Suele ser opinión extendida la de que los judíos exterminados por los nazis fueron llevados a su muerte como ovejas al matadero. Esa descripción es cierta en algunos casos, pero no se corresponde ni mucho menos con otros que se contaron con millares. Hubo judíos que se enfrentaron con el III Reich no sólo en los ejércitos de sus naciones sino también en unidades de partisanos o en la Resistencia.
La vivencia de los primerísimos años de los seguidores de Jesús parece haber resultado extraordinariamente entusiasta en buena medida como consecuencia de su vivencia de las apariciones del resucitado y de las ininterrumpidas conversiones de sus correligionarios judíos.
Esta semana, en la última sección de Palabras al aire de este año, Sagrario Fernández Prieto señalaba la expresión “bailar en la cubierta del Titanic”. No está muy claro lo del baile, pero sí que la orquesta siguió tocando y que la melodía fue el himno evangélico que les traigo hoy. Permítanme hacer algo de Historia.
A diferencia de Hageo, Zacarías tendría un ministerio más prolongado aunque con un contexto semejante. A diferencia de otros profetas, su llamamiento a la sociedad en que vivía no estaría centrado en cambiar de vida para evitar el desastre sino en cómo debía construirse una sociedad arrasada que disfrutaba de una segunda oportunidad.
Me llama un amigo de años. En otros tiempos, fue un profesional de éxito que encauzó su carrera hacia el terreno de la construcción. “¿Te has enterado de la última montorada?”, me dice con angustia.
El Tribunal superior de justicia de Madrid acaba de dictar una sentencia ejemplar en la que establece que las cantidades compensatorias recibidas por una mujer que experimenta baja por maternidad no están sujetas al Impuesto sobre la renta. Por añadidura, establece con toda justicia que Hacienda debe devolver lo que haya cobrado al respecto ya que se trata de sumas que ha obtenido en contra de la legalidad.
La memoria de la Primera guerra mundial pasó prácticamente inadvertida hace dos años cuando se cumplió el centenario de su inicio y lo mismo ha sucedido con acontecimientos decisivos como la batalla del Marne o las carnicerías de Verdún y el Somme.
En ocasiones, las realidades espirituales más profundas se pueden expresar de la manera más sencilla posible. Es más, me atrevería a decir que, por definición, resulta prudente desconfiar de aquellos que, al explicar un fenómeno espiritual, se enredan con términos que no entiende nadie, en sofismas filosóficos y en apelaciones a supuestas autoridades religiosas.