Por añadidura, es una zona especialmente bella de la ciudad. Ya sé que, en Occidente, estamos acostumbrados a ver el rostro del islam encarnado en magrebíes malencarados o negros al sur del Sáhara. Aquí, los seguidores de Mahoma son única y exclusivamente chinos y nadie los diferenciaría de otro chino de cualquier creencia o increencia. Percibimos que se trata de musulmanes si son varones porque van tocados con un gorrito que recuerda mucho a la kipá judía y sin son mujeres por un velo bastante parecido al hiyab. Algunas de esas mujeres – hay que señalarlo - son singularmente bellas. Por ejemplo, Lara y yo nos sorprendernos al contemplar el rostro excepcionalmente agraciado de una jovencita que nos sirve un delicioso zumo de granada en uno de los tenderetes del zoco.
Dentro del barrio musulmán – un barrio con siglos a sus espaldas - la visita a la denominada gran mezquita resulta obligada, por supuesto. Levantada en el año 742, apenas unos años después de que los musulmanes llegaran a España, sus características son totalmente chinas. Entendámonos. Por supuesto, existe el lugar para las abluciones y hay inscripciones en árabe con citas del Corán y la oración está orientada a la Meca, pero… pero el edificio es innegablemente chino. Los Tang de la ruta de la seda permitieron su construcción y los Qing su restauración. Ahora, el gobierno comunista autoriza que se siga utilizando como lugar de culto.
Aunque su tamaño es reducido – a pesar del nombre de Gran mezquita – una serena e innegable belleza impregna este recinto sagrado. Hay que fijarse mucho para descubrir, aquí y allí, un texto en árabe porque la arquitectura, la ornamentación, la disposición son delicadamente chinas. Esa capacidad del islam para construir sobre la base de la cultura anterior se descubre especialmente en ocasiones como ésta. En España, estamos tan acostumbrados a la belleza de la mezquita de Córdoba que no reparamos en que es fruto de una digestión del arte visigodo – incluso del pre-romano - anterior. Por supuesto, perdemos de vista que las construcciones extraordinarias del islam en Persia o Asia central son también el fruto del arte propio de unos pueblos que abrazaron el islam. No podía suceder algo distinto en Xi´an.
Los musulmanes en China no causan problema alguno. El gobierno jamás permitiría que se dedicaran a predicar la conquista de China porque existían en China cuando España comenzó apenas su reconquista y mucho menos toleraría nunca que se dedicaran a predicar las excelencias de la yihad o perpetraran atentados terroristas. El resultado es que se comportan pacíficamente, que no ocasionan problemas y que son ciudadanos amables y educados que acuden a la mezquita como otros a la iglesia o a la sinagoga. Viéndolos da para preguntarse si el problema del islam en occidente es, en no escasa medida, el problema de occidente que no sabe cómo administrar la presencia islámica. A fin de cuentas, aquí su única salida es la asimilación aunque acudan a la mezquita; en Europa, se les ha abierto la puerta para vivir a costa del resto de los ciudadanos y conquistar todo al día siguiente. Quizá los musulmanes chinos no dejan de pedir como sucede en occidente, pero, de ser así, lo que si me parece innegable es que contra el vicio de pedir, las autoridades chinas son conscientes de que existe la virtud de no dar. Es materia para reflexionar.
CONTINUARÁ