Chávez logró reducir en un porcentaje espectacular la pobreza. Cuestión aparte es que no tuviera la menor idea de economía, permitiera el surgimiento de una nueva corrupción rampante – la robolución– y colocara a Venezuela en una situación de extraordinaria fragilidad económica. Todos los días se escuchan voces pidiendo nuevas sanciones internacionales y se pasa por alto que Venezuela ya recibió un golpe económico de extraordinaria relevancia cuando Obama pactó con el rey de Arabia Saudí la bajada artificial del precio del crudo. Esa medida – que, como tantas otras, llamó poco la atención a pesar de su inmensa relevancia – condenó a la quiebra a medio plazo a Venezuela. Chávez fue incapaz de diversificar la economía y siguió fiando todo su programa en el mantenimiento del precio del petróleo y en su utilización para obtener complicidades en el exterior y apoyos en el interior. En el momento en que Obama pactó con los saudíes el desplome de los precios al chavismo sólo podía esperarle la ruina porque más del noventa por cien de las exportaciones venezolanas son puro petróleo. Digámoslo claramente: si los dirigentes chavistas hubieran sido gentes honradas y competentes, Venezuela hubiera pasado angustias mortales para salir adelante frente a una bajada artificial del precio del crudo. Como, por desgracia, el chavismo es un paradigma de la corrupción política incluyendo sectores dedicados al narcotráfico y además se caracteriza por esa suma de dislates económicos tan comunes en el socialismo, el resultado ha sido devastador. La tormenta preparada por la administración norteamericana anterior fue de tonos apocalípticos, pero es que, por añadidura, a bordo de la nave del gobierno venezolano, se encuentra una tripulación mezcla del más tonto del barrio y el más ladrón del pueblo. Y aquí entra en juego un factor que no oigo mencionar a la oposición y que resulta esencial. En octubre, vencerán billones de dólares de la deuda venezolana y Maduro no tiene a día de hoy cómo pagarla. En otras palabras, salvo que Goldman Sachs acuda de nuevo en su ayuda o que se produzca un milagro, Venezuela entrará en suspensión de pagos – el terrible default - y Maduro tendrá que irse. Por una sencilla razón. El sistema chavista se ha mantenido en el poder creando la clientela pública mayor del globo. El cincuenta por ciento de su población activa son empleados públicos. Mientras han cobrado su salario, mayoritariamente, han obedecido las consignas. ¿Cómo no hacerlo si además la oposición, de llegar al poder, podría represaliarlos? Todo cambiará si no pueden cobrar y Maduro se enfrentará con una presión insoportable. Precisamente por ello, cuando la robolución chavista podría tener los días contados sería obligado que aquellos que pretenden acabar con ella articularan un plan viable de futuro más allá de paralizar el tráfico, anunciaran si van a mantener la burla constitucional forjada por Chávez o a iniciar un proceso que establezca una legislación verdaderamente democrática y analizaran la realidad en lugar de exigir una más que improbable intervención de Estados Unidos, un golpe militar o la suma de muertes de jovencitos con más corazón que cabeza y más patriotismo que prudencia. Todos ellos fenómenos que, hasta el día de hoy, son susceptibles de traducirse más en sangre que en éxito.