La conocí cuando ya no era la cuasi-omnipotente jefa de informativos de TVE y, tras mandar casi todo, no mandaba nada. Los dos formábamos parte del grupo de contertulios de la mesa del debate del programa matinal de María Teresa Campos. Paloma Barrientos, productora del programa, afirmaba que formábamos pareja artística. No era cierto. Se trataba simplemente de que éramos tan diferentes que nos juntaban para dar espectáculo. Porque no podíamos coincidir menos. Ella, mujer y yo, hombre; ella de izquierdas y yo, liberal; ella, defensora de los nacionalistas vascos y catalanes y yo, continuo avisador de su verdadera naturaleza; ella, admiradora de monstruos políticos de Arzalluz a Felipe González pasando por Pujol o Fraga, y yo creyente en una sociedad civil que no tuviera la menor necesidad de sujetos semejantes; ella, de misa diaria y yo de lectura cotidiana de la Biblia. Llevaba muy mal que le llevaran la contraria, pero a pesar de que protagonizamos más de una zaragata, yo le tenía afecto. Me soliviantaba cuando escuchaban como la llamaban con motes infames como “la albóndiga”, “el buñuelo atómico” o incluso “la enana sangrienta” e incluso recuerdo haber reprendido a más de una persona que se refería así a ella. Era verdad que padecía una dolencia que había reducido dramáticamente su estatura en la infancia, pero a mi esa gente que despectivamente se denomina enanos me ha causado ternura desde que era niño quizá porque he pensado que tras la mala baba de algunos sólo se encuentra el dolor acumulado tras una larga cadena de desprecios y sinsabores. Si me he equivocado, prefiero haber errado por benevolencia a haberlo hecho por maldad. María Antonia – que amaba a su hija entrañablemente – podía además bajar la guardia a veces y mostrarse de una manera distinta. Recuerdo, por ejemplo, cómo en cierta ocasión me pidió que le regalara mi novela El testamento del pescador, porque, ese domingo, había escuchado en la parroquia al sacerdote algunos párrafos y le había interesado. “He pensado”, me dijo, “que para qué coño me lo voy a comprar si tu me lo puedes dar”. Y, efectivamente, acertó porque estuve encantado de obsequiarle una copia dedicada. También me acuerdo en la última temporada que estuve en el programa que un día, circunspecta y a solas, me pidió si podía hablar con “Mari Tere” – lo dijo ella, no yo – para que volvieran a ponernos juntos en la tertulia. A la sazón, la enfrentaban con un periodista de derechas del que decía que era un grosero y que no la dejaba hablar. La verdad es que debía ser un verdadero hacha para lograr silenciarla. Yo la comprendí porque guardaba en la memoria aquella otra ocasión en que me espetó mientras la ayudaba a moverse tendiéndola el brazo: “Si todos los de derechas fueran como tu, el mundo sería otra cosa”. Y, seguramente, tenía razón aunque eso no significa que fuera a ser mejor. Recuerdo el pesar con que dijo un día antes de comenzar el programa – fue durante la campaña electoral de 2004 – que si ganaba Rajoy se retiraría ya que, como lo haría bien, lo volverían a votar. Creía, como todos, que el PP iba a ganar aquellas elecciones. Lógicamente, ninguno pensamos que pudiera verse truncada la Historia por los atentados del 11-M. Es muy posible que sin ellos María Antonia se hubiera retirado y quizá incluso vivido más. A ZP lo despreciaba señalando – la expresión es suya – que daba la sensación de que “la metía poquito”. Para colmo, tanto a ella como a Enric Sopena, el nuevo PSOE no les dio nada de lo que esperaban y ambos se quejaban de tan amarga circunstancia. Habían aspirado – creo yo que con mucha lógica porque cumplieron con su cometido en otro tiempo – a que un nuevo gobierno socialista les entregara un cargo en la comunicación pública, pero la nueva guardia los miraba como viejos inútiles – una apreciación muy injusta – a los que, como mucho, había que premiar con tertulias. En esto, como en tantas otras cosas, la gente de ZP demostró ser muy inferior a la de Felipe González y ninguno de los dos volvió a ser lo que había sido aunque menudeara su presencia en programas televisivos. La perdí de vista hace años aunque, de vez en cuando, me llegaban noticias de que se encontraba enferma. Ahora la desanudadora de destinos ha venido a llevársela. Espero encontrármela algún día al otro lado de este velo que lleva a muchos a pensar que todo acaba aquí o que hay otra vida cuando, en realidad, es sólo una continuación de la presente.