De entrada, la gestión de Montoro ganó para España la consideración de una nación de golfos y desvergonzados. No resulta extraño porque Montoro enviaba unas cuentas a la UE comparadas con las cuales las del Gran Capitán eran el colmo de la honradez. Harta de los enjuagues montoriles, la UE exigió la creación de la AIREF – sin paralelos en Europa – para fiscalizar las cuentas del ministro de Hacienda… que se negó a entregarle los papeles necesarios para su gestión. Sólo tras amenazar con recurrir al Supremo, pudo la AIREF contar con la documentación indispensable. Pero, a la vez, no se controló la deuda, no se controló el déficit, no se controló el dinero que se entregaba a los golpistas catalanes y, vez tras vez, la justicia europea quitó la razón a la Agencia tributaria. También al Tribunal supremo al que comenzó a ver como peligrosamente sumiso a instancias como los bancos. Los políticos – y los medios – podían insistir en que todo iba de maravilla, pero, en el seno de Europa – y no sólo de Europa – España era contemplada como la nación que no arregla sus cuentas, que carece de seguridad jurídica en las acciones de su Hacienda y de sus tribunales y que permite que los que pretenden desintegrarla no sólo campen por sus respetos sino que además vivan del dinero que la Agencia tributaria saca, con razón o sin ella, de los bolsillos de los contribuyentes. Por supuesto, podemos decir que nos desprecian por la leyenda negra, porque nos envidian la tortilla de patatas o porque - ¡¡¡callen a los pensionistas!!! – como en España no se vive en ningún sitio. No pasa de ser una manera de engañarse aunque más peligrosa que otras. En lugar de recurrir a tópicos manidos y estúpidos, de pedir la salida de la UE y de acordarnos de los Tercios de Flandes, deberíamos actuar con sensatez. España no será jamás respetada mientras sus gobernantes actúan de maneras nada respetables, los medios lo jalean y los ciudadanos siguen votando a ese tipo de políticos. Mientras no cambie todo eso, al norte de los Pirineos, España será contemplada como una nación de listillos, indigna de confianza y digna de que la tomen por el pito del sereno.