King fue ya un referente de mi vida cuando sólo era un adolescente. Para mi que era objetor de conciencia a sabiendas de que eso significaría ir a la cárcel en aquella época de Franco, King siempre un ejemplo de obediencia y coherencia con unos principios éticos basados no en la violencia sino en el amor que emana del conocimiento de Jesús. Si el Che, si Castro, si Mao no me dijeron nunca nada – más bien todo lo que me decían era negativo – se debió, en no escasa medida, al ejemplo de King. Su libro La fuerza de amar fue como un espejo en el que podía ver lo que yo deseaba: un cambio no-violento de todo lo injusto partiendo de la reflexión que toma como base la Biblia.
Pastor, hijo de pastor, doctor en Teología, King supo unir la cosmovisión de Jesús con la táctica de Gandhi y los resultados fueron extraordinarios porque logró galvanizar, primero, a los que estaban cerca de él y luego a buena parte de una nación que se sacudió los prejuicios para avanzar hacia una libertad que sólo merece ese nombre cuando es la de todos. Nada de eso sucedía en aquella España donde la fuerza espiritual dominante lo mismo llevaba al dictador bajo palio que cobijaba a los terroristas de ETA en sus sacristías. Yo lo veía, no era del todo tonto y sacaba mis conclusiones ya en aquellos años.
Para cualquiera que se tome el trabajo de examinar la obra de King salta a la vista que la clave de su éxito estuvo en una serie de características propias del protestantismo norteamericano. Los grandes discursos de King están cortados sobre el patrón oratorio de las predicaciones evangélicas, la utilización de las canciones arrancó de toda una línea musical que van conociendo los que se acercan por esta página los sábados y la meta señalada se vio iluminada por las páginas de la Biblia hasta el punto de que muchas de las piezas de King son cita tras otra de versículos de las Escrituras.
Sometido a un acoso terrible que le hizo pensar que moriría joven y que no llegaría a cumplir los cuarenta años – efectivamente, así fue – sus últimos tiempos fueron especialmente difíciles sobre todo tras señalar que Estados Unidos debía retirarse de Vietnam – tenía razón – y que a la lucha contra el racismo debía añadirse la lucha contra la pobreza. Se difundirían entonces rumores sobre su relación con distintas mujeres. Si tenían base real, resulta una conducta totalmente inaceptable, pero no restan nada a la grandeza sublime de sus logros.
Recibió más que justificadamente el Premio Nobel de la Paz, pero lo que realmente me emociona de King no es ese hecho – ni de lejos, el más importante de su carrera – si no la actualidad de su cosmovisión y de su pensamiento. Es posible cambiar una sociedad cuando se parte de un diagnóstico adecuado, cuando se busca el final de los privilegios de unos a costa de los otros y cuando la base para la transformación arranca del Evangelio, una base, por cierto, que no pocas veces es combatida por los clérigos profesionales.
No quiero ocultar que me emocioné en las cercanías de la estatua de King. Las citas escogidas para recordarlo son muy adecuadas y a mi me conmovió de manera especial aquella que afirma que “El arco del universo moral es largo, pero siempre se inclina hacia la justicia”. Así es en sociedades cuya base son unos valores - ¡ay! – diferentes de los que han alimentado a una sociedad como la española, pero aún así me niego a perder la esperanza. Precisamente por eso, hoy, junto con las fotos deseo dejarles hoy una de las canciones emblemáticas del movimiento de los derechos civiles. Se trata de We shall Overcome(Prevaleceremos) donde se nos recuerda que algún día venceremos si asumimos la verdad trae la libertad y hemos caminado juntos con fe. Les dejo con las versiones de Pete Seeger y de Joan Baez. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Pete Seeger
Y aquí Joan Baez