Al grito de que las vidas negras importan, Jessica respondió que TODAS las vidas importan. Ambas partes se separaron, pero el incidente no terminó ahí. Los defensores de que las vidas negras importan esperaron al acecho en los alrededores y, finalmente, abrieron fuego matando a Jessica Doty Whitaker. Su novio respondió a los disparos, pero no logró herir a nadie. Jessica deja tras de si un niño de tres años al que han dicho que su mamá está en el cielo y que no podrá regresar a casa. No hace falta que diga a los lectores que este asesinato – porque aquí no hay autopsias que atribuyan la muerte a que Jessica estaba mal del corazón o andaba cargada de droga hasta las orejas – no ha merecido ni de lejos la reacción que provocó la muerte del negro Floyd. Las grandes cadenas en su mayoría no han dicho ni palabra. La gente de Hollywood no ha comenzado a donar dinero para que Jessica tenga un funeral. Los políticos no se han propinado codazos para salir en la foto lanzando invectivas contra el crimen. Los corresponsales extranjeros han guardado un silencio sepulcral que los retrata. Hasta donde yo sé no habrá manifestaciones ante las embajadas y los consulados de Estados Unidos porque han asesinado a una persona por el horrendo crimen de no gritar que importan las vidas negras sino que todas las vidas importan. Y es que no todas las vidas importan. Ni en Estados Unidos ni en ninguna otra parte del mundo. En España, se sigue recordando a unos terroristas con los que incluso se pacta políticamente, pero sus víctimas son sepultadas en el olvido. Se mantiene un recuerdo torcido de los represaliados en un bando de la guerra civil mientras se corre un tupido velo sobre los del otro que no fueron menos numerosos. Se acude a un funeral por una catástrofe en una nación lejana, pero se huye de ir al dedicado a las decenas de miles de compatriotas víctimas de una pandemia. Está prohibido gritar que todas las vidas importan. Hasta pueden matarte como a Jessica sin que nadie se entere.