en medio de anécdotas mientras los presentes aplauden, se ríen y se divierten. En un momento determinado, aquellos jóvenes estudiantes de música, futuros intérpretes y compositores, comienzan a preguntar sobre la Confesión de Westminster, los Estados Pontificios o Constantino. Son tan jóvenes y, a la vez, demuestran un estimulante deseo de saber. Además dejan de manifiesto también una más que notable madurez espiritual. Ansían que su música sea un instrumento de servicio a Dios y al prójimo y desconfían de la comercialidad y del divismo de algunos intérpretes. Están en el buen camino, quizá más de lo que se imaginan.
Al despedirme de ellos y de su director, un hombre joven y muy equilibrado en todo lo que me dice, me siento lleno de esperanza. Sí, cierto, ninguna de las dos exposiciones se ha grabado y además no he percibido un solo céntimo por darlas, pero es obvio que ahí está el futuro. No en aquellos que son incapaces de coordinar las cosas más elementales o que sueñan con conspiraciones o que no muestran consideración hacia el prójimo o que pasan por alto lo indispensable. Poco o nada se puede esperar de esos. Sin embargo, Paraguay depende de que el rumbo iniciado por los niños de la mañana y los jóvenes de la noche no se tuerza. Al tomarme el yogurt en la habitación del hotel me siento más que satisfecho.
CONTINUARÁ