En primer lugar, debe tenerse muy claramente en cuenta que no puede haber componendas con el mal (12: 1-3). Puede existir la tentación de pactar con el mal, de intentar llegar a un acuerdo con él, de ver la mejor manera de colaborar, pero semejante acción tendrá muy malas consecuencias. El veneno – la levadura – de la hipocresía acaba circulando por nuestras venas y, en un momento determinado, se descubre todo. Lo que entonces queda de manifiesto no es integridad y honradez sino falsedad y secretismo, una falsedad y un secretismo que acaba saliendo a la luz. Por lo tanto, no caigamos jamás en las conductas que examinamos la semana pasada. De ellas, no puede derivar nada bueno más allá - ¡¡¡claro está!!! – de aparecer en ciertas fotos, de figurar en ciertos comités, de recaudar dinero y de recibir el aplauso de los hombres. Son conductas con cierto poder de atracción y tentación, pero con un contenido espiritualmente letal.
En segundo lugar, esa hipocresía, esa componenda con el mal, ese plegarse a lo inicuo, ese callarse o mirar hacia otro lado denota que lo que hay en el corazón de la persona no es, como suele decir, amor, comprensión o espíritu de trabajar juntos. Lo que lo invade es el miedo (12: 4-7). Es obvio que lo que perpetran determinados dirigentes religiosos, políticos, mediáticos es malvado e incluso criminal. Sin embargo, no son pocos los que prefieren mantener su “zona de confort” por encima de complicaciones. Debo reconocer que cuando escucho a alguien que pretende ser cristiano hablando de su “zona de confort” que no quiere alterar no puedo evitar pensar que me encuentro ante alguien situado con firmeza – quizá incluso con desvergüenza - en el camino de la apostasía. No se trata de alguien íntegro y valiente sino de un cobarde comodón que busca más agradarse a si mismo que a Dios y que, precisamente para poder seguir haciéndolo, buscará agradar a los hombres comprometiendo principios morales irrenunciables. Que es un cobarde resulta innegable, pero que es un necio no es menos cierto. Quien, en esta vida, teme más a los hombres que a Dios es alguien que no comprende la marcha del universo. Teme, ciertamente, a gente que puede quitarle la reputación, el dinero, el trabajo, incluso la vida. Sin embargo, Dios puede también condenar eternamente al cobarde y, a juzgar por lo que se dice, en Apocalipsis 21: 7-8, son precisamente los cobardes los primeros que son arrojados al lago de fuego y azufre que es la muerte segunda. Puestos a escoger una u otra situación, el que teme más a los hombres es un estúpido.
Por añadidura, los que actúan con esa cobardía, con esa falta de valor, con ese espíritu timorato, en realidad, desconocen a Dios. Sí, pueden decir que son creyentes, pero los que verdaderamente creen saben que Dios cuida incluso de los pajarillos que se venden en el mercado y, por lo tanto, que tiene contados hasta los cabellos de nuestra cabeza (12: 6-7).
Al final, toda la conducta en esta vida será llevada a juicio en la consumación de la Historia. Aquellos que hayan confesado a Jesús como el Hijo del hombre – ante los demás seres humanos, ojo – serán confesados por Jesús ante los ángeles de Dios, pero el que prefirió callar, abrazar posiciones acomodaticias, no arriesgar su asquerosa “zona de confort”, llevarse bien incluso con los que envenenan espiritualmente a la gente… ¡ay! Ese ha negado a Jesús y por él será negado (12: 8-9).
Porque lo más terrible al final no es blasfemar contra Jesús ya que hay posibilidades de dar marcha atrás en esa conducta. Lo más espantoso es cerrar la puerta a la acción del Espíritu Santo condescendiendo con el mal, compadreando con la iniquidad, prefiriendo complacer a los hombres más que a Dios. Cuando uno incurre en esa blasfemia, es imposible sacarlo de su situación porque él mismo está cerrando la puerta a la acción del Espíritu Santo y, por lo tanto, a la posibilidad de arrepentirse y recibir perdón (12: 10).
No. Los verdaderos discípulos de Jesús no pueden ser cobardes ni hipócritas ni gente que busca el aplauso del mundo o evitar las situaciones incómodas que surgen en esta vida. Por el contrario, son aquellos que no se dejan atemorizar ni amedrentar y que no caen en esas conductas no porque sean más sabios, más fuertes o más inteligentes sino, sencillamente, porque confían en el Padre que envía Su Espíritu en las situaciones más difíciles, ante las autoridades más agresivas, en los momentos más escarpados. Ese Espíritu es el que, en última instancia, pone en labios de aquellos que desean obedecer a Dios y confesar a Jesús justo lo que deben decir. Es el mensaje de arrepentimiento y no de sacar dinero a la gente, de conversión y no de buscar el propio engrandecimiento, de exposición de la verdad y no de componendas con la mentira, de arrojar luz y no de buscar un buen puesto. Ésa es precisamente la gente que no sólo sigue a Jesús de verdad sino que además ha comprendido que es lo realmente importante en esta existencia y en la futura.
CONTINUARÁ