Su fundador aprendió en Cuba lo que eran las cadenas americanas y trasladó el método a España. Isidoro Álvarez, su sucesor, lo superó. No se trata sólo de que acabara comprando a su gran rival, Galerías Preciados, ni que se extendiera en áreas impensadas como los seguros, la informática o las agencias de viajes. Es que conocía el negocio y cómo mejorarlo. Hace tres años, de riguroso incógnito, se recorrió las cuatro plantas del edificio de Zara en la calle de Serrano simplemente para saber que hacía Amancio Ortega mejor que El Corte inglés. No sorprende que en 2005, la National Retailer Federation le concediera el premio al Mejor distribuidor del año en Estados Unidos. Era un mero reconocimiento a la realidad. Tampoco creo que llamara la atención de nadie en este periódico que hace dos años se le concediera el Premio Alfonso Ussía en la categoría de Trayectoria ejemplar. A decir verdad, con él se acuñó la famosa frase de que España eran “diecisiete autonomías unidas por el Corte inglés”. Era más que una ocurrencia. La apertura de un centro del Corte inglés llegó a ser tan importante que he conocido casos en que el presidente de una CCAA impedía que se inaugurara en un ayuntamiento de su región simplemente porque lo gobernaba el partido contrario y podía significar un tanto electoral. A lo largo de décadas, Isidoro supo lo que hacía y lo hizo sin intrigas políticas, sin compadreos y sin partidismos. Recuerdo a la perfección la última vez que me encontré con Isidoro Álvarez. Fue hace un par de años. Le había hecho llegar una nota comentándole una incidencia en uno de los departamentos del Corte inglés y le faltó tiempo para invitarme a reunirme con él. Estuvimos departiendo un buen rato – tanto que me sorprendió – y me comentó que confiaba en una recuperación económica que, efectivamente, el año pasado llegó para El Corte. Al marcharme, me reafirmé en lo que había barruntado durante mucho tiempo: Isidoro era un fruto del sistema norteamericano de grandes almacenes, pero también la encarnación del refrán que afirma que el ojo del amo engorda el caballo.