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Martes, 8 de Octubre de 2024

Lucas, un evangelio universal (I): Introducción

Domingo, 8 de Diciembre de 2019

Lucas forma parte de un interesantísimo díptico literario formado por este Evangelio y los Hechos de los Apóstoles. Existe una unanimidad casi total en aceptar que ambas obras pertenecen al mismo autor y que, por supuesto, el Evangelio fue escrito con anterioridad, como se indica en los primeros versículos del libro de los Hechos. Partiendo de la datación de esta obra, sin embargo, debemos situar la redacción de Lucas antes del año 70 d. C.

       Al menos desde el siglo II, el Evangelio —y, por lo tanto, el libro de los Hechos— se atribuyó  a un tal Lucas. Referencias a este personaje que se supone fue médico aparecen ya en el Nuevo Testamento (Colosenses 4, 14; Filemón 24; II Timoteo 4, 11). La lengua y el estilo del Evangelio no permiten en sí rechazar o aceptar esta tradición de manera indiscutible. El británico Hobart[6]  —y en el mismo sentido se definió A. Harnack[7] - intentó demostrar que en el vocabulario del Evangelio aparecían rasgos de los conocimientos médicos del autor, por ejemplo: 4, 38; 5, 18 y 31; 7, 10; 13, 11; 22, 14, etc.  Unas conclusiones similares han sido sostenidas posteriormente por A. T. Robertson [8].  Ciertamente, el texto lucano revela un mayor conocimiento médico que el de los autores de los otros tres Evangelios aunque también es cierto muchos de esos términos pueden hallarse en autores de alguna formación cultural como Josefo  o Plutarco. Por otro lado, el especial interés del tercer Evangelio hacia los paganos sí que encajaría en el supuesto origen gentil del médico Lucas. Desde nuestro punto de vista, sostenemos la opinión de O. Cullmann de que «no tenemos razón de peso para negar que el autor pagano-cristiano sea el mismo Lucas, el compañero de Pablo» [9].  Como veremos más adelante, la datación posible del texto abona aún más esta posibilidad.  

     Acerca de la fecha de redacción de la obra lucana, por lo general, se sostiene hoy que en el caso de los Hechos estaría situada entre el 80 y el 90 d. C. De hecho, las variaciones al respecto son mínimas. Por mencionar sólo algunos de los ejemplos diremos que N. Perrin [10]ha señalado el 85 con un margen de cinco años arriba o abajo;  E. Lohse[11] indica el  90 d. C;  P. Vielhauer[12] una fecha cercana al 90 y O. Cullmann[13] aboga por una entre el 80 y el 90.  Con todo, este punto de vista nos parece históricamente muy cuestionable.

     El "terminus ad quem" de la fecha de redacción de la obra resulta fácil de fijar por cuanto el primer testimonio externo que tenemos de la misma se halla en la Epistula Apostolorum, fechada en la primera mitad del siglo II.  En cuanto al "terminus a quo" ha sido objeto de mayor controversia.  Para algunos autores debería ser el 95 d. de C., basándose en la idea de que Hch 5, 36 ss depende de Josefo (Ant XX, 97 ss).  Tal dependencia, señalada en su día por E. Schürer, resulta más que discutible, aunque haya sido sostenida por algun autor de talla[14].  De hecho, hoy en día puede considerarse abandonada de manera casi general[15].

     Tampoco son de más ayuda las tesis que arrancan de la no utilización de las cartas de Pablo y más si tenemos en cuenta que llegan a conclusiones diametralmente opuestas.  A la de que aún no existía una colección de las cartas de Pablo (con lo que el libro se habría escrito en el s. I y, posiblemente, en fecha muy temprana)[16], se opone la de que el autor ignoró las cartas conscientemente (con lo que cabría fechar la obra entre el 115 y el 130 d. de C.).  Ahora bien la aceptación de esta segunda tesis supondría una tendencia en el autor a minusvalorar las cartas paulinas en favor de una glorificación del apóstol, lo que, como ha señalado P. Vielhauer[17], parece improbable y, por contra, convierte en más verosímil la primera tesis.  A todo lo anterior que obliga a fijar una fecha en el siglo I (algo no discutido hoy prácticamente por nadie) hay que sumar la circunstancia de que aparecen algunos indicios internos que obligan a reconsiderar la posibilidad de que Lucas y los Hechos fueran escritos antes del año 70 d. de C.

       La primera de estas razones es el hecho de que Hechos concluye con la llegada de Pablo a Roma.  No aparecen menciones de su proceso ni de la persecución neroniana ni, mucho menos, de su martirio.  A esto se añade el hecho de que el poder romano es contemplado con aprecio (aunque no con adulación) en los Hechos y la atmósfera que se respira en la obra no parece presagiar ni una persecución futura por las actividades del imperio ni tampoco el que se haya atravesado por la misma unas décadas antes.  No existe, desde luego, indicio alguno de que el conflicto con el poder romano haya hecho su aparición en el horizonte antes de la redacción de la obra.  Esta circustancia parece, pues, abogar más por una fecha para los Hechos situada a inicios de los 60, desde luego, más fácilmente ubicable antes que después del 70 d. de C. y, por lo tanto, de Lucas en una fecha anterior. Como ha indicado B. Reicke[18], "la única explicación razonable para el abrupto final de los Hechos es la asunción de que Lucas no sabía nada de los sucesos posteriores al año 62 cuando escribió sus dos libros".

      En segundo lugar, aunque Santiago fue martirizado en el año 62 por sus compatriotas judíos el hecho no es recogido por los Hechos.  Sabida es la postura de Lucas hacia la clase sacerdotal y religiosa judía.  El que se recojan en Hechos relatos como el de la muerte de Esteban, la ejecución del otro Santiago, la persecución de Pedro o las dificultades ocasionadas a Pablo por sus antiguos correligionarios convierte en extremadamente difícil el justificar la omisión de este episodio y más si tenemos en cuenta que incluso permitiría presentar a los judíos (y no a los romanos) como enemigos del Evangelio puesto que el asesinato se produjo en la ausencia transitoria de procurador romano que tuvo lugar a la muerte de Festo.  Lo que habría cabido esperar es que la muerte de Santiago, del que los Hechos presentan una imagen conciliadora, positiva y práctica, fuera recogida por Lucas de haberse escrito el texto después del año 62 d. de C..  Aboga también en favor de esta tesis el hecho de que un episodio así se podría haber combinado con un claro efecto apologético.  En lugar de ello, sólo tenemos el silencio, algo que sólo puede explicarse de manera lógica si aceptamos que Lucas escribió antes de que se produjera el mencionado hecho, es decir, con anterioridad al 62 d. de C.

      En tercer lugar, los Hechos no mencionan en absoluto la destrucción de Jerusalén y la subsiguiente desaparición del Segundo Templo.  Este hecho sirvió para corroborar buena parte de las tesis sostenidas por la primitiva Iglesia y, efectivamente, fue utilizado repetidas veces por autores cristianos en su controversia con judíos.  Precisamente por eso se hace muy difícil admitir que Lucas omitiera un argumento tan aprovechable desde una perspectiva apologética.  Pero aún más incomprensible resulta esta omisión si tenemos en cuenta que Lucas acostumbra a mencionar el cumplimiento de las profecías cristianas para respaldar la autoridad espiritual de este movimiento espiritual.  Un ejemplo de ello es la forma en que narra el caso concreto de Agabo como prueba de la veracidad de los vaticinios cristianos (Hechos 11, 28).

      El que pudiera citar a Agabo y silenciara el cumplimiento de una profecía de Jesús acerca de la destrucción del Templo sólo puede explicarse, a nuestro juicio, por el hecho de que ésta última aún no se había producido, lo que nos situa, inexcusablemente, en una fecha de redacción anterior al año 70 d. de C.  Añadamos a esto que la descripción de la destrucción del Templo que se encuentra en Lucas 21 tampoco parece haberse basado en un conocimiento previo de la realización de este evento. De hecho, como han puesto de manifiesto autores de diversas tendencias, el relato contiene suficientes elementos veterotestamentarios como para no necesitar ser considerado prophetia ex eventu ni, por tanto, posterior al año 70.

      La tesis de que la profecía sobre la destrucción del templo NO es un vaticinio ex eventu cuenta con enormes posibilidades de ser cierta, especialmente si tenemos en cuenta:

  1. los antecedentes judíos veterotestamentarios en relación a la destrucción del Templo (Ezequiel 40-48; Jeremías, etc);
  2.  la coincidencia con pronósticos contemporáneos en el judaísmo anterior al 70 d. de C. (vg: Jesús, hijo de Ananías en Guerra, VI, 300-09);
  3. la simplicidad de las descripciones en los Sinópticos que hubieran sido, presumiblemente, más prolijas de haberse escrito tras la destrucción de Jerusalén;
  4. el origen terminológico de las descripciones en el Antiguo Testamento y
  5. la acusación formulada contra Jesús en relación con la destrucción del templo (Marcos 14, 55 ss). 

     Ya en su día, C. H. Dodd[19], señaló que el relato de los Sinópticos no arrancaba de la destrucción realizada por Tito sino de la captura de Nabucodonosor en 586 a. de C. y afirmaba que "no hay un solo rasgo de la predicción que no pueda ser documentado directamente a partir del Antiguo Testamento". Con anterioridad, C. C. Torrey[20], había indicado asimismo la influencia de Zacarías 14, 2 y otros pasajes en el relato lucano sobre la futura destrucción del Templo.  Asimismo, N. Geldenhuys[21], ha señalado la posibilidad de que Lucas utilizara una versión previamente escrita del Apocalipsis sinóptico que recibió especial actualidad con el intento del año 40 d. C de colocar una estatua imperial en el Templo y de la que habría ecos en II Tesalonicenses 2[22]. Concluyendo pues, podemos señalar que, aunque, hasta la fecha, la datación de Lucas y Hechos entre el 80 y el 90 es mayoritaria, existen poderosos argumentos de signo fundamentalmente histórico que obligan a cuestionarse este punto de vista y a plantear seriamente la posibilidad de que la obra fuera escrita en un periodo anterior al año 62 en que se produce la muerte de Santiago, auténtico terminus ad quem de la obra. No nos parece por ello sorprendente que el mismo Harnack[23]llegara a esta conclusión al final de su estudio sobre el tema fechando los Hechos en el año 62 y que, a través de caminos distintos, la misma tesis haya sido señalada para el Evangelio de Lucas  [24] o el conjunto de los sinópticos por otros autores[25].  A decir verdad, el conjunto de evidencias históricas obliga a ubicar el Evangelio de Lucas en algún lugar situado entre el primer año de la década de los sesenta del siglo I como muy tarde y, más probablemente, a finales de la década de los cincuenta.  La recogida de materiales históricos – en no pocos casos exclusivos y procedentes de testigos orales – pudo llevarse a cabo durante el período en que Lucas acompañó a Pablo en su prisión en Cesarea, un período que se alargó más de dos años (Hechos 24, 25).   Resumiendo, pues, el evangelio de Lucas es un texto meticulosamente histórico, basado en el relato de testigos oculares y redactado, más que posiblemente, a un par de décadas de la crucifixión de Jesús, si es que no antes.   En este texto, nos detendremos en las próximas semanas.    

CONTINUARÁ

[6] W. K. Hobart, The Medical Language of Saint Luke, Dublín, 1882, págs. 34-37.

[7] Lukas der Arzt, Leipzig, 1906.

[8]  A. T. Robertson, Luke the Historian in the Light of Research, Nashville, 1977.

[9] O. Cullmann, El Nuevo Testamento, Madrid, 1971, pág. 55.

[10]  Oc, 1975, pgs. 167 ss

[11] Oc, 1971, p. 77.

[12] Oc, 1981, c. VII.

[13] Oc, 1974, pgs. 195 ss.

[14] Ver: F. C. Burkitt, The Gospel History and its Transmission,  Edimburgo, 1906, pgs. 109 ss.

[15] Ver: F. J. Foakes Jackson, The Acts of the Apostles, Londres, 1931, XIV ss; W. Kümmel, O.c, pg. 186; G. W. H, Lampe, ”PCB”, pg. 883; T. W. Manson, Studies in the Gospels and Epistles, Manchester, 1962, pgs. 64 ss.  Posiblemente el debelamiento de esta tesis quepa atribuirlo a A. Harnack, Date of Acts and the Synoptic Gospels, (TI), Londres, 1911, c. 1.

[16]  En este sentido, ver: W. Kümmel, O.c, pg. 186 y T. Zahn, O.c, III,”“ pgs. 125 ss.

[17] Oc, 1981, c. VII.

[18] Ver: B. Reicke, "Synoptic Prophecies on the Destruction of Jerusalem" en D. W. Aune (ed.), Studies in the New Testament and Early Christian Literature: Essays in Honor of Allen P. Wikgren, Leiden, 1972, p. 134.

[19]  C. H. Dodd, "The Fall of Jerusalem and the Abomination of Desolation" en ”Journal of Roman Studies”, 37, 1947, pgs. 47-54

[20]  C. C. Torrey, Documents of the Primitive Church, 1941, pgs. 20 ss,

[21]  N. Geldenhuys, The Gospel of Luke, Londres, 1977, pgs. 531 ss.

[22] .  En favor también de la veracidad de la profecía sobre la destrucción de Jerusalén y el Templo, recurriendo a otros argumentos, ver: G. Theissen, Studien zur Sociologie des Urchris­tentums, Tubinga, 1979, c. III; B. H. Young, Jesus and His Jewish Parables, Nueva York, 1989, pgs. 282 ss; R. A. Guelich, "Destruction of Jerusalem" en ”DJG”, Leicester, 1992; C. Vidal, "Jesús" en ”Diccionario de las tres religiones monoteístas”, Madrid, 1993, e Idem, "El Documento Q y la fecha de redacción de los Evangelios" en El Primer Evangelio: el Documento Q, Barcelona, 1993.

[23]  A. Harnack, Oc, 1911, pgs. 90-135.

[24] No mencionamos aquí - aunque sus conclusiones son muy similares - las tesis de la escuela jerosimilitana de los sinópticos (R. L. Lindsay, D. Flusser, etc) que apuntan a considerar el Evangelio de Lucas como el primero cronológicamente de todos, ver: R. L. Lindsay, A Hebrew Translation of the Gospel of Mark, Jerusalén, 1969; Idem, A New Approach to the Synoptic Gospels, Jerusalén, 1971.  En nuestra opinión, la tesis dista de estar demostrada de una manera indiscutible, pero la sólida defensa que se ha hecho de la misma obliga a plantearse su estudio de manera ineludible.  Un estudio reciente de la misma en B. H. Young, Jesus and His Jewish Parables, Nueva York, 1989.

[25] Ver: J. B. Orchard, "Thessalonians and the Synoptic Gospels" en ”Bb”, 19, 1938, pgs. 19-42 (fecha Mateo entre el 40 y el 50, dado que Mateo 23, 31-25, 46 parece ser conocido por Pablo); Idem, Why Three Synoptic Gospels, 1975, fecha Lucas y Marcos en los inicios de los años 60 d. C.; B. Reicke, O.c, p. 227 situa también los tres sinópticos antes del año 60.  En un sentido similar, J. A. T. Robinson, Redating the New Testament, Filadelfia, 1976, pgs. 86 ss.  También el autor de estas líneas ha situado la redacción de los Evangelios antes del 70 d. de C., ver: C. Vidal, El Primer Evangelio: el Documento Q, Barcelona, 1993. 

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