Electra fue un drama surgido de la pluma de Benito Pérez Galdós. De manera prácticamente generalizada, se considera que Galdós es el literato español más importante del siglo XIX. De forma no menos significativa, los que discuten esa apreciación atribuyen la citada condición a Leopoldo Alas Clarín, autor de La Regenta, una novela ciertamente magistral en la que, entre otros aspectos, quedaban al desnudo la crisis del Régimen de la Restauración y el papel, nada positivo, de la iglesia católica en la sociedad. El argumento de Electra giraba en torno a la historia de una joven a la que se obligaba a entrar en un convento. Semejante trama puede resultar ahora chocante, pero reflejaba una realidad dolorosa que habían sufrido millares de jóvenes españolas en los siglos anteriores y que se encuentra reflejada en los escritos de autores como Blanco White que tuvo que contemplar cómo alguna de esas desdichadas no lograba escapar de la casa de religión y terminaba intentando suicidarse o acababa sus días enajenada. De hecho, en esos días había saltado a las páginas de la prensa el caso de Adelaida de Ubao, una joven a la que su madre, mediante el recurso a los tribunales, había intentado salvar de entrar en el convento madrileño de las Esclavas del Corazón de Jesús, una decisión que había adoptado tras asistir a unos ejercicios espirituales dirigios por el jesuita padre Cermeño. La madre alegaba que Adelaida había entrado en religión sin su consentimiento y que no era consciente del paso que estaba dando. Hasta qué punto la causa llegó a estar politizada puede juzgarse por el hecho de que la madre fue representada por Nicolás Salmerón, antiguo presidente de la I República, y la hija por el conservador Antonio Maura. El tribunal supremo dio la razón a la madre, pero, con posterioridad, la joven regresó a la vida religiosa falleciendo a los veintinueve años de edad en un convento. No se trataba, pues, de una obra que pueda calificarse sin más de anticlerical sino de un drama social que, en ese caso concreto, se detenía sobre una situación muy común en la época. Precisamente por ello, la reacción que provocó fue desatada. Mientras que las representaciones eran coreadas por gritos en contra del clero, los obispos multiplicaron las cartas pastorales ordenando a los fieles que no asistieran a los teatros donde se interpretaba[1] y la prensa católica atacaba Electra con extraordinaria dureza[2]. Para colmo de males y a fin de complacer a los obispos, el gobierno decretó el 14 de febrero la ley marcial frente a manifestaciones favorables a la obra[3]. Galdós cosechó un enorme éxito teatral, pero no sin costes. Sería objeto de las fobias clericales y sufriría una durísima campaña en su contra cuando se le nominó para el Premio Nobel de literatura. La iglesia católica consideraba intolerable que alguien que se había atrevido a expresar sus críticas pudiera recibir semejante galardón. Ante la perplejidad del resto del mundo, los españoles se manifestaron ruidosamente para que su mejor escritor no recibiera el máximo premio literario. No era un acto exento de tristes paralelos históricos, pero esa circunstancia no resta un ápice a lo lamentable del episodio.
Con todo, no debería extrañar lo más mínimo lo sucedido porque el siglo XX comenzaba también con la Santa Sede negándose a afirmar que la acusación de crimen ritual pronunciada contra los judíos era una falsedad y con la afirmación rotunda de que se trataba de una “certeza histórica”. En otras palabras, el papado seguía difundiendo la calumnia horrible de que los judíos secuestraban a niños para ocasionarles una muerte en medio de indecibles sufrimientos y extraerles la sangre[4]. Si esa mentalidad sobre un asunto de tantísima gravedad que había ocasionado tantos sufrimientos a inocentes – y que los seguiría ocasionando a lo largo del siglo – se mantenía, la ruin conducta relacionada con el estreno de Electra casi puede considerarse un episodio menor. Sin embargo, esos episodios menores fueron vividos por los españoles de manera extraordinariamente dramática y se producían no sólo en paralelo a las exigencias episcopales sobre el gobierno para que recortara las libertades sino con la boda de la Princesa de Asturias el 14 de febrero de 1901 con el hijo del Conde de Caserta. El aristócrata era un Borbón italiano y partidario del carlismo. El enlace fue muy impopular hasta el punto de que el general Weyler, capitán general de Madrid, consideró oportuno declarar el estado de guerra el mismo día de la boda. El siglo XX no comenzaba precisamente bajo los mejores auspicios y no puede negarse que una de las razones era la conducta agresiva de la iglesia católica. Al enrarecimiento de la política nacional se iban a sumar otros dos factores que fueron el desarrollo de los nacionalismos catalán y vasco y la configuración específica de la izquierda española. En ambos desarrollos el papel de la iglesia católica resultó también esencial.
CONTINUARÁ
[1] Circular del Sr. Arzobispo de Burgos contra las manifestaciones anticlericales, 4 de abril de 1901, La Cruz, 1901, p. 413.
[2] La Cruz, 1901, p. 396.
[3] Andrés-Gallego, La política religiosa…, p. 192.
[4] Sobre el tema con las declaraciones de las distintas instancias vaticanas incluido el papa, véase: David I. Kertzer, Popes…, p. 220 ss.