Entonces tuvo una agarrada con Tulsi Gabbard, una legisladora de Hawaii. Gabbard resultó sólidamente contundente. Kamala Harris se había negado a realizar pruebas de ADN a reclusos que esperaban la ejecución en el corredor de la muerte; había dado una imagen de éxito como fiscal a costa de multiplicar las detenciones de gente que llevaba encima marihuana y había alquilado – y mantenido en prisión - a detenidos a empresas en calidad de mano de obra barata. Tras aniquilar la imagen de Harris como fiscal de distrito de San Francisco y fiscal general de California, Gabbard exigió de la senadora una disculpa para sus víctimas. Esa noche, comenzó una vertiginosa caída de la Harris que la obligó a retirarse aceleradamente de la carrera por la nominación. No era para menos porque además había salido a la luz que, con tal de ganar un caso, la Harris había impedido que determinadas pruebas llegaran a las defensas - una conducta que raya lo delictivo en Estados Unidos - y había intentado impedir que se revirtiera una sentencia de pena capital. De momento, quedó fuera de combate mientras muchos se enteraban de que había conseguido su primer puesto relevante en 1994, gracias a Willie Brown, que además de ser su amante de entonces, era también el presidente de la asamblea de California. No voy a detenerme mucho en este aspecto porque en una España donde una querida ahora ya no consigue un piso, como antaño, sino premios literarios, programas de radio y televisión e incluso vicepresidencias, no existe la menor autoridad moral para tirar piedras. Menos gustó a los asiáticos que no se identificaban con Kamala Harris por más que su madre fuera de ascendencia india ni a los negros que pensaban que, de verdad, de verdad, la Harris no era una de ellos sino alguien que deseaba aprovecharse de la cuota racial. Ahora regresa en el ticket de Biden en la idea de que ayudara a rebañar el voto femenino, el negro, el de familias inmigrantes y el asiático. Quizá, pero es para pensar que Kamala poco o nada va a aportar a un Biden de apariencia más que inquietantemente senil.