Jueves, 9 de Mayo de 2024

Votar a Hillary

Miércoles, 3 de Agosto de 2016
En mi anterior artículo, me referí a las personas que, previsiblemente, votarán a Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales. Resulta, pues, obligado dedicar éste a los votantes potenciales de Hillary.

En primer lugar, la votarán los que recuerdan con nostalgia al presidente Clinton. Muchos desearían relacionar a Bill Clinton sólo con episodios como el de la becaria Lewinsky o el fracaso de las conversaciones para llegar a un acuerdo definitivo en Oriente Medio. Sin duda, todo eso sucedió durante su presidencia, pero no es menos cierto que Clinton consiguió las mejores cifras de empleo de la Historia reciente y unos resultados económicos envidiables. El sueño de muchos es verlos repetidos y esperan que se conviertan en realidad con Hillary en la Casa Blanca.

Segundo, apoyarán a Hillary los partidarios de la protección o incluso de la discriminación positiva en favor de minorías como los negros, los hispanos o los gays. Por supuesto, hay excepciones a ese respaldo como puede ser el caso de algunos negros del estilo de Larry Elder o de buena parte de los cubanos o los venezolanos de Miami, pero, en términos mayoritarios, Hillary tiene más que sobradas razones para pensar que se llevará el voto negro, hispano y gay. A fin de cuentas, desde los años sesenta y con resultados diversos en el terreno práctico, la comunidad negra se siente más identificada con el partido demócrata. De la misma manera, los hispanos son en un ochenta por ciento gente procedente de México y no de regímenes de izquierdas. Finalmente, el lobby gay ha ido avanzando una agenda gracias, mayoritariamente, a sectores cercanos al partido demócrata. A estas minorías se sumará el voto de no pocas mujeres ilusionadas con la idea de que una de ellas alcance la presidencia. Igualmente, el de aquellos norteamericanos que siguen considerando – y no son pocos – que el racismo continúa existiendo como un problema irresuelto en el seno de la sociedad.

Tercero, respaldarán a Hillary los que aspiran a unas políticas sanitaria y educativa mejores. La sanidad en Estados Unidos es, ciertamente, buena, pero también innegablemente cara y fuera del alcance de millones de ciudadanos. Las consecuencias de esa circunstancia son no pocas veces dramáticas como se desprende del hecho de que la esperanza de vida en Estados Unidos resulte muy mal parada cuando se la compara no sólo con la de las naciones de Europa occidental sino también de algunas de Hispanoamérica. Según datos oficiales, determinadas dolencias, por ejemplo, el cáncer de pulmón, en ciertos estados, equivalen a una sentencia de muerte casi segura. En cuanto a la enseñanza, el panorama presenta también datos inquietantes. La escuela pública ha sufrido en no pocas áreas de la nación una desinversión con consecuencias penosas, pero, por añadidura, en la universitaria – que es una de las mejores del mundo – el sistema de becas deja mucho que desear – no todo el mundo es un prodigioso jugador de baloncesto – y no es excepcional que un estudiante se gradúe con una deuda de centenares de miles de millones de dólares, deuda que, a diferencia de otras, tendrá que abonar al banco incluso aunque se declare en bancarrota. Estas dos circunstancias, más que difíciles de justificar, explican por si solas buena parte del apoyo recibido por Bernie Sanders y, siquiera en parte, beneficiarán a Hillary. Es cierto que no todos los seguidores de Bernie Sanders van a dar su voto a la que denominan “candidata de Wall Street” y no es menos verdad que el Obamacare no ha funcionado todo lo bien que se esperaba. Sin embargo, en estos temas, muchísimos ciudadanos confían más en Hillary que en Trump.

Cuarto, la votarán los que desean que once millones de inmigrantes ilegales se queden y, por añadidura, puedan venir sus familiares. El único esfuerzo – derrotado hasta ahora – para que la mitad de esa cifra impresionante pudiera permanecer legalmente en territorio de Estados Unidos lo ha realizado Obama y es previsible que Hillary lo repita. Naturalmente, se trata de una esperanza que provoca rechazos en sectores muy amplios de la población, incluidos los hispanos que ya están dentro y que desean que se cierren las puertas, pero no puede ocultarse que también recibirá el respaldo entusiasta de millones de votantes.

Quinto, también la votarán los que creen más en un mensaje comunitario que individualista, positivo que negativo. De hecho, uno de los aspectos más inteligentes de la campaña demócrata es contraponer el “unidos” al “hombre solo”. La idea de que el conjunto de los ciudadanos es más relevante que el esfuerzo de un coloso o que América debe ser contemplada en colores luminosos y no con tonos sombríos tiene un peso sobre el imaginario del electorado de Estados Unidos que no tendría en otras naciones como, por ejemplo, las europeas más entregadas a aceptar mensajes de alarma. Ahí el equipo de Hilary está demostrando una habilidad indiscutible.

Sexto – y muy importante – el ticket demócrata será votado por muchos de aquellos ciudadanos que desean a un presidente moderado. Hillary está jugando muy astutamente la carta de ser la candidata que no sólo no provocará maremotos en el mundo financiero sino que es capaz de impulsar a un candidato a la vicepresidencia cuyo discurso en favor de la familia parece pronunciado por el ala derecha de los republicanos. Podrá ser presentada por muchos como la hermana gemela del Anticristo, pero lo cierto es que su compañero de ticket es un buen padre de familia, con una esposa encantadora y un pasado como misionero en Centroamérica donde aprendió un más que aceptable español. En cuanto a la misma Hillary, hay que reconocer que ha conservado el vínculo matrimonial contra viento y marea. Si hubo “demócratas por Reagan” en el pasado, Hillary aspira ahora a tener sus “republicanos por Clinton”.

Séptimo y esencial, Hillary es la candidata del establishment. Semejante realidad es imposible de percibir para aquellos que llevan décadas presentándola como una especie de Lenin rubio y femenino, pero lo cierto es que los Clinton se han caracterizado por una adaptación a los grandes lobbies digna de un estudio en profundidad. No presionará a las grandes empresas sino que aceptará demandas añadidas procedentes de las mismas; no acosará a Wall Street sino que, como hizo su marido, facilitará su acción y enriquecimiento; no contrariará la política de Israel – Clinton fue mucho más pro-Israel que Bush padre - y, a diferencia de un aislacionista Trump, emprenderá cualquier intervención militar considerada conveniente en ciertas esferas de poder. No se trata sólo de ver qué naciones han entregado dinero a la Fundación Clinton para poder intuir cuál será su política exterior sino de examinar su propia trayectoria como secretaria de estado. A Hillary se le deben, entre otras cosas, las intervenciones conocidas como “primaveras árabes” – fallidas trágicamente – y el abandono de la política de entendimiento con Putin respaldando un golpe de estado de los nacionalistas ucranianos cuyas últimas consecuencias lamentables quizá no hemos padecido todavía. Sus adversarios podrán acusarla de paloma como a Obama - ¡una paloma presidencial que bombardeó siete naciones en cinco años! – pero lo cierto es que Hillary ha sido un claro halcón como secretaria de estado. Cuestión aparte es que haya cometido errores en su gestión - ¿alguien se atrevería a decir ahora que la intervención en Irak ha sido un éxito? - o que no haya atacado a todas las naciones que determinados grupos desearían para provocar los cambios de régimen ansiados. La política exterior de Estados Unidos no se ha diseñado nunca sobre la base de complacer a exiliados afincados en su seno. Cuestión aparte es que éstos puedan ser considerados útiles, ocasionalmente, para desarrollar una política exterior determinada. Desde luego, a día de hoy, si existe un candidato de lo que Eisenhower denominó “el complejo militar-industrial”, es un candidato con nombre de mujer.

 

 

En su conjunto, Hillary apela a amplísimos sectores sociales que van desde los republicanos moderados – o simplemente anti-Trump – a las minorías étnicas que pueden decidir elecciones en swing states como Florida pasando por importantísimos lobbies que resultan de enorme relevancia económica, social y mediática. Para derrotarla, tendrán que ser muchos los americanos que acudan a las urnas convencidos de que les están robando el país .

 

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