Se cumple por estos días el cuadragésimo aniversario de la visita de Solzhenitsyn a España. Fue aquel un suceso sonado porque el Premio Nobel de literatura, en una entrevista extraordinaria realizada por José María Íñigo, tuvo el atrevimiento de decir que lo que pasaba en España distaba mucho de ser una dictadura cuando se comparaba con la URSS.
No olvidaré la escena. Había quedado citado en un restaurante cercano a Colón con un amigo ruso. Como suele suceder, llegué antes. Entretenía la espera leyendo cuando vislumbré su figura en la entrada.
Al concluir el día de descanso prescrito por la Torah, María Magdalena, María de Santiago y Salomé compraron algunas hierbas aromáticas con la intención de ir a ungir al difunto al día siguiente (Marcos 16, 1).
El Canto del Siervo contenido en el libro del profeta Isaías hablaba de que el personaje en cuestión, “tras haber puesto su vida en expiación” vería luz (Isaías 53, 10-11), es decir, volvería a vivir.
Conozco esas calles. Atravesándolas, llegué al centro de Bruselas y me acerqué a los símbolos de la Unión Europea. La última vez, lo hice invitado por el parlamento europeo – era el único español – para pronunciar una ponencia sobre el impacto del islam en Occidente.
Llegaron las primarias en el estado de la Florida y sucedió lo que algunos habíamos anunciado no porque nos agradara sino porque saltaba a la vista. Donald Trump se impuso sobre Marco Rubio y, de esa manera, arrojó al joven senador fuera de la carrera por la nominación.