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Lunes, 18 de Noviembre de 2024

Lucas, un evangelio universal (XX): La madre y los hermanos de Jesús (8: 4-21)

Domingo, 7 de Junio de 2020

La siguiente sección del evangelio de Lucas discurre en torno a tres enseñanzas de Jesús relacionadas con la predicación de la Buena nueva y sus resultados.  En primer lugar, aparece la parábola del sembrador (8: 4-15).  Todo el mundo sabe que no todas las personas responden de la misma manera al anuncio del Evangelio.  Igual que el sembrado siembra y obtiene resultados muy distintos según donde cae la semilla, también algunos escuchan, pero, sin duda, el Diablo se lleva lo que han escuchado y no llegan a creer y salvarse (8: 12); otros escuchan con gozo la Palabra, pero se apartan cuando se pone a prueba lo que han creído (8: 13); otros oyen, pero las preocupaciones, los deseos de enriquecerse o los placeres impiden que den fruto (8: 14) y, finalmente, están los que retienen lo que han escuchado y dan un fruto que no es ocasional sino perseverante (8: 15). 

Los resultados de la predicación del evangelio son dispares y a lo largo de más de cuarenta años desde mi conversión puedo decir que he conocido ejemplos de todos ellos.  He contemplado a aquellos a los que el Diablo apartó de dar su asentimiento al evangelio, a los que escucharon con enorme alegría, pero, a la primera dificultad – muchas veces ínfima – abandonaron el mensaje, a los que creyeron, pero cuya ansiedad y ambición ahogaron el posible fruto y a aquellos que, muchas veces en medio de inmensas tribulaciones, custodiaron la Palabra en sus corazones y nunca dejaron de dar fruto aunque no sea conocido de la mayoría.  Podría poner nombre y apellidos a todos con pesar, en unos casos, y con admiración, alegría y gratitud en otros.

Vistos resultados tan dispares – tan ingratos en ocasiones, todo hay que decirlo – resulta muchas veces tentador dejar de sembrar o hacerlo de una manera más esporádica.  ¿Por qué dedicar tiempo y esfuerzo a ver cómo hay gente que olvida todo en minutos, a contemplar cómo los que parecían tan contentos se apartan como si jamás hubieran sido conocedores del mensaje o a asistir al deplorable espectáculo de personas que, conociendo la Verdad, han desperdiciado sus vidas por ambición, codicia o ansiedad?  Las preguntas tienen una lógica aplastante y, posiblemente por eso, Jesús las responde en los versículos siguientes.  No resulta lícito esconder la luz que hemos recibido aunque sea pequeña.  Todo lo contrario.  Hay que ubicarla de manera que la contemplen los más posibles (v. 16).  Al fin y a la postre, todo quedará de manifiesto aunque ahora no sea así (v. 17) y entonces cada uno recibirá su recompensa de acuerdo a la fidelidad con que haya actuado en esta vida (v. 18).

Que en esa conclusión de la Historia – que en su anticipación ahora – nadie puede esperar favoritismos queda más que afirmado en los tres versículos siguientes (8: 19-21).  La madre de Jesús y sus hermanos llegaron a donde estaba, pero la multitud que lo escuchaba impedía acceder a su cercanía.  ¡No es difícil imaginar lo que Jesús habría hecho si la centésima parte de la mariología católico-romana fuera cierta!  El problema es que esa mariología es falsa y debe muchísimo más al culto de las diosas paganas que a lo que aparece recogido en la Biblia.  Jesús no comenzó a decir que abrieran camino a su madre que para eso era la madre de Dios, la corredentora y la dispensadora de todas las gracias.  Tampoco se molestó en explicar a los presentes que sus hermanos en realidad no eran hermanos sino primos (lo habrían tomado por un desequilibrado de afirmar semejante estupidez).  No, Jesús no perdió un instante en proferir disparates que sólo surgirían siglos después.  Sí que afirmó algo de enorme relevancia: su madre y sus hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la hacen (8: 21).  La relación de parentesco con Jesús no es racial ni familiar.  La relación de parentesco con Jesús deriva de escucharlo y obedecerlo, algo que – supuestamente de seguir el razonamiento de algunos – no nos convierte en sus hermanos sino en sus primos, claro está.

Los tres pasajes resultan, cuando se ven en su conjunto y dentro de la estructura del evangelio de Lucas, especialmente luminosos.  La misión de los verdaderos discípulos de Jesús no es entregarse a ceremonias, ritos, prácticas que no pocas veces arrancan del paganismo y que cuando les quitan provocan sus lloriqueos porque no saben realmente lo que es una relación con Dios.  No, la misión de los verdaderos discípulos de Jesús es sembrar la Palabra de Dios, nada más y nada menos.  Por supuesto, los resultados serán diversos y, en no pocas ocasiones, pueden causar desánimo.  Sin embargo, esa circunstancia no debería nunca llevarnos a ocultar la luz.  Un día, todo quedará de manifiesto y entonces será el propio Señor el que entregará las recompensas y las reprensiones.  Y es que, a fin de cuentas, la madre y los hermanos (no primos, eh) de Jesús no son los que tuvieron esa relación de parentesco con él sino aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la obedecen contra viento y marea.  Pero de viento y marea, hablaré, Dios mediante, la semana que viene.

CONTINUARÁ   

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