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Martes, 19 de Noviembre de 2024

XXXVIII.- El camino hacia la victoria (VI): el final de los disidentes (III): Nuevo ataque contra los judíos

El escarmiento público de los judíos - verdadera advertencia para todos los disidentes – estuvo relacionado con el deseo de cubrir unos gastos relacionados con el pago de sangre de dos amiríes asesinados por Amr b. Umayya.  Mahoma decidió que todos los habitantes de Yatrib debían contribuir a compensar lo pagado y con tal finalidad se dirigió, en compañía de algunos de sus seguidores, a una reunión de los jefes de los Banu-l-Nadir, una tribu de árabes que habían abrazado el judaísmo.  Los judíos escucharon las pretensiones de Mahoma y, acto seguido, le pidieron que los dejara solos para proceder a deliberar.  Los reunidos se dividieron de manera inmediata en dos bandos.  Los encabezados por Huyyay b. al-Ajtab eran partidarios de dar muerte a Mahoma para concluir con el problema – la misma solución que llevaba preconizando Abu Sufyan desde hacía tiempo – mientras que los dirigidos por Sallam b. Miskam eran opuestos a esa solución tan radical.  Se impusieron los primeros, pero, cuando fueron a ejecutar sus propósitos, no encontraron a Mahoma.  La tradición islámica afirmaría que Al.lah le había advertido del peligro que corría.  Lo cierto es que Mahoma había regresado a Yatrib y que dio orden a Muhammad b. Maslama al-Awsí de presentar un ultimátum a los Banu Nadir.  Tenían que abandonar, so pena de muerte, sus territorios en el plazo de diez días, aunque podrían conservar sus bienes muebles y regresar anualmente a recoger la cosecha de sus palmerales.  Se trataba de unas condiciones muy duras, pero los judíos – y esto muestra hasta qué punto constituían un peligro real de carácter muy limitado -  las aceptaron sin plantear ninguna objeción aceptando el expolio de sus bienes a cambio de conservar la vida. 

     En tan dramática tesitura, comenzaron a alzarse algunas voces que abogaban por la resistencia.  Abd Allah b. Ubayy, motejado como hipócrita por los seguidores de Mahoma, incluso les prometió un socorro de dos mil hombres si decidían resistir en el interior de sus casas fortificadas.  Los más moderados respondieron que también se habían formulado promesas semejantes a los Banu Qaynuqa sin que de ellas derivara un auxilio real e insistieron en marcharse.  No tuvieron oportunidad.  Mahoma supo de la discusión que se había producido entre los judíos y decidió atacarlos con la mayor premura.  A decir verdad, se desplazó con tanta rapidez – lo que lleva a pensar que esa eventualidad ya entraba en sus planes – que pudo rezar la oración de la tarde en territorio de los Banu Nadir.  Era el 11 de agosto de 625.

     Mahoma utilizó ahora la táctica empleada por los coraishíes contra Yatrib antes de la batalla de Uhud y se limitó a destruir los campos y palmerales de los judíos.  Sucedió entonces lo que ya habían temido los más moderados.  Nadie acudió en su auxilio y no quedó más remedio que despachar enviados a Mahoma para comunicarle que aceptaban sus duras condiciones de unos días antes.  Mahoma se sabía en situación de superioridad y señaló de manera tajante que aquellos términos eran ya cosa del pasado.  Los judíos debían aceptar ahora no sólo la expulsión sino también la pérdida de todos sus bienes, muebles e inmuebles, a excepción de lo que pudieran cargar en sus camellos porque incluso los asnos deberían ser entregados. 

      Los judíos se sometieron a las condiciones aunque intentando minimizar la impresión de desastre.  Así, las mujeres se vistieron con sus mejores galas para el viaje a fin de no dejarlas abandonadas y cargaron en brazos a los niños para poder contar con mayor espacio libre en los camellos.  A pesar de todo, el botín que cayó en manos de Mahoma – que esta vez afirmó que le correspondía totalmente - resultó ciertamente espectacular.  Sólo en armas, se quedó con cincuenta corazas, cincuenta yelmos y trescientas cuarenta espadas.  Como en tantas ocasiones, Mahoma dio muestras de un notable talento político.  Convocó así a los aws y a los jazrash y les comunicó que aquellos de sus seguidores que hasta ahora habían sido mantenidos por ellos iban a dejar de ser una carga.  Los adeptos de Mahoma ocuparían las casas de los judíos Banu Nadir y recibirían por añadidura un pedazo de terreno.  Él, por su parte, se quedaría con las armas y una cantidad de tierras destinada a mantener a su familia.  El restante se iba a invertir en la compra de armas y caballos.  Por añadidura, una parte del botín tomado a los desdichados judíos se entregaría en forma de limosna a los indigentes.  Se mirara como se mirase, no iban a ser pocos – más bien todo lo contrario - los que celebrarían el expolio sufrido por los judíos.  De hecho, tanto los aws como los jazrash – que en adelante no tendrían que mantener a nadie – manifestaron su satisfacción con el plan de Mahoma.  Se trataba de un paso que, según la tradición, quedaría recogido en la sura 59 o al-Hasr (La reunión) donde puede leerse:

 

  1. Lo que está en los cielos y en la tierra glorifica a Al.ah. Él es el Poderoso, el Sabio.
  2. Él es Quien expulsó de sus viviendas a los de la gente del Libro que no creían, cuando la primera reunión[2]. No creíais que iban a salir y ellos creían que sus fortalezas iban a protegerles contra Al.lah. Pero Al.lah los sorprendió por donde menos lo esperaban. Sembró el terror en sus corazones.  Demolieron sus casas con sus propias manos y con la ayuda de los creyentes. Los que tengáis ojos ¡escarmentad!
  3. Si Al.lah no hubiera decretado su destierro, les habría castigado en esta vida. En la otra vida, sufrirán el castigo del Fuego,
  4. por haberse opuesto a Al.lah y a Su mensajero. Quien se separa de Al.lah... Al.lah es fuerte en el castigo.
  5. Cuando talabais una palmera o la dejabais en pie, lo hacíais con permiso de Al.lah y para confundir a los perversos.
  6. No habéis contribuido ni con caballos ni con camellos a lo que, de ellos, ha concedido Al.lah a Su mensajero. Al.lah permite a Sus mensajeros que dominen a quien Él quiere. Al.lah es omnipotente.
  7. Lo que Al.lah ha concedido a Su mensajero, de la población de las ciudades, pertenece a Al.lah, al mensajero, a sus parientes, a los huérfanos, a los pobres y al viajero para que no vaya de nuevo a parar a los que de vosotros ya sois ricos. Pero, si el mensajero os da algo, aceptadlo. Y, si os prohíbe algo, absteneos. Y ¡temed a Al.lah! Al.lah es fuerte en el castigo.
  8. A los emigrados necesitados, que fueron expulsados de sus hogares y despojados de sus bienes cuando buscaban favor y aceptación de Al.lah, auxiliar a Al.lah y a Su mensajero. Ésos son los veraces.

  (59: 1-8)

      

     A pesar de este triunfo innegable, Mahoma era consciente de que sus peores enemigos se albergaban en la Meca y hacia ellos iba a dirigir ahora sus miras.

CONTINUARÁ


Véase: J. Akhter, Oc, p. 69 ss; K. Armstrong, Oc, pp. 193 ss; M. Cook, Muhammad…, pp. 12 ss; E. Dermenghem, Mahomet…, p. 21 ss; J. Glubb, Oc, pp. 215 ss; M. Lings, Oc, pp. 228 ss; T. Ramadan, Oc, pp. 130 ss; J. Vernet, Oc, pp. 110 ss; W. M. Watt, Oc, pp. 130 ss; C. V. Gheorghiu, Oc, pp. 334 ss. 

[2]  Los comentaristas musulmanes no coinciden en la interpretación de este término.  En la edición del Corán del rey Fahd de Arabia, se cita hasta cuatro interpretaciones. 

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