Por ejemplo, de 25: 1 a 29: 27, nos encontramos con una colección salomónica que, sin embargo, fue recopilada en la época de Ezequías, rey de Judá. Por su parte, el capítulo 30 contiene una colección referida a un enigmático Agur, hijo de Jaqué, que comunicó un mensaje profético a Itiel, Itiel y Ucal. Finalmente, el capítulo 31 va referido a un rey Lemuel – identificado generalmente con el mismo Salomón – que transmite la profecía que le enseñó su madre.
1. La colección de los varones de Ezequías. Esta colección es muy semejante a las dos que ocupan la mayor parte del libro de los Proverbios. En sus capítulos, nos encontramos con referencias al arte del buen gobierno (25: 2; 25: 5; 25: 15; 28: 15-6; 29: 4; 29: 14); el uso correcto de la lengua (25: 9; 25: 11; 25: 18; 26: 9; 26: 18-9; 26: 19-28; 27: 21; 29: 20); la respuesta adecuada al rencor en clave ciertamente pre-cristiana (25: 21-2); las relaciones conyugales (25: 24; 27: 15); las desgracias (26: 2); la necedad (26: 1; 26: 3; 26: 4; 26: 11; 26: 12); el futuro (27: 1); la envidia (27: 4); la amistad (27: 9-10; 27: 17); el trabajo (27: 18; 27: 23-4); la educación (29: 15; 29: 17); el futuro (29: 16); la profecía (29: 18) y, de manera especial, la relación con Dios (29: 25-26). El parecido con las series anteriores salomónicas salta verdaderamente a la vista y, en su conjunto, constituye una guía extraordinaria para la vida cotidiana que no debería desdeñarse.
2. Las palabras de Agur: esta colección es peculiar y recuerda otros libros sapienciales como el de Eclesiastés o el de Job. Agur se confiesa ignorante (30: 2-4), una ignorancia que sólo puede ser reparada por la Palabra de Dios que es un escudo y a la que no se puede añadir (30: 5-6). Agur reduce sus peticiones a Dios a dos. La primera es que aparte de él la vanidad y la mentira (30: 8) y la segunda, que no le de ni riqueza ni pobreza (30: 8-9).
Agur señala además la existencia de diferentes generaciones en el discurrir de la Historia. Hay generaciones que se desvinculan de sus padres negándoles el amor (30: 11), que se creen limpias, aunque, en realidad, son inmundas (30: 12), que son soberbias (30: 13) o que explotan a los menesterosos (30: 14).
A continuación, aparece una serie de proverbios relacionados con grupos de tres y hasta cuatro cosas que resultan de los más sugestivos y ocurrentes de la literatura sapiencial universal (30: 15-33). Se trata de pequeñas joyas de sabiduría sobre las que hay que volver una y otra vez.
3. La colección del rey Lemuel. La última recopilación del libro de los Proverbios ocupa sólo un capítulo, pero es enormemente relevante. Su primera parte (31: 2-9) son algunos consejos de gobiernos que la madre de Lemuel dicta a su hijo. Si, efectivamente, Lemuel es Salomón, su madre sería Betsabé que habría visto el reinado de David y aprendido no poco de esa experiencia. Es curioso – reflexione el lector – que la madre de Lemuel considera que un buen rey se aparta de las mujeres (31: 3) y del alcohol (31: 4-7) y actúa con justicia defendiendo a los menesterosos (31: 8-9). Establézcanse paralelos y saque cada cual sus conclusiones.
La segunda parte (31: 10 - 31) es quizá el himno más hermoso dedicado a la mujer. Muchos podrían considerarlo políticamente incorrecto, pero lo que encontramos en esos versículos es una mujer que no se siente preocupada por parecer moderna o por la conciliación de la vida familiar y laboral o – mucho menos – por su imagen. Es, por el contrario, una mujer total e íntegra que lo mismo disfruta de la confianza de su marido (v. 11) y le proporciona solo bienes (v. 12) que se ocupa de su familia (v. 15) y administra adecuadamente el hogar (v. 13). Es una persona que ejerce su compasión (v. 20) y, a la vez, construye un futuro resguardado para los suyos (v. 21). Con una mujer así, la fama de su esposo es honrosa (v. 23) – lo que hace pensar que la mujer ideal no se dedica a reírse de su marido en público como gustan tanto algunas de hacer en ciertas partes del mundo – y el porvenir está asegurado (v. 25). Sus comentarios no serán jamás necios, pero no es soberbia sino compasiva (v. 26). Desde luego, de ella no se podrá decir jamás que es una mantenida (v. 27). Precisamente por todo lo anterior, sus hijos y sus maridos la pueden elogiar y alabar (v. 28). También es la clave de lo que es una verdadera mujer de valía. No es aquella la que destaca por su simpatía o su belleza sino la que vive en el temor de Dios y así esparce la seguridad, la paz, la previsión y la honra en torno suyo (v. 30). Una mujer así recibirá el fruto de sus manos y la alabanza en los lugares públicos (v. 31). Piénsese en este pasaje y sáquense las consecuencias pertinentes porque es posible que explique mucho de lo que sucede – siquiera a la inversa - en nuestra sociedad.
Lectura recomendada: Léanse los textos señalados de los capítulos 25-29 y los capítulos 30 y 31 completos.
EL EVANGELIO DE MARCOS
Marcos 6: 45-52: Jesús camina sobre las aguas
Resulta bien revelador lo que sucedió después de la alimentación de los cinco mil. Jesús podría haber aprovechado el episodio para lanzar su mensaje – relaciones públicas, creo que lo llaman – para arrastrar a la gente tras él o para avanzar los intereses de su grupo. Esa es una conducta tan habitual que a nadie le hubiera extrañado que actuara así. De hecho, resulta habitual que se creen mitos – generalmente con poca o nula relación con la realidad – y que se utilicen para manipular la voluntad de las masas. La historia de las apariciones falsas, de las imágenes milagrosas supuestamente encontradas o incluso de las canonizaciones de santos que nunca existieron son sólo algunos ejemplos de la falsedad erigida en arma religiosa. Sin embargo, el Reino jamás se vale de recursos así y Jesús dio buen ejemplo de ello. Así, Jesús envió a sus discípulos a Betsaida en barca mientras él se ocupaba de despedir a la gente (v. 45). Sin duda, Jesús era peculiar porque, como todo el mundo sabe, de esa tarea se ocupan los ayudantes.
Lo que Jesús hizo a continuación fue retirarse a orar (v. 46). En otras palabras, el rey-mesías necesitaba dirigirse a Dios quizá porque, como muestra Juan (6: 15), la gente había deseado designarlo rey. No debería extrañarnos esa reacción porque viendo como votan en una democracia los ciudadanos cuando les dan las subvenciones, es comprensible que reconocieran como mesías a quien había demostrado semejante habilidad para darles de comer. La tentación de ser un mesías entregado a alimentar a la gente era claramente diabólica (Lucas 4: 3-4) y Jesús ya la había rechazado. Ahora aparecía combinada con la de adelantar en su carrera mesiánica con el respaldo popular. Jesús no sólo se negó a jugar esa carta sino que además se refugió en Dios para enfrentarse con ella lo que, dicho sea de paso, es una lección que deberíamos tener en cuenta.
Así se hizo de noche y la oscuridad sorprendió a la barca en el mar mientras él se encontraba solo en tierra (v. 47). Era muy tarde – entre las tres y las seis de la madrugada – y, para colmo, el viento les era contrario (v. 48). Justo en ese momento, Jesús se acercó a ellos caminando sobre las aguas con la intención de adelantarlos (v. 48). La reacción de la gente fue de auténtico pavor porque creyeron que lo que se percibía en el horizonte era un espectro (v. 49). Curiosamente, Marcos – que recoge el testimonio de Pedro – omite la manera impetuosa, pero, a la vez, insensata en que el apóstol se lanzó al agua para encontrarse con Jesús (Mateo 14: 22 ss). Muy posiblemente, Pedro había aprendido a esas alturas la ausencia de soberbia y espectacularidad del maestro y decidió omitirse como protagonista de un episodio en el que el único personaje relevante había sido Jesús. Sea como fuere, en aquel mar embravecido, en medio de la madrugada, aterrados por el panorama que se ofrecía ante sus ojos, Jesús lanzó su mensaje habitual: “¡Tened ánimo. Yo soy. No temáis!”.
No abrigo la menor duda de que nuestra vida presenta no pocos paralelos con este episodio. En multitud de ocasiones, Jesús es dejado atrás mientras nosotros intentamos llegar a puerto en medio de las peores condiciones. Remando de manera desatada, la noche se echa encima y, en medio de la negrura, comprendemos que las olas que azotan el barco pueden hundirlo. ¿Qué será de nosotros entonces naufragando en medio de un mar enfurecido? Cuando nos hallamos en esa tesitura, es hasta posible que no veamos a Jesús que se acerca a socorrernos. La confusión, el cansancio, la brega, la desesperanza son tan grandes que lo sobrenatural se transforma en algo horrible que nos causa más desazón que consuelo. Es entonces cuando las palabras de Jesús resuenan rezumantes de autoridad: “¡Tened ánimo. Yo soy. No temáis!”. Tened ánimo, pero no porque nos engañemos o recurramos al pensamiento positivo. Tenemos ánimo porque es él – y no otro ser – quien pronuncia esas palabras y por ello no debemos sentir temor.
Aquella noche, Jesús subió a la barca (v. 51) y la situación cambió de manera radical. Y, sin embargo, sus discípulos seguían sin enterarse. Estaban abrumados, claro está (v. 51), pero no entendían como tampoco habían entendido lo que habían contemplado apenas unas horas antes (v. 52). No deberíamos mirar la historia con un sentimiento de autocomplacencia. Y no deberíamos hacerlo porque abundan las personas que siguen a dirigentes espirituales que, lejos de ser como Jesús, utilizan técnicas de manipulación de masas para asegurar su poder espiritual ilegítimo; porque no faltan los que se habrían quedado para que los proclamaran reyes; porque hay gentes que, sometidas a la esclavitud espiritual, darían cabida en la barca de su vida a mil y un sucedáneos de Jesús; porque nosotros mismos echamos a remar no pocas veces dejando a Jesús fuera de la nave o, simplemente, porque el temor se apodera de nosotros en multitud de ocasiones sin recordar que él está dispuesto a acompañarnos. Para todos, comprendan o no, lo escuchen o no, lo quieran o no, siguen resonando las palabras de Jesús: “¡Tened ánimo. Yo soy. No temáis!”.
CONTINUARÁ