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Miércoles, 13 de Noviembre de 2024

Entre Clinton y Bush

Lunes, 15 de Junio de 2015

Aún no han dado inicio las primarias presidenciales en Estados Unidos y parece existir la sensación de que los nominados serán, finalmente, Hillary Clinton por el partido demócrata y Jeb Bush, por el republicano.

Ambos son buenos. No oculto que yo preferiría a Elizabeth Warren por los demócratas – es quien mejor ha analizado los sufrimientos de las clases medias en Estados Unidos – y a Ron Paul por los republicanos, pero suelo reconocer cuando algo es imposible. Hillary se sabe los temas como una opositora, pero, por encima de todo, cuenta con el respaldo de los dos mandatos de su marido que, en términos de economía y empleo, han sido los mejores que han vivido los norteamericanos en el último medio siglo. Jeb es un republicano con experiencia en el gobierno de la Florida y una inclinación hacia el centro que lo distancia de su hermano George. Tanto Hillary como Jeb han reconocido que fue un error la invasión de Irak – sólo los muy sectarios pueden negarlo a estas alturas – y tienen la intención, aunque no es tan fácil de conseguir, de practicar una política exterior más sensata que la que Estados Unidos y el mundo llevan sufriendo desde hace casi década y media. Sin embargo, aceptando todos sus aspectos positivos – que no son escasos – los dos provocan reticencias más que acentuadas en millones de norteamericanos y es así, fundamentalmente, a causa de su apellido. Que la Casa Blanca haya de ser ocupada por el miembro de una familia que ya ha dado dos presidentes o por la esposa de un antiguo jefe de estado es algo que repele al norteamericano medio. En esta “nación bajo Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos”, las dinastías pueden ser aceptables en el mundo de los negocios, pero, por definición, resultan difíciles de digerir en política. De hecho, esa es una de las razones de que el presidente sólo pueda gobernar dos mandatos – F. D. Roosevelt fue la excepción, pero se estaba librando la Segunda guerra mundial – y, si se me apura, incluso del destino trágico de los Kennedy. Quizá en los próximos meses asistamos al espectáculo de cómo las tradiciones republicanas de mayor abolengo ceden ante el pragmatismo de contar con un candidato que consideran casi imbatible. Quizá. Pero si, al final, se impone el impulso propia de las democracias republicanas que nadie se sorprenda. A fin de cuentas, los dos candidatos presentan muy buen nivel. Ya me dirán ustedes si no es para tener envidia.

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