Al fin y a la postre, hay que tomar una decisión y hay que hacerlo porque la Historia no se detiene. El Reino de Dios seguirá avanzado lo deseen o no los hombres y así será porque es semejante a la semilla de mostaza que, a pesar de ser diminuta, se convierte en árbol (13: 18-19) o se parece a la levadura que hace aumentar la masa (13: 20-21). Nadie lo diría, pero así es. Precisamente por ello hay urgencia y precisamente porque existe esa urgencia hay que decidirse ya. A la pregunta de si son muchos o pocos los que se salvan (13: 23), Jesús no respondió perdiéndose en especulaciones sino que señaló lo perentorio de tomar una decisión. Pensar en lo que sucede en el conjunto del planeta o del tiempo tiene nula relevancia si nos aparta de lo realmente importante que no es otra cosa que lo que hacemos con nuestra vida y la decisión que tomamos respecto a Jesús. Esa decisión hay que tomarla ahora y así tiene que ser porque la oportunidad no se extenderá para siempre. Retrasar el tomar esa decisión es igual que una puerta que se cierra y que ya no se abrirá (13: 24-25). Cuando llegue ese momento, cuando ya haya expirado el plazo, no servirá de nada decir que simpatizaron con Jesús, que lo miraron con agrado, que incluso acudieron a templos. Los que no hayan pasado por la puerta, se quedarán fuera como lo que son, los que hacen el mal (13: 27). En ese momento, se producirá la más que amarga experiencia de contemplar que multitud de judíos – o de autodenominados cristianos - se quedan fuera del banquete de los patriarcas mientras otros toman su lugar (13: 28-30). Ése era el gran drama de la generación de Jesús. Seguía mirando a los políticos y preocupándose por lo que podría decidir Herodes. Acudía al templo e incluso seguía la conducta religiosa con cierto apasionamiento. Sin embargo, muy distinta era la visión de Jesús. A él no lo iba a determinar ni Herodes ni las autoridades del templo. Sí, ciertamente, seguiría su ministerio todavía por un tiempo (13: 31-33), pero era más que sabedor de lo que acabaría sucediendo. Bajaría a Jerusalén porque es el lugar propio para que se de muerte a un profeta (13: 33). En cuanto a Jerusalén, no había querido responder al llamamiento en un tiempo especial de decisión y pagaría las consecuencias (13: 34-35). Sería la consecuencia directa de no haber tomado la decisión correcta.
Suele ser habitual que pensemos que el tiempo de que disponemos es interminable, que tenemos no poco de la vida por delante, que lleguemos a la conclusión de que no tiene sentido adoptar decisiones espirituales inmersos como estamos en situaciones donde debemos tomar otras decisiones. Sin embargo, Jesús afirma todo lo contrario. Ahora es cuando hay que tomar una decisión. Ahora es cuando hay que comenzar a seguirlo. Ahora es cuando debe iniciarse el camino de la conversión. Así es porque el tiempo no discurre como a nosotros se nos antoja. Lo que parece pequeño e insignificante – el Reino de Dios tan diferente de los reinos humanos religiosos y políticos – puede crecer extraordinariamente con el paso del tiempo y lo que ahora es en apariencia más que relevante – Herodes… o Biden – tiene escaso peso real en la Historia que importa. Sobre ese trasfondo que se interpreta tan mal, Jesús insiste en que hay que tomar una decisión. No es algo que se pueda dejar para mañana por la sencilla razón de que la puerta puede cerrarse y cuando así suceda, todo será irreversible. Por supuesto, se puede apelar a la Historia, al relumbrón religioso, a la tradición… nada de eso le iba a servir a una Jerusalén destinada a la aniquilación no por un azar de la Historia o como fruto de la gran política de la época sino como consecuencia directa de una población empeñada en no volverse a Dios, en preferir hacer girar su vida sobre la política, sobre la religión, sobre el mero día de hoy, en colocarse en el camino hacia su aniquilación. El tiempo de la decisión es ahora.
CONTINUARÁ
