Esta vez esas continuadas interrupciones encaminadas a que Rajoy no pudiera hablar ya no pueden atribuirse a nerviosismo. Eran un táctica clara para golpear cerca del cinturón a ver si ante la bochornosa pasividad de Olga Viza podía deslizarle a su oponente un golpe bajo que lo doblara. Lo intentó con el 11-M – ¡ZP que ha sido desmentido por la sentencia de la causa! – y volvió a intentarlo con la guerra de Irak. Ahí llegó al punto más alto de su intervención y a partir de ese momento se desfondó. Al regreso de la publicidad y a pesar de que Olga Viza seguía mirando para otro lado y de que ZP continuaba con un comportamiento suficiente como para percatarse de que sus padres tiraron el dinero llevándolo a un colegio de pago – religioso y guiado por la chacha por más señas – fue perdiendo fuelle de una manera patética. La conclusión resultó, desde luego, deplorable, tanto que cuando Rajoy volvió a sacar a la niña hasta pareció que quedaba bien. También es cierto que en los minutos previos lo que había dicho el presidente del PP sobre la inmigración, la vivienda, las infraestructuras o la persecución del castellano por el gobierno nacional-socialista de Cataluña era demoledor y ZP se quedó acongojado en más de una ocasión sin poder reaccionar. No extraña que luego Caldera, el inefable señor del Tippex, anunciara el triunfo de ZP con una voz que parecía doblar a difuntos. ZP, contra lo que hubieran deseado, no había ganado y Rajoy seguía entero. Por si fuera poca desilusión, el debate de anoche tuvo una audiencia inferior en más de un millón y cuarto de personas que el anterior y hoy hemos conocido la cifra de desempleo que es pésima. El PSOE no está para cantar victoria, pero tampoco el PP para confiarse.