La ucronía es un género literario que se permite novelar con lo que no sucedió históricamente, pero pudo suceder. Posiblemente, el paradigma de este género sea la novela Pavana donde se describe una Inglaterra del siglo XX después de que, a finales del s. XVI, hubiera logrado desembarcar en ella Felipe II e imponer la Contrarreforma. Como no podía ser menos, Inglaterra aparece en esa ucronía como una nación mucho más atrasada que recuerda un tanto la España de la época.
En las semanas anteriores, me he ido deteniendo en las razones de nuestra diferencia, una diferencia que compartimos con naciones como Italia, Portugal o Argentina por citar ejemplos elocuentes. Puede irritar a algunos, pero lo cierto es que el hecho de convertirse en espada de la Contrarreforma tuvo consecuencias verdaderamente catastróficas para España que llegan hasta el día de hoy. De entrada, perdió su imperio y se arruinó, pero las secuelas se pueden ver en la actualidad como he ido exponiendo.
En esta entrega, voy a permitirme trazar una ucronía de lo que hubiera podido ser una España que en el siglo XVI en lugar de convertirse en defensora de la Contrarreforma hubiera sido una nación como Inglaterra, Suecia, Noruega, Dinamarca u Holanda donde hubiera triunfado la Reforma.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, en el s. XVIII, Carlos III no habría intentado quitar el carácter infame al trabajo manual ni en el s. XX, José María Escrivá de Balaguer hubiera sido contemplado como un innovador por afirmar que se puede alcanzar la santidad mediante cualquier trabajo. Por el contrario, se habría regresado a una visión bíblica del trabajo –lo que muchos denominan la ética protestante del trabajo– tan ausente todavía en España y en otras naciones sociológicamente católicas, por desgracia para ellas.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, en el s. XVIII el padre Feijóo no hubiera tenido que suplicar –provocando las iras de la Inquisición– para que se abandonara la superstición incluso en la universidad y se adoptara el método científico de Bacon. Por el contrario, España no se habría visto privada de enviar a sus estudiantes a Europa; muy posiblemente, habría iniciado la revolución científica y habría disfrutado de un desarrollo científico que la Inquisición cercenó y cuyas funestas consecuencias llegan hasta hoy. Me consta que esta realidad escuece a algunos que intentan rebatirla infructuosamente pero lo cierto es que, hasta la fecha, sólo hemos tenido dos premios Nobel científicos, uno de paso por Estados Unidos y el otro compartido.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la desamortización eclesiástica no se habría abordado a finales del s. XVIII por los ilustrados para llevarse a cabo malamente en el s. XIX y seguir entregando dinero a la iglesia católica por ella ¡todavía en el siglo XXI! Por el contrario, se hubiera llevado a cabo en el s. XVI y, como en Inglaterra y los países escandinavos, habría tenido magníficos efectos económicos hasta el punto de que la revolución industrial muy posiblemente se habría producido en España y no en la pequeña isla atlántica.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, ni la banca ni el crédito se habrían visto ahogados por una visión contrarreformista, ni las intuiciones pre-liberales de la Escuela de Salamanca habrían caído en saco roto. España habría adelantado a ingleses, holandeses y hugonotes en el control de la banca internacional y robustecido con ello su imperio. Actualmente, puede que algunos clamaran contra la tiranía de los mercados o los bancos, pero no pasarían de ser casos aislados siquiera porque la mayoría de los ciudadanos se preguntaría ante nuevos gastos quién los iba a pagar.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la constitución de 1812 y las reformas liberales no habrían fracasado por la sencilla razón de que el parlamentarismo moderno habría surgido en España con anterioridad al s. XIX. No es que los ilustrados o los liberales habrían leído a un teólogo protestante llamado Locke, padre del liberalismo, es que Locke –aunque se llamara López o Valbuena– habría sido español. Es más, el liberalismo no habría fracasado –como pasó con la constitución de 1812– porque no habría estado vinculado a la iglesia católica negando la libertad de pensamiento ni se habría comportado ingenuamente con la Corona. Ambas circunstancias, como supo prever José María Blanco White, fueron la causa fundamental del fracaso de los liberales de Cádiz. Ciertamente, es posible que semejante evolución hubiera pasado por la decapitación de algún monarca como sucedió en Inglaterra con Carlos I, pero nos habríamos ahorrado el carlismo, las guerras que éste provocó, dos repúblicas, la guerra civil de 1936-39 y la dictadura de Franco. No es, desde luego, poco.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, los españoles no habrían tenido que soportar durante siglos la referencia litúrgica a los “pérfidos judíos” sino que además los judíos habrían regresado a España no más tarde del s. XVII, como sucedió en Holanda o Inglaterra, contribuyendo al desarrollo nacional. Lejos de mantenerse estúpidos prejuicios antisemitas apenas disipados en las naciones católicas tras la declaración Nostra Aetate del Vaticano II, los judíos se habrían integrado, para bien de España, siglos antes.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la izquierda no habría sido un deplorable retrato en negativo de la iglesia católica sino que habría seguido el rumbo tomado por Inglaterra o los países escandinavos. Los sindicatos se mantendrían de sus afiliados y no de subvenciones públicas y el partido socialista –que habría sido social-demócrata y no socialista– habría acometido como en Suecia la reforma del estado del bienestar siquiera por sentido común. Ni siquiera habríamos conocido el terrorismo porque el anarquismo no habría existido y mucho menos el nacionalismo vasco.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, España no habría pasado a ser una nación de segunda a mediados del s. XVII. Por el contrario, su fortaleza económica y su desarrollo económico y social sustentado por las riquezas americanas –que no se habrían gastado en defender los intereses temporales de la Santa Sede– le habrían permitido seguir siendo un imperio seguramente hasta el s. XX. Ciertamente, la América hispana se habría emancipado, pero las naciones nacidas de esa separación muy posiblemente habrían mantenido una unión como la que Estados Unidos mantiene con Gran Bretaña o formarían parte de una Commonwealth hispana como sucede con el Canadá y Gran Bretaña. La Contrarreforma nos precipitó, por el contrario, en la miseria y en ella nos ha mantenido por siglos.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, no existiría un problema regionalista por la sencilla razón de que la iglesia católica, despojada de poder político, no habría podido crearlo para servir de contrapeso a un estado que pretendiera modernizar España y acabar con privilegios eclesiales de siglos. Ni el nacionalismo catalán ni el vasco existirían y, por añadidura, España no se habría visto condenada a sufrir la desigualdad entre regiones provocadas por normas de privilegio como el arancel Cambó.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, en el siglo XVIII, Carlos III no hubiera tenido que intentar –infructuosamente– integrar a los gitanos en la vida nacional. El reciente ejemplo de las iglesias Filadelfia deja de manifiesto que se habría producido, para bien de todos, mucho antes.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la esclavitud habría desaparecido antes y buena prueba de ello es que las sociedades anti-esclavistas españolas, ya bien avanzado el s. XIX, estuvieron formadas de manera bien relevante por protestantes y –reconozcámoslo– por masones o que en Inglaterra –como en Estados Unidos– el movimiento abolicionista estuvo capitaneado por protestantes como Wilberforce, Newton o Knibb.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la tortura judicial habría también desaparecido antes, quizá incluso con anterioridad, a que la protestante Suecia la aboliera. Sí, Suecia fue la primera nación europea en acabar con tan escandalosa práctica seguida pocos años después por Prusia y ambas antes de que la condenara Cesare Beccaria en su obra Los delitos y las penas.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, la mentira no sería considerada un pecado venial ni el hurto se habría convertido en un deporte nacional. Por el contrario, un político vería arruinada su carrera política por mentir y jamás habríamos llegado a los niveles de corrupción que padecemos.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, el nepotismo no sería tan normal y corriente como en la corte papal sino que resultaría suficiente para aniquilar la vida pública de cualquiera aunque se llamara Guerra, Chaves, Maragall, Pujol o Nadal.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, el votante no seguiría guiándose por la creencia en la “única iglesia verdadera” sino por el sentido común y no estaría vinculado a un partido por encima de cualquier consideración ni perdonaría siempre a los “suyos” por mal que lo hicieran.
Si en España hubiera triunfado la Reforma, no todo habría sido idílico. Sin ningún género de dudas, España habría sufrido –como Inglaterra y otras naciones protestantes– las asechanzas de la Santa Sede que habría ordenado el asesinato de algún monarca como lo hizo con Isabel I de Inglaterra o Margarita de Navarra, y es muy probable que algún jesuita hubiera acabado en el cadalso por participar en esas conspiraciones como sucedió también en Inglaterra. Es posible incluso que algún hereje perseguido por la Inquisición católica hubiera sido ejecutado en España como pasó con Miguel Servet en Ginebra, pero, de haber sido así, como pasó con Servet, los teólogos reformados habrían repudiado públicamente semejante conducta y desde hace tiempo existiría un monumento pidiendo perdón por semejante acto contrario a la fe reformada. Sin embargo, España se habría ahorrado la más nefasta y dañina institución de su Historia, la Santa Inquisición –a la que reformados, ilustrados y liberales aborrecieron por igual– y con ella ríos de sangre y siglos de tinieblas. Es posible incluso que España se hubiera enfrentado con una invasión extranjera protagonizada por naciones católicas bajo patrocinio papal. Sin embargo, como sucedió con Holanda, Inglaterra, Dinamarca o Suecia, España habría vencido y con esa victoria habría ganado su libertad y su futuro.
Esa situación habría sido incluso mejor para los católicos españoles. La iglesia católica en España habría disfrutado –como en las naciones protestantes– de la tolerancia que negó a sangre y fuego a los protestantes en naciones católicas y además habría aprendido a defender sus puntos de vista sin recurrir a la violencia y al código penal, sin ahogar las libertades de los ciudadanos y sin recurrir a la Inquisición. Por supuesto, la izquierda –no nacida de sus entrañas ni formada por gente bautizada en su seno– no habría quemado conventos ni iglesias ni asesinado a monjas y religiosos por millares. (¿Se ha parado alguien a pensar en que todos, absolutamente todos los que arrasaron iglesias y dieron muerte a sacerdotes y obispos eran miembros bautizados de la iglesia católica?). Por añadidura, en la actualidad, no se caracterizaría porque su campaña anual más importante es la destinada a marcar la casilla del IRPF sino por la defensa clara de sus principios, acertados o equivocados, en una sociedad libre y sin privilegios. Incluso no necesitaría recurrir a comportamientos bochornosos como la entrega a los nacionalismos periféricos para mantener unos privilegios que no existirían. Se parecería enormemente a la iglesia católica en Estados Unidos; no precisaría de unos acuerdos con el estado para salvar los muebles obtenidos del concordato suscrito con una dictadura y sus fieles la mantendrían con orgullo y dignidad en lugar de gritar como posesos cada vez que se roza alguno de los privilegios de los que todavía disfruta. Es cierto que quizá tendría menos bienes inmuebles y quizá no tendría ninguna de las SICAVs que ahora tiene, pero su peso moral sería infinitamente mayor y no se vería en la tesitura de recurrir a triquiñuelas para que sus fieles contribuyeran a sostenerla de la misma manera que contribuyen sin ningún género de problemas los fieles de otras confesiones religiosas.
Sin embargo, ya sabemos que todo esto es ucronía porque la Reforma fue extirpada de España a sangre y fuego y porque la Contrarreforma se convirtió en la causa nacional por antonomasia. No nos extrañe, por lo tanto, que estemos donde estamos, en la lista de los PIIGS europeos –donde no hay una sola nación en la que triunfara la Reforma– y en relaciones nada óptimas con las naciones de Hispanoamérica a las que transmitimos nuestras virtudes, pero también nuestros pecados. España pudo ser tan poderosa como Gran Bretaña, pero durante mucho más tiempo y con mucha más pujanza, y haber dado a luz a naciones como los Estados Unidos y no como México o Argentina. Si no ha sido así, si nos hallamos donde nos hallamos, si nos espera el futuro que nos espera, podemos agradecerlo a que en el s. XVI tomamos el peor de los caminos y nos entregamos a la Contrarreforma. Los pecados históricos, por desgracia, no pocas veces tienen secuelas que se prolongan durante siglos. Pero incluso esa circunstancia no impide que algunos preservemos nuestros sueños. De ellos, hablaré en otra ocasión.
CONTINUARÁ