Más allá de interpretaciones maliciosas como las de señalar que Alemania le agradecería su esfuerzo a la hora de lograr que los bancos germanos no sufrieran agujeros causados por impagos, lo cierto es que la candidatura de Guindos parecía razonable e incluso daba la sensación de contar con un respaldo imbatible. Al final, sin embargo, de todos es sabido que Guindos ha perdido – aunque sea por la mínima - y que, cuando abandone la actual cartera ministerial, no le esperará un puesto de oro en Europa. La noticia era tan lamentable que, al saberla, comencé a realizar llamadas para que me explicaran lo sucedido. Algunas fuentes insistieron en que la culpa la había tenido una Syriza vengativa, pero, como señaló, una de las mejores, Grecia es responsable de tan sólo uno de los diez votos que han cristalizado en la derrota de Guindos. “Mira”, me dijo con enorme seguridad, “Los griegos estaban irritados porque no tragan que los pongan como chupa de dómine los representantes de una nación tan fuertemente endeudada como España. No es que les guste que lo hagan otros, pero estaban convencidos de que España tenía que haberse mostrado más solidaria con un país al que tanto se parece”. “Eso es opinable”, respondí, “pero, en cualquier caso, era de esperar que la insistencia en el cumplimiento de las obligaciones que han mostrado los representantes españoles hubiera sido apreciada por otros estados…”. “Te pierde el amor a tu nación”, me responde con una sonrisa burlona, “El planteamiento de otras instancias ha sido igual que el de aquel gobernador que sobornó a los lugartenientes de Viriato para que lo mataran. Entonces era Roma y ahora es Berlín quien no paga traidores”. “No sé si te entiendo…”, señalo. “Mira, en determinadas situaciones hay que saber ser menos entusiastas y yo creía que con lo de la guerra de Irak los españoles habríais aprendido. Bien está el exigir el cumplimiento de las obligaciones, pero tomarla así con los griegos con la deuda del estado español y, especialmente, de Cataluña… todo esto para muchos ha sido una sobreactuación sospechosa y, en Europa, se desconfía de los que sobreactúan tanto si se llaman Varufakis como Manolo”. “¿Entonces”, indago, “tu crees que Guindos ha perdido el puesto de su vida porque alguien se pasó de apoyo enérgico?”. Mi fuente me guiña el ojo y dice: “Hazme caso. Berlín no paga traidores”.