No sorprende que, desde hace más de tres años, no pase un solo día sin que me pregunten qué hay que hacer para buscarse la vida a este lado del Atlántico. En su inmensa mayoría, se trata de gente que no conozco así que las perspectivas no deben ser muy halagüeñas cuando recurren incluso a mi. Lo primero que les pregunto siempre es qué saben hacer. Aquí descubro que muchos siguen creyéndose que América son las Indias y que cuando un español se lo propone lo mismo te tumba el imperio azteca que domina al Gran Inca. No es así. Vayamos por partes. De los titulados, hay esperanza para aquellos que puedan llevar a cabo algo realmente útil. Ingenieros, arquitectos, peritos, algunos médicos y olvídense, en general, los de letras. A decir verdad, estos nuevos emigrantes están ocupando cuadros intermedios en México, Argentina, Perú, incluso Honduras y Guatemala. No sé lo que durará, pero, de momento, son destinos posibles. Ya resulta más difícil en Estados Unidos a menos que, previamente, los haya contratado alguna compañía y, por supuesto, que sepan inglés. En cuanto a los empresarios, la situación es más espinosa. Suelen tener la firme creencia de que basta con llevarse bien con el político de turno para prosperar y si luego vienen mal dadas, ya vendrá el ministro de fomento para pagar el desaguisado con dinero de todos los españoles. Funcionar funciona a veces si la empresa es muy grande, pero que funcione más de una vez resulta milagroso. Más bien dejan detrás una peste a “no te fíes de los españoles” que no vuelve a crecer la hierba. En Estados Unidos, con ese sistema, nada que hacer. Aquí no hay alcalde ni senador ni congresista que asegure contratos. Para eso, mejor que no se salga de Cataluña o de Teruel. Los únicos que logran avanzar son los que en España se batían el cobre solos. Supervivientes de Montoro, se manejan con una destreza admirable. Son los mejores y España los ha perdido para siempre. Aparte quedan los sin título y los políticos. De ellos, hablaré el próximo día.
CONTINUARÁ