Aquella mujer durante dieciocho años no había recibido el menor alivio del sistema religioso en el que se encontraba (13: 10-11). A decir verdad, bastaba verla encorvada como si un enorme fardo espiritual hubiera caído sobre sus hombros (13: 11). Jesús libró a aquella mujer a la que el sistema religioso no había servido de nada (13: 12-13), pero ante esa curación que provocó que la pobre glorificara a Dios después de haberse visto liberada, el sistema reaccionó considerando que era intolerable que Jesús curara en sábado (13: 14). Seguramente, algunos pensarían que el principal de la sinagoga era un hombre piadoso que sólo mostraba su celo por la ley de Dios, pero el Señor – curiosa la manera en que Lucas introduce ahora este título para designar a Jesús – lo calificó de comediante (que sería la mejor traducción de hipócrita), un comediante que seguro que sería más que flexible cuando se tratara no del dolor humano sino de sus intereses materiales (13: 15). Aquella mujer atormentada era mucho más importante que los intereses de los dirigentes espirituales y resultaba lamentable que hubiera gente que no se percatara de ello (13: 16). El argumento era tan sólido que no puede sorprender que los adversarios de Jesús sintieran vergüenza, pero no era menos cierto que escuchar aquellas verdades provocó la alegría de muchos (13: 17).
Al final, como en tantas ocasiones de la vida, el ser humano se encuentra en una disyuntiva, en una encrucijada, en un cruce de alternativas. ¿Con qué se quedaría aquella generación? ¿Con la esclavitud de un sistema religioso incapaz de proporcionar alivio a gente como aquella mujer o con la libertad que sólo puede venir del contacto con el Señor Jesús? La respuesta abocaría a crecer como una viña con frutos buenos o ser cortado como una viña carente de frutos. Y había que decidirse ya.
CONTINUARÁ