Con todo, la razón fundamental es que VOX ha sabido introducir en el debate político temas angustiosos para el ciudadano de la calle, pero que los grandes partidos habían pactado ni rozar. Mientras que desde hace décadas, los contribuyentes se preguntaban cuál era la justificación de las autonomías, por qué determinados delincuentes no pueden pasarse el resto de su vida en la cárcel o a santo de qué había que emplear el dinero que les quitaba la Agencia tributaria en mantener a partidos que desean destruir España, los grandes partidos miraban para otro lado y seguían haciendo oídos sordos. En el colmo, de ZP para acá, incluso aceptaron convertir en dogma atrocidades como la ideología de género, la denominada Memoria histórica, la política laxa frente a la inmigración o la blandura ante los nacionalistas aunque fueran terroristas o golpistas. Es posible que de no haber aparecido VOX, esos ciudadanos justamente hartos se hubieran inclinado por la abstención o por el voto al menos malo. Sin embargo, la suma monstruosa de traiciones de los gobiernos rajoyanos acabaron consolidando una alternativa en la derecha que, para colmo y a diferencia de Ciudadanos, ni tiene complejos ni sufre por ser políticamente correcta. Nadie, salvo Dios en Su infinita omnisciencia, sabe hacia dónde derivará el panorama político español, pero de lo que no cabe duda es que el secuestro del debate ha terminado, que el mérito de esa feliz circunstancia lo tiene VOX y que detrás del joven partido se encuentran millones de españoles entusiastas incluidos antiguos votantes del PSOE y de IU.