Un acto sencillo por parte del Ayuntamiento de Madrid, un concierto al que acudirán los príncipes y sanseacabó. No me sorprende, pero me causa una inmensa pena. Claro que todo se entiende si lo miramos con perspectiva histórica. Hace ahora cinco años, los dos mandatos de Aznar habían situado a España en el primer plano de la política internacional haciendo llorar incluso a unos franceses que se resentían de lo conseguido en Niza por el gobierno español y que no soportaban que las empresas francesas fueran compradas por los vecinos transpirenaicos. Marruecos – que sigue odiando a Aznar visceralmente – no se resentía menos del frenazo sufrido en Perejil. Pero, por encima de todo, los partidos nacionalistas se mordían los puños al ver cómo sus objetivos habían experimentado una contención no por causalidad paralela a las derrotas continuadas de ETA. De hecho, su único respiro experimentado en los meses anteriores había sido el Pacto de Tinell entre el PSC y los nacionalistas catalanes que dejaba al PP fuera de la vida pública y que se manifestó de manera inmediatamente sospechosa en el viaje de Carod-Rovira a Perpiñán para pactar con ETA. Dado que todo ese panorama había ido acompañado de un crecimiento económico excepcional, el PP veía con sobrado optimismo las elecciones convocadas para mediados de marzo. Entonces tuvieron lugar los atentados del 11-M. Pocos hechos han alterado tan profundamente la Historia de España provocando un vuelco político de enormes consecuencias. Surfeando sobre las informaciones – totalmente falsas – acerca de terroristas suicidas emitidas por la cadena SER, sobre los asaltos a las sedes del PP y sobre la violación de la jornada de reflexión por Rubalcaba, ZP obtuvo una inesperada victoria electoral el 14-M. De manera inmediata, se abrieron las puertas a las más ambiciosas pretensiones nacionalistas mediante el diálogo con la banda terrorista ETA o el nuevo Estatuto catalán. En paralelo, España abandonó su importante posición internacional para aliarse con las dictaduras de izquierdas del continente americano, para rendirse a las exigencias de Marruecos y para someterse en política exterior a los dictados de Francia adoptando un papel capitidisminuido en el seno de la UE. No resulta sorprendente que, con semejantes mutaciones, una vez en la Moncloa, ZP y sus aliados de izquierdas y nacionalistas hicieran todo lo posible porque se pasara página a los atentados y además se aceptara la versión oficial que los relacionaba con la guerra de Irak. Conseguido el objetivo de los atentados, cuanto antes se olvidaran mejor que mejor.
Con ese panorama de fondo, tampoco sorprende que aquellos que rechazaron la versión oficial y se pusieron a investigar los hechos fueran rechazados por una amplia gama de medios y fuerzas que iban desde la derecha hasta la izquierda. Sí, porque ahí se reunieron desde los partidarios de una derecha – es un decir – gallardoniana al plúmbeo comunicador de una cadena espesamente clerical que incluso escribió un libro que nadie compró y menos leyó contra la denominada “conspiranoia” hasta llegar al más que interesado grupo PRISA pasando por los sicarios más conocidos – en otro tiempo importantes cargos – de la izquierda mediática. Para desgracia suya y bendición de los que buscan la verdad, al fin y a la postre, la sentencia del 11-M desmontó la versión oficial, a la vez que dejaba sin responder algunos interrogantes de enorme relevancia.
Ha sido precisamente José María de Pablo, abogado de unas de las asociaciones de víctimas del 11-M, el que ha dejado de manifiesto en un libro reciente – La cuarta trama, Ciudadela ediciones - que en los atentados intervino de manera decisiva una cuarta trama, una trama que estaba relacionada con las Fuerzas de seguridad del Estado y que además estaba interesada en la victoria electoral del PSOE.
A cinco años de distancia de aquellos atentados, somos muchos los que no olvidamos a las víctimas, los que no estamos dispuestos a correr un tupido velo sobre la verdad y los que no vamos a dejar de exigir justicia. Seguramente, es así porque sospechamos que detrás de esa cuarta trama se encierra la que merece más justamente el calificativo de primera. La que cambió la Historia de España mediante un golpe de Estado posmoderno, el que tantos – a izquierda y a derecha – llevan negando e intentando ocultar desde hace cinco años.