Martes, 23 de Abril de 2024

Los libros sapienciales (III): Job (IV)

Viernes, 17 de Abril de 2015

​En la última entrega, tuvimos ocasión de ver cómo los amigos de Job fracasaban al tratar de imponer a éste sus puntos de vista. No podía ser de otra manera porque estaban dictados por un sectarismo nacido de la tradición, del misticismo y del dogma.

En el último ciclo de discursos, alguno de ellos hizo más breve su ataque y no faltó el que tiró la toalla convencido de que no había nada que hacer. Sin embargo, el problema subsistía. Es verdad que los amigos habían conseguido amargar todavía más la ya terrible existencia de Job, pero hasta ahí habían llegado. Y, por supuesto, seguían en pie y sin respuesta todas las preguntas lanzadas al viento por Job en un intento completamente vano de que Dios le respondiera ya que sus amigos – que pretendían representarlo – no se la daban.

Justo en ese momento, aparece en escena un nuevo personaje. Se trata de un joven llamado Elíu que, previsiblemente, había contemplado en todo o en parte el enfrentamiento dialéctico entre Job y sus tres amigos. Cuando se va leyendo lo que tiene que decir Elíu – que parece más que ofendido de la ineficacia de los tres amigos que lo han precedido – se capta que no pasa de repetir los mismos gastados – y erróneos – argumentos. Elíu, en apariencia, no aporta nada. Pero, en realidad, sí que trae algo nuevo y así queda de manifiesto desde el capítulo 32. Elíu trae su juventud y, precisamente por ello, su aparición en escena encierra una gran lección.

A lo largo de la Historia, casi de manera cíclica, aparecen nuevas generaciones que están llamadas a repetir los errores de los que las han precedido. No cuentan con argumentos más sólidos ni tampoco con mejor preparación o corazón más noble. Únicamente tienen indignación, sangre nueva y la convicción – bastante absurda por otra parte – de que harán bien lo que sus predecesores en el escenario de la vida hicieron mal (32: 15-22). Pero para dar respuesta efectiva a los problemas no basta con el recambio generacional sino que también es necesaria una forma distinta de ver el mundo. Si lo único que hay es una renovación generacional, tan sólo se repetirán – quizá con más ilusión y vigor – los errores de siempre.

Elíu (c. 33) golpea a Job como los que tienen más edad que él y como los que tienen más edad que él se dedica a hablar en nombre de Dios (c. 34 y 36), pero, al fin y a la postre, no ha dicho nada nuevo y, sobre todo, útil. Lógicamente, no soluciona nada y, a lo sumo, arroja más vinagre sobre las heridas numerosas de Job.

El personaje de Elíu debería llevarnos a reflexionar sobre la idea de que la juventud, a decir verdad, significa tener unos años menos, pero poco más. No implica más sabiduría, no implica más acierto, no implica la solución de los problemas. Aún más: si los viejos experimentados se equivocan a causa de sus prejuicios y sus dogmatismos, ¿por qué habrían de hacerlo mejor los que carecen de experiencia y además comparten los mismos prejuicios y dogmatismos?

Ni la tradición religiosa, ni el espiritualismo místico ni el dogma han logrado responder al dolor de Job tanto en versión experimentada como juvenil. Job está más solo si cabe que nunca, pero el escenario ha quedado dispuesto para que aparezca el mismo Dios y le explique la razón de lo que le sucede.

Lecturas recomendadas: c. 32 y 33.

Los libros sapienciales (IV): Job (V)

 

 

 

El Evangelio de Marcos: la tempestad calmada (4: 35-41)

Viajar por Galilea predicando en pueblos y sinagogas implicaba cruzar su mar – en realidad, un lago – entre cuyas características se encontraba la de sufrir inesperadas tempestades. Que no las esperaban los discípulos de Jesús se desprende de que zarparon sin ningún tipo de prevención. Marcos – haciéndose eco de un testigo ocular – señala incluso que Jesús se colocó en un cabezal echándose a dormir (v. 38). Sin embargo, nada sucedió como se esperaba. Repentinamente, se levantó una gran tempestad y las olas, empujadas por el viento, comenzaron a caer sobre la embarcación amenazando con hundirla (v. 37). Aterrados, los discípulos acudieron a Jesús.

Resultaría absurdo reducir el relato a la manera en que Jesús calmó la tempestad y los discípulos quedaron pasmados ante un personaje que, por calmar el viento y el mar, se escapaba de su comprensión. Que así fue no admite duda y es comprensible el estupor de los que vivieron el episodio y luego lo contaron. Sin embargo, la historia iba mucho más lejos y sus lecciones eran mucho más importantes.

- En medio del pesar, incluso cuando este pesar es incontrolable, los seguidores de Jesús sabemos que podemos acudir a él.

- En medio de problemas que sobrepasan la capacidad humana y que amenazan, literal o figuradamente, con hundirnos, Jesús es el que puede ayudarnos y

- En medio de tempestades en que la ansiedad se apodera de nosotros hasta tal punto que somos incapaces de reaccionar, Jesús es el que calmará la tormenta y nos traerá paz.

La vida tiene no poco de sorpresas inesperadas y desagradables, de tormentas ante las que no es posible reaccionar salvo con el miedo y la inquietud, de angustia que nos atenaza sin permitirnos ver salida caso de que la haya. En esas situaciones, nos sentimos inmersos en un torbellino que nos arrastra sin permitirnos vernos libres. Pero cuando sucede eso, el mensaje del Evangelio es más que claro: Jesús es el que puede acudir en nuestro socorro no sólo deteniendo el viento y la tempestad sino también dándonos una paz que sobrepasa todo entendimiento.

El Evangelio de Marcos: el endemoniado de Gadara (5: 1-20)

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