Permítanme contarles una historia totalmente real. En 2010, un joven de 28 años sufrió varios infartos que le provocaron daño cerebral masivo sumiéndole en un estado de coma. Durante un año, estuvo hospitalizado en un centro avanzado, pero su esposa, de veinticinco años, decidió, finalmente, llevarlo a casa.
Hace no tantos años, un español abandonó el Partido comunista porque le parecía demasiado blando. Buscando una verdadera pureza comunista, recaló en China y durante un tiempo pensó haber encontrado lo que buscaba.
Contemplo a mi interlocutor con pesar. Es bastante más joven que yo, pero se le nota cansado, abatido, me atrevería a decir que harto. “Me retiré de la política hace más de un año y créeme que no me arrepiento”, me dice apesadumbrado. Lo creo. “Es que es posible salirse de la política, ¿sabes?”, continua, “Hay momentos en que tienes que marcharte…”. Guardo silencio. “Lo de mi partido es para contar y no acabar…”, musita bajando la cabeza y, por un momento, me parece que puede romper a llorar.
Alberto Garzón, mitad del dúo dirigente de Unidos Podemos, ha afirmado hace unos días en España que el comunismo está de moda. Tiene lógica que así lo diga porque es el factótum de Izquierda Unida (IU), las siglas tras las que se cobijan desde hace años los restos del otrora poderoso PCE.
Me lo cuenta una amiga hispana, de esos que llegan a diario a los Estados Unidos en busca de libertad y de prosperidad aunque, en este caso concreto, no haya recalado en Miami. En una época de su vida, ya un tanto distante, tras llegar desde su cálido país en busca de mejor fortuna, trabajó en Michigan.
Garzón, la mitad del mando bifronte Unidos Podemos, se descolgó hace unos días señalando que “el comunismo está de moda”.