Hace apenas unos años, hasta la izquierda votó a la derecha en segunda vuelta para evitar que el Frente Nacional se hiciera con la presidencia. Hace unos días, el Frente Nacional ha ganado las elecciones europeas en Francia y ha creado un panorama que puede sumir a toda la Unión Europea en un verdadero callejón sin salida. Pero no sólo en Francia se ha cometido el error de cebar a los extremistas. Hace no tanto tiempo un grupo mediático a punto ahora de echar el cierre decidió promocionar la figura de un personaje que se hacía llamar Pablo Iglesias. Por un lado, pensaron que con los disparates que decía - ¿a quién se le ocurre identificarse con el chavismo venezolano en una nación civilizada? – nunca llegaría a mucho y, por otro, se frotaron las manos pensando en lo que podría perjudicar al PSOE el personaje en cuestión sin beneficiarse él mismo. ¿Quién – se decían - podría en su sano juicio votar ese programa? Como la Historia, incluso la reciente, no es el fuerte de ciertas personas repitieron el error de Mitterrand. Y, al parecer, el agua bendita no los salvó de perpetrar una de las mayores estupideces – y no son pocas – cometidas en la reciente Historia de España. No era la primera vez que gente así cometía una equivocación semejante – la historia nacional está repleta de otras jugadas maestras semejantes que acabaron en enfrentamientos civiles y derramamientos de sangre – y los resultados saltan a la vista. Es cierto que Le Pen era casi Napoleón comparado con el filochavista Iglesias, pero, en el fondo, sus mensajes son muy similares. Se pinta una realidad siniestra que se atribuye a “los otros”, aquellos a los que hay que aborrecer y detestar; se esparce demagogia a raudales indicando que los golpes propinados a los de “enfrente” se traducirán en todo tipo de albricias y parabienes y se promete el paraíso utópico que resulta imposible de alcanzar, pero que resulta sugestivo para los golpeados por la crisis o los temerosos del futuro. Ni en uno ni en otro caso, se lee el programa porque se vota no con la cabeza sino con el sentimiento agitado por la siembra del odio. A decir verdad, Pablo Iglesias puede ser la flor de un día nacida del cansancio de unos ciudadanos hartos de que los frían a impuestos sin recibir nada a cambio, de unos jóvenes que no perciben futuro alguno y de unas clientelas sociales que perciben que se les puede acabar el chollo de vivir de sus semejantes. Sería lo sensato en una nación sensata sobre todo cuando se vea la manera en que viven los nuevos políticos y algunos reflexionen en que más vale votar a lo malo conocido que al Apocalipsis por conocer. También es cierto que puede convertirse en el cañamazo para una coalición de izquierdas que, caso de llegar al poder, precipitaría a España en la bancarrota en cuestión de semanas y propiciaría – está en su programa – la salida del euro. Las posibilidades están quizá al cincuenta por ciento. Y es que la Historia presenta lecciones que no se pueden desdeñar y una de ellas es la de que jamás hay que cebar a los extremistas y que quienes lo hacen son solamente unos estúpidos irresponsables.