El segundo relato está relacionado con el mesías y, lamentablemente, se ha visto opacado por construcciones teológicas posteriores. De entrada, nos narra que el ángel se apareció a María y le dijo que iba a dar a luz. El anuncio no dice nada de que María fuera sin pecado y, de hecho, la palabra con que el ángel la califica – muy favorecida – no significa nada parecido y, por ejemplo, aparece en Efesios 1: 6 para calificar a todos los creyentes. En otras palabras, o todos los creyentes son inmaculados y nacieron sin pecado… o la interpretación que sostiene esa posición respecto de María no se sostiene con la Biblia. De hecho, es muy tardía y teólogos como Tomás de Aquino sostuvieron durante siglos que, por supuesto, María tenía pecado, lo cual es lógico ya que es lo que afirma la Escritura respecto a todo el género humano (Romanos 3: 23). Tampoco dice nada Lucas en el sentido de que María pretendiera ser virgen toda su vida y que por eso se sorprendió al escuchar el anuncio del ángel. Era una mujer desposada lo que implicaba que se casaría en menos de un año (1: 29), pero, en esos momentos, no mantenía relaciones sexuales con ningún hombre – el texto podría traducirse como “no estoy teniendo relaciones sexuales con un varón” - y, por lo tanto, era lógico preguntarse cómo se iba a quedar embarazada (1: 34). La respuesta del ángel es que Dios se ocuparía de todo y la prueba de que nada es imposible es que su estéril prima había quedado en estado. De hecho, de no contar con el texto de Mateo – como reconocen exégetas católicos desde hace mucho – el pasaje de Lucas no lo interpretaríamos como un anuncio de concepción virginal sino simplemente como la lógica pregunta de una muchacha que no termina de ver cómo se va a quedar embarazada si no tiene relaciones sexuales con nadie. Es lo que conocemos por Mateo lo que nos hace pensar en más de lo que María dice en Lucas. No se puede decir que el ángel le explicara mucho a María – a nosotros nos parece que sí, pero no es lo que se desprende del texto – pero lo sublimemente hermoso de su actitud es la fe en lo que ha escuchado – a diferencia de Zacarías – y la aceptación de cómo pueda suceder ya que se ve como una esclava del Señor dispuesta a aceptar lo que El disponga (1: 38).
Los dos episodios de embarazos prodigiosos desembocan en el encuentro de María y Elisabet en el que Juan – aún no nacido – reacciona ante la presencia de la madre de Jesús (1: 43-44) y en la oración de María conocida convencionalmente como el Magnificat. En ella, María reconoce que necesita salvación (1: 47) – algo imposible cuando no se tiene pecado alguno - y su salvador no sólo ha descendido hasta su bajeza sino que ha abierto el camino a que la llamen bienaventurada (1: 48). Dios, ciertamente, ha cumplido Sus promesas aunque eso signifique ver el mundo de una manera muy distinta a cómo lo ven los demás (1: 49-55).
María se quedó con Elisabet tres meses, muy posiblemente, huyendo de las maledicencias de la gente – los embarazos se notan y en una mujer soltera incluso más – y en paralelo a las dudas de un José que pensó en repudiarla y que, finalmente, no lo hizo porque el ángel le avisó de que el que venía era fruto no del adulterio de María – como afirmaría siglos después el Talmud – sino de una acción muy especial de Dios. El capítulo 1 concluye con el nacimiento de Juan y la hermosa oración de un Zacarías que recupera la voz y que anuncia que lo importante del nacimiento de su hijo es que precederá al mesías (1: 76-79). Ambos aspectos se entrelazan justo antes de que Lucas narre el nacimiento de Jesús. Será un relato sublime y sencillo a la vez porque Lucas no realiza la menor concesión a lo maravilloso, a lo prodigioso, a lo espectacular. Es cierto que los ángeles aparecen, pero lejos de tratarse de una descripción hollywoodense, se nos dice con sencillez que Zacarías siente miedo y turbación (1: 12) y María, turbación e interrogantes (1: 28-9). No tenemos batir de alas ni cánticos ni luces psicodélicas. Lo que sí hay en estos primeros relatos es, primero, el reconocimiento de las flaquezas humanas que van de la incredulidad de Zacarías al reconocimiento de María de que necesita, como todos, un salvador; segundo, una fe que se arraiga en las Escrituras y que en las oraciones muestra clarísimas resonancias del Antiguo Testamento y tercero, una profunda confianza en que Dios actúa en la Historia y que busca la paz, la tranquilidad, la iluminación de los que lo siguen. Ese Dios es infinitamente más grande y afecta nuestra existencia mucho más que lo que vemos en tantas representaciones de la anunciación donde María se ha convertido en el centro, donde se ha cortado su relación con su familia y donde además – algo que la habría horrorizado como fiel judía – se la ha convertido en objeto de culto. Lucas contó lo que escuchó y todo parecido entre lo que escuchó y lo que han contado otros… es pura coincidencia.
CONTINUARÁ