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Sábado, 23 de Noviembre de 2024

Regreso a China (IV): Nanjing, de la violación a Sun Yat-sen

Jueves, 14 de Abril de 2016

Llegar de Harbin a Nanjing constituye un agradable viaje de avión de menos de dos horas. Tanto el aeropuerto como el aparato estáN a la altura de lo que se encuentra en Estados Unidos en vuelos locales y resulta mejor que lo que encontraríamos en España. Impresiona llegar a esta ciudad que rezuma prosperidad con sus innumerables rascacielos, sus empresas – nacionales y extranjeras – más presentes que en la mayor parte de las urbes europeas o americanas y con una estación de tren en uno de cuyos vestíbulos cabría holgadamente la del AVE de Madrid con tortugas incluidas. Todo esto abruma y abruma especialmente cuando se conoce la Historia de Nanjing.

El 13 de diciembre de 1937, las tropas invasoras del Japón entraron en Nanjing. Acto seguido, procedieron a asesinar, violar y torturar a centenares de miles de personas en uno de los episodios más cargados de brutalidad que ha tenido lugar en la Historia de la Humanidad y que sólo presenta paralelos de desprecio por la vida humana en los bombardeos aliados o en los campos de exterminio. Incluso comparado con esos ejemplos pavorosos, el grado de crueldad sádica de los japoneses resulta descollante. Entre los perpetradores se encontraba incluso el príncipe Asaka al que se le concedió inmunidad tras la guerra.

En el curso de tres semanas, los japoneses asesinaron en Nanjing a más de doscientos mil chinos indefensos y violaron a más de veinte mil mujeres que iban de ancianas a niñas. Las violaciones no sólo fueron toleradas por los mandos japoneses sino impulsadas por ellos llegando a obligar a los chinos a entregar a millares de mujeres para convertirlas en esclavas sexuales de sus tropas. Ya es terrible que se violara una y otra vez a pobres mujeres o que se las convirtiera en prostitutas para los japoneses. Por añadidura, los soldados del emperador Hiro Hito – que también recibió inmunidad – convirtieron a las desdichadas en víctimas de mutilaciones, de torturas y de atrocidades como ser violadas con bayonetas, tallos de bambú y otros objetos. Ni siquiera las niñas se vieron a salvo de la conducta bestial de los japoneses que además de dejar de manifiesto que eran unos cobardes asesinos de inocentes y unos violadores crueles se rebelaron como ladrones insaciables.

En medio de este episodio que sólo puede avergonzar al género humano, el único vestigio de humanidad se encontró en la zona de protección donde algunos misioneros protestantes y, de manera muy especial, un nazi alemán llamado John Rabe lograron proteger a algunos de los habitantes de Nanjing. No de manera total. Los soldados japoneses irrumpían en la zona de protección para secuestrar mujeres, para matar y para saquear. En un momento determinado y en un episodio que no deja de resultar paradójico fue el despliegue de la bandera con la esvástica lo que permitió que no se acabara con la vida de más inocentes. Rabe fue – y no sólo él – un héroe de muchísima más envergadura que el famosísimo Schindler. Salvó a mucha más gente y con mucho más riesgo aún a costa de molestar a japoneses y compatriotas. En 1938, repatriado de manera forzosa a Alemania, escribió a Hitler contando las atrocidades perpetradas por las fuerzas niponas. Fue detenido por la Gestapo. Al acabar la guerra, perdió además su trabajo durante la desnazificación. Sin embargo, no puede negarse que su comportamiento fue admirable, cuestión aparte es que Hollywood no se haya ocupado de él.

Por su parte, como en tantas otras cuestiones y a diferencia de los alemanes, los japoneses se han negado una y otra vez a reconocer el abismo de maldad al que arrojaron a la ciudad de Nanjing. Incluso, de vez en cuando, publican libros para negar todo. Semejante conducta lleva años contribuyendo no poco a agriar las relaciones con una China que recuerda aquellas atrocidades. Cuando se conoce esta parte de la Historia de Nanjing, uno se queda más admirado si cabe viendo cómo China se ha vuelto a ponerse en pie y se ha convertido en un verdadero gigante.

El comportamiento criminal del ejército japonés en Nanjing tuvo varias causas. Por supuesto, entre ellas estuvo el uso del terror en la idea – errónea - de que serviría para quebrantar la resistencia de los chinos y la consideración de los chinos como seres inferiores racialmente a los que se podía violar, asesinar y robar impunemente. Había además otro aspecto más y es el hecho de que Nanjing había sido un ejemplo del deseo de libertad y modernidad de China.

Precisamente en Nanjing se encuentra el mausoleo de Sun Yat-sen, el fundador del Guomindang y el primer presidente de la república China. Sun Yat-sen es desconocido prácticamente en España y, sin embargo, es una de las figuras más relevantes de la Historia no sólo de China sino de la Edad contemporánea. Se convirtió al cristianismo siendo joven y hasta el final de su vida fue miembro de una iglesia evangélica. Fue precisamente su fe protestante la que explica la manera en que cambió la Historia de China. Porque en medio de exilios y de persecuciones, Sun mantuvo la necesidad de realizar reformas que arrancaran a China de la monarquía feudal en la que vivía para entrar por el camino de la modernidad. Su filosofía política quedó resumida en los Tres principios del pueblo: la independencia de la dominación extranjera, la democracia al estilo occidental y un sistema económico basado en el libre comercio y en un solo impuesto que pesara sobre la tierra y no sobre el trabajo o el comercio. Con esos valores, chino y, sobre todo, protestanteno sorprende que en España no sea conocido.

Personajes tan distantes de él como Mao reconocieron su gran valor. Sin embargo, lamentablemente Sun falleció, abrumado por el trabajo, antes de cumplir los sesenta años. Su mausoleo, extraordinariamente hermoso, se encuentra situado en la cima de una colina. Desde la plaza que se encuentra al inicio hasta el mausoleo situado al final hay más de setecientos metros entre escalinata y descansos. Trescientos noventa y dos escalones flanqueados por pinos, cipreses y ginkgos. Como en tantas ocasiones, los chinos han combinado la majestuosidad – el monumento a Lincoln en Washington parece pobre cuando es comparado con el de Sun Yat-sen – con una plácida armonía.

La subida es dilatada, pero, poco a poco, acabamos llegando a una puerta de mármol de dieciséis metros de altura y veintisiete de ancho en la que aparecen cuatro caracteres chinos – Tian Xia Wei Gong – que significa “lo que está debajo del cielo es para todos”. Pasada la puerta, hay un pabellón donde se encuentra el memorial.

Precisamente, en esta ciudad, donde se aloja el monumento al hombre que derribó al emperador y proclamó la república; que emprendió las reformas para modernizar a China y que actuó guiado por un sentido cristiano de la vida, fue donde las tropas japonesas cometieron algunos de sus comportamientos más brutales y es lógico que así fuera porque su cosmovisión, racista, despiadada, violenta, inhumana, estaba en oposición total a la encarnada por Sun Yat-sen. Sin embargo, gracias a Dios, el imperialismo japonés fue derrotado hace décadas y podemos admirar la grandeza extraordinaria de Sun.

 

CONTINUARÁ

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