Ayer fue el día de acción de gracias y, por primera vez en años, no pude contar con la compañía de mi hija. A decir verdad, ni con la de mi hija ni con la de nadie. La verdad es que no me preocupaba porque era yo el que tenía que dar las gracias y lo cierto es que le estoy muy agradecido a Dios por la manera en que me ha protegido a lo largo de este año de no pocas asechanzas.
odas las semanas participo en el programa El espejo que tan magniíficamente dirige Cao dedicado. Por regla general, analizamos la actualidad, pero la semana pasada Cao tuvo la gentileza de detenerse en mi último libro El legado de la Reforma.
Cité en mi editorial del lunes un trabajo periodístico en el que se describía de manera irrefutable el papel de la iglesia católica en el respaldo a la organización terrorista ETA.
Martin Luther King ha sido uno de mis referentes desde la adolescencia. Precisamente, este fin de semana, me vino a la cabeza aquella frase suya que afirma que “Nada en todo el mundo es más peligroso que la sincera ignorancia y la estupidez consciente”. La he recordado precisamente al enterarme de que el gobierno de Aragón ha otorgado el premio Desideri Lomarte a Artur Quintana.
Se habla mucho en nuestros días de globalización. Es lógico que así sea. Sin embargo, es menos conocido que ha habido otras globalizaciones previas. Una de ellas fue la planteada por un personaje genial llamado Cayo Julio César.
Cuando unas décadas después un Pablo maduro tuviera que definirse a si mismo no haría referencia – lo que es bien significativo – a su ciudadanía romana, sino a su condición de judío:
En multitud de ocasiones, el ser humano se encuentra inmerso en circunstancias por las que se siente abrumado y desgarrado. A decir verdad, parece como si alguien hubiera apagado cualquier luz en torno a él y sólo lo envolviera una insoportable y cegadora oscuridad. Los motivos pueden ser distintos, pero la realidad es innegable.