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Jueves, 3 de Octubre de 2024
César Vidal

César Vidal

En tan sólo cuatro versículos Lucas consigue resumir magistralmente una situación de enorme relevancia y tensión.  Tras entrar en Jerusalén, Jesús se dirigió al templo y expulsó de él a los que comerciaban en su interior (19: 45).  Aquella chusma había convertido a fin de cuenta la casa de oración en una cueva de ladrones, como antaño había señalado el profeta Jeremías precisamente en vísperas de que Dios desencadenara sobre el reino de Judá y Jerusalén y su templo (Jeremías 7: 11).  La afirmación de Jesús iba dirigida contra el centro del sistema religioso judío y recuerda mucho a la cínica afirmación de Erasmo ante Carlos V afirmando que Lutero tenía razón en lo que afirmaba, pero que se había equivocado al arremeter contra la andorga de los frailes y la tiara de los obispos, en otras palabras, contra los intereses económicos y de poder. 

En verdad, el templo de Jerusalén podía seguir sirviendo de casa de oración, pero era, de manera destacada, una cueva de ladrones.  Los sacerdotes habían decidido no aceptar loa animales que los fieles llevaban a sacrificar alegando que no eran suficientemente puros y obligándoles, por tanto, a comprar otros mucho más caros que, por supuesto, vendía el clero de Jerusalén.  Esos animales tenían que exponerse en aquel lugar y ¿qué sitio mejor que el patio donde podían orar los gentiles?  A fin de cuenta – debían pensar - los no-judíos estaban sólo de pegote en el templo.  Era más importante llenarse los bolsillos que dejarles un espacio para orar. 

 A ese lucrativo negocio se sumaba otro y era el de los cambistas.  Había que entregar dinero a las autoridades del templo y éste no podía llevar una imagen humana.  Ideal.  Ideal porque el poder político y religioso siempre está dispuesto a llevarse bien con los banqueros y por eso mismo, los cambistas tenían permiso para cambiar las monedas impuras por otras que no lo eran ya que carecían de imágenes.  Naturalmente, se llevaban su comisión.  Naturalmente, las autoridades del templo también obtenían una tajada.  Naturalmente, también ocupaban un espacio en el recinto del templo.  ¿Y los gentiles?  ¡¡¡Por Dios, ya hemos explicado que los gentiles carecían de importancia!!!  Es más del mesías se esperaba que los arrancaría de la faz de la tierra. 

Esto de que la religión acabe siendo un negocio lucrativo es una maldición que, seguramente, viene desde la noche de los tiempos y que continua en la actualidad.  Sin embargo, no por ello deja de ser una conducta criminal que Dios aborrece.  Por eso no puede sorprender que a todos ellos, los echara Jesús de un templo que habían prostituido con su codicia.  La lección deberíamos aprenderla.  Cualquier centro religioso donde se acaba desarrollando una actividad lucrativa y donde la predicación se orienta, más o menos sutilmente, a sacar el dinero a los fieles ha convertido lo que debería ser una casa de oración en una cueva de ladrones por duro que pueda sonar.

Esta acción de Jesús – limpiar lo espiritual para darle su verdadero uso – provocó reacciones diversas.  Por supuesto, para los beneficiarios de la corrupción (19: 47), lo ideal era asesinar a Jesús.  Así de claro.  Como había sucedido ya con Jeremías – que se salvó por poco – o sucedería con Lutero – que también eludió ese destino por muy poco – y como acabaría sucediendo con Jesús.

¿Y el pueblo?  ¿Y la masa?  ¿Y los que lo habían aclamado apenas unas horas antes?  Como dice Lucas (19: 48), estaba en suspenso.  Lo suficiente cargado de esperanza como para que las autoridades religiosas no se atrevieran todavía a matar a Jesús, pero, seguramente, preguntándose porque, tras la limpieza del templo, Jesús no había seguido adelante.  ¿Qué pasaría si ese pueblo se desilusionaba?

CONTINUARÁ     

Mientras España se había ido debilitando – y empobreciendo - década tras década, la iglesia católica no sólo había mantenido su poder en el territorio nacional sino que incluso lo había aumentado[1].  Por un lado, sus propiedades rurales habían aumentado favorecida esta circunstancia por los privilegios de manos muertas; por otro, su control sobre los corazones, las mentes y los espíritus de los españoles quedaba asegurado gracias a la Inquisición.  Finalmente, no había dejado de tender una red en la que se vieran atrapados los gobernantes.   Al dar inicio el siglo XVIII y el gobierno de los Borbones, dos tercios de los nombramientos de los cargos de la iglesia católica española se decidían en Roma y la Santa Sede disfrutaba de unos ingresos ciertamente muy elevados que procedían de las sedes, de los beneficios eclesiásticos vacantes en España y de los derechos que percibían los tribunales eclesiásticos.  Se podía suponer que semejante situación concluiría, en parte, porque Felipe V podía seguir la política de Luis XIV de limitar el poder papal en el interior de su territorio, pero, sobre todo, porque tenía cuentas pendientes con la Santa Sede.  De hecho, el papa había apoyado en la guerra civil al archiduque Carlos no siguiendo criterios de legitimidad sino intentado, como en el caso del emperador Carlos V, evitar la existencia de una potencia de carácter imperial que pudiera frenar su poder.  Ante esa actitud, Felipe V había roto las relaciones diplomáticas con la Santa Sede.  El triunfo del Borbón llevó al Vaticano a aceptar prestamente un cambio de bando y, en 1713, a iniciar conversaciones con el nuevo monarca para suscribir un concordato.  No se llegó a la firma hasta el año 1753 ya con Fernando VI en el trono.  En apariencia, el retroceso de la iglesia católica no era pequeño ya que el rey se reservaba el derecho de nombramiento y las rentas que antes percibía la Santa Sede que, a su vez, renunciaba al privilegio que eximía de contribución a las tierras de la iglesia católica.  Sin embargo, la nueva dinastía no dejaría de verse sometida a los intereses eclesiales.  A ello contribuiría de manera decisiva la actividad de dos instituciones como eran la Compañía de Jesús y la Inquisición.

Esquilache

Miércoles, 15 de Septiembre de 2021

No deja de ser llamativo como algunas de las mejores películas españolas son adaptaciones a la pantalla grande de obras literarias.  Es el caso de Esquilache (1989), dirigida por Josefina Molina y protagonizada por un elenco encabezado por Fernando Fernán Gómez y formado por Alberto Closas, José Luis López Vázquez, Adolfo Marsillach, Ángela Molina y Concha Velasco entre otros.  La cinta es una adaptación – muy bien realizada, por cierto – de Un soñador para un pueblo de Antonio Buero Vallejo, un drama histórico centrado en la figura del marqués de Esquilache, ministro de Carlos III.   Buero Vallejo era comunista y, en no escasa medida, sus obras son obras de tesis, pero, de forma bien reveladora, no al estilo del realismo socialista.   En el teatro de Buero, el pueblo no es el proletariado consciente que avanza hacia su redención socialista sino la masa ignorante que, precisamente por ello, puede ser víctima indefensa o brutal verdugo en manos de las clases privilegiadas.  El concierto del día de san Ovidio, Las Meninas o Un soñador para un pueblo son muestras de esa visión de Buero.  También según Buero, ese pueblo necesitado de salir de la brutalidad podría confiar en una élite ilustrada, a veces en individuos aislados, pero no lo hará para su desgracia.

La caída de Afganistán

Lunes, 13 de Septiembre de 2021

Reanudamos ya las entrevistas que mantengo semanalmente con Pedro Tarquis.  Hemos decidido comenzar la temporada hablando de la retirada de Afganistán.  Espero que la entrevista arroje luz sobre este tema sobre el que se está disparatando tanto.  Disfrútenla.  God bless ya!!!  ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

Al fin y a la postre, Jesús, acompañado por sus discípulos más cercanos, llegó a la proximidad de Jerusalén.  Hay que enfatizar lo de más cercanos porque resulta obvio que contaba con otros en la Ciudad santa y sus alrededores, posiblemente fruto de los viajes que había realizado hasta ella con anterioridad y de los que nos rinde información sobre todo el Evangelio de Juan.   Esa circunstancia explica que hubiera quien se había ocupado de prepararle un asnillo para entrar en Jerusalén (19: 28-32).  Se trataba de gente que lo consideraba el Señor (19: 31) y que estaba dispuesta a colaborar.  Sin embargo, la entrada desmentiría desde el principio las esperanzas de muchos. 

       El mismo año en que el protestante John Locke se dirigía hacia Inglaterra para contribuir a la Gloriosa Revolución y asentar los principios del liberalismo en la isla; en España, reinaba un tarado que no recibió atención médica porque se consideró más apropiado tratarlo con exorcismos y reliquias. Cuando se examinan paralelos así no puede sorprender la evolución posterior de la Historia de España.  A decir verdad, Carlos II, el último monarca de los Austrias constituyó un epítome de la decadencia española provocada directamente por la Contrarreforma.  Enfermo mental fruto de enlaces consanguíneos tolerados por la autoridad eclesiástica, como era fácil de prever, aquel rey no pudo defender a España de los asaltos de una agresiva Francia ni de los pactos que mantenían las restantes potencias para repartirse el imperio español. 

La Veneno

Miércoles, 8 de Septiembre de 2021

Una de las ventajas de las vacaciones de verano ha sido el poder ver series de televisión de un tirón sin tener que interrumpirlas por la sencilla razón de que hay que trabajar.  Entre esas series, ha habido de todo.  Algunas – fundamentalmente, rusas -  me han parecido extraordinarias; otras – en su mayoría, españolas – me han recordado otro mundo que desapareció o comenzó a desaparecer hace muchos años.  Finalmente, he visto otras que no entraban en ninguno de esos apartados y que tenían su interés.  Es el caso de La Veneno.

Nunca debimos ir a Afganistán (y III)

Lunes, 6 de Septiembre de 2021

Cuando hace más de veinte años, el presidente Bush decidió invadir Afganistán - según se anunció, en busca de Bin Laden aunque diversas fuentes apuntan a que deseaba forzar el tendido de un oleoducto y, sobre todo, iniciar el PNAC - con toda seguridad no pensó que la guerra se extendería durante dos décadas, que sería la más larga de la Historia de Estados Unidos, que sería la más costosa sólo después de la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, que concluiría con una innegable derrota.  Ciertamente, Bin Laden fue declarado oficialmente abatido hace una década y el oleoducto comenzó a ser tendido hace años, pero por muchas vueltas que se de a la situación no parece que ambas circunstancias compensen el inmenso costo humano, económico y político de la guerra especialmente si se tiene en cuenta la desastrosa derrota con que ha concluido.

Lucas está a punto de narrar la entrada de Jesús en Jerusalén y adentrarse en la última – y trascendental – parte de su relato, cuando refiere una parábola que, como tanto material relacionado con el período previo a la llegada a la Ciudad Santa, ha sido recogida en exclusiva en este evangelio.  Se trata de una parábola en la que lo mismo se encuentran referencias al momento concreto en que se pronunció – la cercanía de Jerusalén y la convicción de los discípulos en que el Reino iba a  manifestarse de manera inminente (19: 11) - como a la vida de cualquier ser humano.   La historia comienza con una circunstancia que los judíos conocían a la perfección, la de un hombre que tenía que marchar a otro país, lejano, por añadidura, para que le otorgaran un reino y regresar ya investido con la autoridad regia (19: 12).  No otra cosa habían hecho los miembros de la familia de Herodes obligados a acudir a Roma para que el poder romano les otorgara la corona.  Incluso Jesús se permitió – uno casi se imagina la ironía en sus labios – relatar como los habitantes del lugar enviaron una embajada al poder extranjero para que no lo colocara como su rey (19: 14).  Una vez más, el paralelo con la dinastía de Herodes saltaba a la vista y Jesús comenzaba, pues, relatando algo más que conocido.  Es igual que si hoy en día hubiera empezado diciendo “un rey se fue a cazar elefantes a África…” o “cierto jefe de estado cobraba comisiones en el ejercicio de su cargo”.  En la parábola, aquel rey, a su marcha, había entregado la cantidad de una mina a diez siervos y les encargó que las hicieran producir (19: 13).  Por supuesto, a su regreso les pidió cuentas y los resultados fueron muy diversos.  Hubo quien de la mina sacó diez (19: 16) y vio premiada su fidelidad de manera proporcional a los resultados (19: 17).  Tampoco faltó el que obtuvo un resultado menor, pero en cualquier caso multiplicador y también ése recibió recompensa (19: 19).  Sin embargo, no faltó el que decidió no correr riesgos ni asumir el menor esfuerzo.  En la idea de que el rey era un ser severo que echaba mano de lo que no había puesto y que segaba lo que había sembrado, decidió limitarse a guardar la mina en un pañuelo (19: 20-21).  Pero aquellas excusas de mal pagador no iban a servir al mal siervo.  Si, efectivamente, pensaba eso del hombre al que servía lo que debía haber hecho no era permanecer mano sobre mano sino, al menos, depositar el dinero en un banco donde se habría conservado rindiendo unos intereses (19: 23).  Su destino, por tanto, sería que le quitaran la mina que le habían entregado para administrar y que se la dieran al que había producido diez (19: 24-25), algo lógico – aunque no gustara a otros – porque, a fin de cuentas, al que no produce se le acabará quitando lo que tiene asignado, principio que – imagino – debe causar escalofríos entre los partidarios de vivir a costa de los demás Estado intervencionista por medio.  Por supuesto – y es un colofón significativo de la Historia – aquellos que no habían deseado que asumiera la realeza serían castigados por ello (19: 27).

Nunca debimos ir a Afganistán (II)

Viernes, 3 de Septiembre de 2021

En la primera entrega, me referí a los fracasos continuados del imperio británico por controlar Afganistán y la manera, ciertamente errónea, en que Estados Unidos intervino apoyando a los integristas islámicos en los años setenta y ochenta siguiendo el criterio de Brzezinski.  También señalé como el PNAC anunciaba una cadena de intervenciones armadas en el planeta, en teoría, para favorecer la hegemonía americana, pero, en la práctica, más vinculadas a intereses de determinados lobbies.  El documento fundacional del PNAC señalaba acertadamente que el pueblo americano no tenía ningún deseo de entrar en esos conflictos, pero que un nuevo Pearl Harbor podía cambiar la situación.  Ese Pearl Harbor llegó ciertamente el 11-S, una sucesión de atentados terroristas que se relacionaron precisamente con uno de “nuestros hombres en Afganistán”: Osama bin Laden.  Invadir Afganistán, sin duda, se había colocado al alcance de la mano.    

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