El documento resulta revelador porque no sólo deja de manifiesto que la iglesia católica seguía siendo una enemiga declarada de la libertad religiosa sino que además estaba más que dispuesta a valerse del aparato del estado para impedirla. Así afirma el texto que entre las armas de que dispone la iglesia católica contra la expansión del protestantismo se halla el que “cuando los Gobernadores de provincias son buenos católicos, y lo son casi siempre, los Obispos encuentran en ellos excelente ayuda; pues constituyen aquellos un gran elemento para molestar a los protestantes y hacerles imposible la vida sin necesidad de infringir las reyes del reino o tolerancia religiosa”[2]. La cita – se convendrá en ello – no tiene desperdicio a la hora de mostrar la realidad de una institución que algunos ahora, por ignorancia supina o peor mala fe, quieren presentar como campeona histórica de la libertad religiosa. Pero sigamos con el texto.
El documento señalaba igualmente que “estos medios y otros que la necesidad práctica fácilmente sugerirá pueden impedir todo avance del protestantismo en España y aun hacer imposible su vida”. Porque la verdad es que, a pesar del odio con que el prelado se expresaba a la hora de hablar de los protestantes, resultaba innegable que éstos realizaban una obra social que la iglesia católica no había acometido jamás. Por ejemplo, según el mismo documento, en Sevilla, “hasta 1913, todas las escuelas mineras eran protestantes”, un peligro que había que contrarrestar y que, por enésima vez, dejaba al descubierto el nulo interés de la iglesia católica por la educación popular. Entre las líneas en que se detallaban el número de iglesias y escuelas protestantes en territorio español y su ubicación geográfica, se percibía la cólera y el temor que provocaba a la Santa Sede la idea de que, más tarde o más temprano, España podía acabar dando entrada a una verdadera libertad religiosa y con ella a una inevitable expansión del protestantismo. Así, por enésima vez, la iglesia católica dejaba de manifiesto que no se veía capaz de enfrentarse con lo que llamaba la “peste evangélica” si no la respaldaba el aparato del estado y la violencia ya institucional, ya de las turbas. Pocas veces se habrá reconocido de manera más obvia -y a pesar de las orgullosas afirmaciones de superioridad - la propia inferioridad espiritual.
No eran sólo palabras. Durante la II República, la iglesia católica tuvo bastantes problemas con intentar preservar sus privilegios y con agitar a sus fieles con esa finalidad. No sorprende que el mismo cardenal Tarancón dijera – era cierto – que en vísperas de la guerra civil, las sacristías se habían convertido en lugares donde se conspiraba para alzarse en armas. Ni que decir tiene que cuando estalló todo, sobre los evangélicos cayó no poca de la represión, una represión que no ha sido contada de manera completa hasta ahora. Y es que, página especial en el capítulo de la represión educativa desencadenada de manera inmisericorde por la iglesia católica, fue el relativo a las iglesias protestantes. Si ya antes de la proclamación de la II República, la Santa Sede había manifestado su preocupación por “la peste evangélica” y la existencia de escuelas protestantes y había cursado consignas para, literalmente, “hacer la vida imposible” a los protestantes españoles, a partir de julio de 1936, las operaciones militares permitieron a la iglesia católica proceder impunemente al asesinato de los pastores protestantes, al robo de sus bienes y al cierre de sus iglesias y escuelas[3]. Así, el 9 de octubre de 1936, Miguel Blanco, pastor de San Fernando fue fusilado, al igual que el pastor granadino Salvador Iñiguez. El mismo destino trágico sufrieron García Fernández, un antiguo sacerdote católico convertido a la fe de la Biblia, y su esposa que ayudaban en la iglesia evangélica de Granada. En Jaca, todos los maestros de las escuelas protestantes fueron pasados por las armas. Su caso no fue excepcional. El 9 de diciembre, el pastor salmantino Atilano Coco fue también fusilado por los alzados. Su esposa, y luego viuda, había entregado a Miguel de Unamuno, una carta despidiéndose de él. Unamuno no logró salvar la vida de su amigo protestante, pero la amargura que llenó su corazón por el crimen fue la que lo llevó a enfrentarse con Millán Astray en la universidad de Salamanca y a confinarse después en su domicilio hasta su muerte poco después. Era tan sólo el inicio. Cuando la guerra acabara, todos los templos y escuelas protestantes serían clausurados. A esas alturas, de las 147 poblaciones en las que había obra evangélica, sólo 33 conservaban en pie sus locales. En el resto, las fuerzas católicas de los vencedores los habían saqueado y arrasado aprovechando el conflicto. A partir de 1939, se producirían incautaciones de los locales protestantes para utilizarlos, como en Puertollano, para beneficio de la iglesia católica. Los protestantes no conservarían ni una sola de sus escuelas. Despojados de sus lugares de culto y de estudio, se veían así, como en tantas ocasiones, hermanados con los judíos por la persecución procedente de un verdugo común.
Aunque las iglesias evangélicas nunca – a diferencia de la iglesia católica o de la UGT, el PSOE o el PCE – han solicitado reparación por estos atropellos crueles yo recuerdo esos episodios.
Los recuerdo cuando católicos, generalmente anónimos, me envían mensajes privados insultándome y/o amenazándome con la tortura o la muerte
Los recuerdo cuando los trolls católicos entran en mis muros airados ante la exposición de la verdad y comienzan a soltar los topicazos de siglos que ahora resultan más ridículos y endebles que nunca
Los recuerdo cuando sé de la última presión sufrida por medios de comunicación o editoriales para que no pueda escribir una línea más o no pueda nunca volver a colocarme ante un micrófono o una cámara
Los recuerdo cuando pienso que todos aquellos protestantes de los que las fuentes de la época cuenta cómo fueron detenidos, torturados, encarcelados, privados de sus bienes e incluso muertos por el único delito de querer compartir el Evangelio puro de la Biblia con sus compatriotas
Los recuerdo y pienso que todas aquellas personas que padecieron la persecución a manos de la iglesia católica fueron mucho, mucho, mucho mejores que yo.
Los recuerdo y me digo incluso que yo soy un afortunado porque siempre que me han perseguido sólo han conseguido que Dios me colocara en un lugar desde el que poder hablar con más fuerza
Los recuerdo y me digo que yo soy afortunado porque donde ellos sufrieron a sacerdotes que les quemaban las Biblias y los Nuevos Testamentos, a policías que los detenían o a piquetes que los fusilaban yo sólo soporto a indocumentados que como trolls son pesados, pero que, dialécticamente, no sirven ni de sparrings y a cobardes que a la hora de amenazarme ni siquiera se atreven a poner su nombre o a dejar de utilizar el plural (“te vamos a…”), quizá porque, como todos los cobardes no se atreverían jamás a dejar de actuar en cuadrilla
Los recuerdo y me digo que yo soy afortunado - muy injustamente - porque me dedican esa atención a mi que ni recibo el 0,7 del IRPF, ni me apodero de inmuebles que no son míos mediante inmatriculaciones inmorales, ni cobro de todas las administraciones para luego presumir de caritativo, ni evado pagar el IBI, ni poseo editoriales, ni cuento con cadenas de radio y TV, ni mando sobre políticos, ni recibo dinero de piadosos empresarios, ni cuento con universidades, ni escondo mis caudales en SICAVs para ocultarlos y no pagar impuestos, ni convierto la religión en un negocio ni… tantas cosas.
Los recuerdo y me digo que yo soy afortunado porque tampoco faltan católicos decentes que dejaron de creer hace tiempo en no pocas de las pretensiones de su jerarquía, que me escriben dándome aliento, que me agradecen noblemente el poder enterarse de la verdad tras tantos años de silencio y que se sienten profundamente avergonzados de los trolls y de sujetos semejantes porque les recuerdan épocas bochornosas del pasado.
Los recuerdo y me digo que soy afortunado porque el mismo Jesús dijo que era una bendición el padecer persecución por causa de la justicia y nada hay más justo que proclamar la Verdad aunque eso irrite a los mercaderes que se apoderaron del Templo.
Los recuerdo y me digo que soy afortunado porque sé que no prevalecerán contra el avance incontenible de la Verdad contenida en la Biblia y porque la Historia dice que siempre que ha existido un resquicio de libertad han retrocedido a pasos agigantados.
Sí, ciertamente, soy afortunado, gracias a Dios, siendo mucho peor que los que me precedieron. Queridos amigos, ¡Que Dios los bendiga!
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[1] J. R. Hernández Figueiredo, “El protestantismo en la España de la II República a la luz de los informes del Archivo secreto Vaticano”, Hispania Sacra, LXIII, 127, enero-junio 2011, pp. 305-371.
[2] Idem, Ibidem, p. 312.
[3] Diversos ejemplos de la represión católica desencadenada contra iglesias y escuelas protestantes en J. Flores, Historia de la Biblia en España, Tarrassa, 1978, pp. 274 ss.