Como ejemplo obligado, escogí a Enrique Larreta y su extraordinaria novela La gloria de don Ramiro.
Larreta pertenecía a una familia importante de Argentina y desempeñó funciones de profesor universitario y de diplomático. Precisamente en el período 1915-6 residió en Biarritz, Francia y aporvechó para visitar España y, de manera muy especial, Ávila. Larreta no sólo trabó amistad con Unamuno al que admiraba sino que además se empapó de la España del siglo de Oro. Fruto de esa inmersión extraordinaria fue la mejor descripción literaria de la España de la Contrarreforma con que contamos a excepción de lo que sus autores nos dejaron y de algún ejemplo aislado como El hereje de Miguel Delibes. Me refiero, claro está, a La gloria de don Ramiro.
La novela disecciona con una trama crecientemente interesante y una capacidad descriptiva envidiable la historia de un español llamado Ramiro. Totalmente imbuido del principio de limpieza de sangre – un principio sobre el que pasaron de puntillas personanes como Colón, Las Casas o el Inca, pero que articuló la sociedad española y la de Indias hasta bien entrado el siglo XIX – Ramiro ignora que su madre quedó embarazada siendo soltera de un morisco y que sólo el hecho de que se casara apresuradamente con un cristiano viejo le permitió ocultar la terrible deshonra a la sociedad y al fruto de la misma, el propio Ramiro.
Esa España que domina las Indias y que es la primera potencia de la época es la España que aborrece el trabajo manual como algo infame, que desprecia el mundo de las finanzas, que no da valor a la enseñanza que además es monopolio del clero, que asume la suciedad repugnante como marca de santidad, que considera la mentira un pecado venial o que se complace en la acción de la Inquisición. De hecho, la escena del auto de fe de Larreta es una de las cumbres narrativas de una novela que destaca en ese aspecto.
Al final, esa España, a pesar de la explotación de Indias y de los caudales en metales preciosos, se ve envuelta en una espantosa espiral de impuestos y deuda crecientes - ¿les suena familiar? – expulsando a muchos de sus hijos a tierras donde aspiran a reiniciar su vida. Su destino sólo puede ser aciago. No sorprende por ello que no fueran pocos los que se atrevieran a cruzar el océano en busca de una nueva vida en las Indias ni tampoco que abundaran los que, al hacerlo, cayeran en las peores conductas buscando resarcirse de todo lo que les había negado su tierra natal.
No voy a relatar el desenlace de la novela aunque sí puedo decir que, como Palma o Guamán Poma de Ayala, Larreta se dio cuenta de que, espiritualmente hablando, no podía esperarse la redención de España y de Hispanoamérica en la iglesia católica. La salvación espiritual de España e Hispanoamérica no estaría ciertamente en las recetas traídas de la Europa de la Contrarreforma. Sin embargo, en ellas se encuentra la clave – ocultada ferozmente por la leyenda blanca – para comprender los destinos aciagos de naciones como España o las repúblicas hispanoamericanas. Pocas novelas lo explican mejor que La gloria de don Ramiro de Larreta.
CONTINUARÁ