Al fin y a la postre, esa religiosidad es una forma de vida que se manifiesta en conductas tan poco ejemplares como complacerse en copar los buenos lugares y en ocupar las buenas posiciones (14: 7). He visto esa duplicidad en gentes envueltas en la proclamación de su religión unida al intento de utilizarla como plataforma para la promoción personal. Luis Herrero solía hablar de esos “católicos profesionales” que aprovechaban la religión para obtener jugosos puestos. Existen, pero sería injusto pensar que esa profesionalidad se limita al catolicismo. Utilizar la religión en beneficio propio seguramente es algo que está presente en la especie humana desde los días de Caín.
Naturalmente, los que actúan así se las prometen muy felices, pero mantener esa conducta soberbia y poco considerada constituye un riesgo que deriva en fuente de frustración. Se ambiciona ocupar los primeros puestos olvidando que pueda llegar alguien que desplace a esas personas (14: 8-9). La gente religiosa – pero no sólo ella - suele olvidarlo, pero los que se ensalzan a lugares que no deben cuentan con enormes posibilidades de verse humillados (14: 11). No, en esta vida, la acción de los discípulos de Jesús es bien diferente. No mira la mesa como el lugar en el que competir por ocupar los mejores puestos sino como la oportunidad de socorrer a algunos que no recibirían nunca ayuda y que no pueden devolver el favor. La recompensa tendrá lugar en el momento de la resurrección de los justos (14: 14).
Por supuesto, hay muchos que piensan que comer en el Reino de Dios constituye una bendición (14: 15) y, ciertamente, es lógico pensarlo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la posibilidad no es algo ubicado en el futuro sino que ya existe y es rechazada por no pocos. Es lo que nos relata la parábola de la cena donde, de nuevo, la relación con Dios aparece descrita en términos de alegría, gozo y disfrute. Dios invita a la cena - ¿no lo estaba haciendo con Israel en la época de Jesús? – pero las excusas para no acudir son diversas. Por razones materiales o familiares, unos y otros no acuden a esa cena (14: 18-20). Ese desprecio no impide la celebración de la cena. Todo lo contrario. Muchos que, inicialmente, no iban a sentarse a la mesa, entran (14: 21) e incluso, como queda sitio, otros acaban ocupando un lugar (14: 23) a diferencia de los que fueron llamados inicialmente. Se ha interpretado la parábola en el sentido de que judíos religiosos como los escribas y fariseos fueron invitados al banquete y pusieron las excusas más diversas – incluso ridículas – para no entrar. Se abrió la puerta entonces a otros que no eran religiosos, pero aún así los lugares sin ocupar eran numerosos y los gentiles acabaron ocupándolos. No es imposible ese acercamiento, pero sospecho que ve más en el texto de lo que hay. La finalidad de la parábola es clara. Dios invita a la gente a esa gran cena a la que tantas veces se refirieron los profetas, ese gran gozo que es la posibilidad de compartir mesa y mantel con Dios y esa extraordinaria ocasión que es rechazada por tantos porque lo material o lo familiar es mucho más importante. Es lamentabilísimo el resultado de no querer entrar y, para colmo, puede convertirse en irreversible. Todo ello a pesar de que – como veremos más adelante – Jesús era lo más lejano a esos mercachifles de la religión que ofrecen gangas falsas.
CONTINUARÁ