Pocos sabrán, por ejemplo, que esa serie extraordinaria que se titulaba In Treatment no era sino la versión americana de la Be-Tipul israelí. Es una lástima en cualquier caso porque este conjunto de obras permite asomarse a una sociedad que no es igual a la que adversarios y amigos cuentan.
Hatufim es un buen ejemplo de ello. Hollywood ha gustado de pintar siempre la situación militar que atraviesa Israel desde hace décadas en términos épicos. Realizó varias películas sobre el rescate de Entebbe; produjo una impresionante Éxodo de la que, consideraciones cinematográficas aparte, hay que decir que todo parecido con la realidad es mera coincidencia e incluso se ha entregado a filmar películas de comandos vengadores. Quizá no se pueda esperar más, pero Israel no ha reflejado así la situación en que vive. No es que la haya mostrado de manera más imparcial, es que, simplemente, no puede mentir ni dejarse llevar por el entusiasmo ante la realidad que millones de ciudadanos conocen y sufren.
Hatufim es la historia de tres soldados israelíes enviados a perpetrar el asesinato de un terrorista. La operación – de la que apenas sabremos nada – fracasa y los sirios capturan a los israelíes. Por sucesivos flashbacks conocemos los maltratos y las torturas, pero no es ése el énfasis de la serie sino lo que sucede cuando dos de ellos regresan a Israel tras dieciocho años de cautividad gracias a un canje de soldados por terroristas. Mientras los políticos y buena parte de la población se felicitan por el intercambio, no todo son albricias y parabienes. Uno de los cautivos descubre que ha aparecido el DVD e internet y que él – que pudo ser publicista años atrás – ahora es sólo un hombre que sufre crisis de ansiedad y que tiene enormes problemas para reintegrarse en el seno de su familia. Su compañero no está en mejor situación por la sencilla razón de que su novia se ha casado con su hermano y tenido un hijo con él. Y mientras sus propias familias los reciben con dificultad, no es mejor la recepción en otros lados. Los parientes de las víctimas de los terroristas liberados claman a voces preguntándose por qué alguien que hizo volar por los aires a una hija o a una esposa ha sido puesto en libertad para que regresen dos soldados – el tercero ha muerto – de los que ya no se acordaba nadie. Las fuerzas de seguridad del estado los escudriñan porque saben que, en el cautiverio, ha habido soldados israelíes que se pasaron al enemigo con armas y bagajes. El camarero puede reconocerlos en la cafetería, pero no les invitará a la consumición. Los antiguos compañeros no los recuerdan o, caso de hacerlo, piensan en cómo sacar un beneficio con su cercanía y breve resonancia mediática. Las comadres condenan a la novia que no espero y ensalzan a la esposa que sí lo hizo. Y, por añadidura, las mismas historias íntimas aparecen teñidas de mentira, incomodidad y quizá incluso sufrimiento.
Con ese telón de fondo – en absoluto, falso – la serie se permite incluso rozar algunos temas que no suelen aparecer en los medios de comunicación habitualmente como el de los muchachos israelíes que se niegan a realizar el servicio militar. Una película relativamente reciente se dedicó al caso de un joven que no se presentaba cuando era llamado a filas por la sencilla razón de que no se identificaba con el estado de Israel ni con la ideología emitida por los medios. No era pacifista. Simplemente, le importaba un pito la existencia de un estado judío y lo que había movido a su padre a su edad. Ignoro si existe alguna producción sobre los refuseniks, es decir, los objetores de conciencia – muchas veces oficiales condecorados como héroes – que se niegan a servir en el ejército en zonas de ocupación porque consideran que es inmoral la manera en que Israel se comporta en esas áreas y que actuar como fuerzas ocupantes excede con mucho su deber de defender a la nación. No aparecen, desde luego, en esta serie, pero tampoco se oculta que no todo es entusiasmo. La misma hija de uno de los protagonistas – que se acerca por razones de desequilibrio psicológico a la ninfomanía con hombres considerablemente mayores que ella – sirve en las fuerzas armadas, pero transmite todo menos patriotismo rutilante.
Se necesita mucho valor para trazar un fresco como el que ofrece Hatufim y otras producciones en que se ha cuestionado incluso al estamento de los ultra-ortodoxos bien es verdad que no por algunas de sus características más escandalosas como la aversión profunda hacia los no-judíos sino por la manera en que pueden asfixiar la existencia de una mujer. Algunos cineastas palestinos como Elia Suleiman han sido no sólo más realistas sino también más corrosivos, pero películas como la genial Intervención divina jamás se pudo estrenar en las áreas controladas por la Autoridad Nacional Palestina y no digamos Hamás.
Hatufim se emitió por la televisión israelí en el 2010 y ha contado con una secuela que no he visto, pero tengo intención de contemplar con sumo interés. El mensaje desagradará a los adversarios de Israel porque los israelíes, incluso los que van a asesinar terroristas al otro lado de la frontera, son tremendamente humanos – y por ello, frágiles - en sus debilidades y limitaciones, pero también es muy posible que desagrade a los partidarios porque muestra que la guerra no es algo barnizado por la epopeya sino espantoso; que ninguna sociedad es totalmente feliz ni modélica; que las mezquindades de todo tipo son propias del ser humano y que los héroes no pocas veces lo son a la fuerza y con un costo excesivo. El día que en España la izquierda o la iglesia católica o la monarquía o el mundo financiero sean capaces de realizar algo semejante… sólo Dios sabe lo que puede suceder.