Lucas, tras hablar de las relaciones con nuestro entorno, se detiene en el tema de las posesiones materiales, de la riqueza, del dinero si se prefiere. La primera parte de esa sección es la denominada parábola del rico insensato. Por cierto, se trata de una parábola más o menos citada y, por regla general, pésimamente interpretada. Suele ser muy habitual el interpretar esta parábola de una manera convencional según la cual nos encontraríamos ante un hombre rico que no previó lo que podría sucederle en el futuro y que cuando más feliz se encontraba contemplando sus riquezas se topó con el fallecimiento. La enseñanza sería, pues, que también hay que ser rico para con Dios y no sólo para uno mismo porque, en cualquier momento, puede llegar la muerte. De qué te sirve el dinero si te vas a morir sería un resumen de esa interpretación. La realidad es bien distinta. De hecho, el mensaje de la parábola es otro y, por cierto, no resulta menos angustioso. El hombre rico no es censurado por serlo. Tampoco se nos dice que hubiera llegado a esa situación mediante la falta de honradez o la explotación de sus trabajadores. Simplemente, era alguien que, en un momento dado, se encontró con una marcha excepcionalmente buena de sus negocios y pensó en lo maravillosa que iba a ser su existencia nadando en la abundancia. En ese momento, vinieron a reclamar su alma. Pero ¿quiénes? ¿Los ángeles para llevarlo al otro mundo? No. Quienes reclamaron su alma fueron las cosas en las que había confiado para conseguir la felicidad. De repente, al no saber colocar lo material en su justo y adecuado lugar, aquel hombre había abierto la puerta para ser el esclavo de las cosas que creía poseer. Insistamos en ello: que creía poseer porque son las cosas las que lo poseían desde ese momento. Al convertirse, en un esclavo de las cosas dejaba de manifiesto que era un necio.
Cuesta mucho no ver la milenaria actualidad de esta historia. La gente cree que será feliz cuando tenga una casa, un auto, incluso una moto y no se percata de que no son ellos los que tienen las cosas sino que la casa, el auto o la moto los posee a ellos. Sí, están convencidos de que esa casa los hará felices, pero, por regla general, lo que los hace es esclavos de un banco o de un prestamista. Sí, pensaron que el automóvil les cambiaría la vida, pero, de repente, todo comienza a girar sobre un vehículo de cuatro ruedas. Sí, depositaron sus esperanzas de dicha en una moto, pero el aparato acaba convirtiéndose en origen de preocupaciones impensables. Todos pensaron que su alma se alegraría con esa situación concreta y no se dan cuenta de que la cosa en cuestión ha reclamado su alma y se ha apoderado de ella.
El dinero es un buen siervo, pero un mal amo dice un refrán de Castilla. Es cierto. Cuando, de repente, nuestra vida gira en torno a lo material, a las posesiones, al dinero podemos creer que somos los reyes del mundo. En realidad, somos pobres necios cuya alma ya ni siquiera nos pertenece porque ha caído en manos de lo meramente material. ¿Merece realmente perder el alma de esa manera?
CONTINUARÁ