La expulsión de los jesuitas abrió la puerta para que los ilustrados pudieran pensar en una reforma de la enseñanza, precisamente la reforma que se había acometido en las naciones donde había triunfado la Reforma ya en el siglo XVI mientras que en España había sido impedida por la iglesia católica. La manera en que la Compañía de Jesús había pervertido las pocas instituciones que pretendían extender mínimamente la educación resulta ciertamente significativa. Los jesuitas se habían apoderado, por ejemplo, de los colegios mayores. Originalmente, estas instituciones habían sido fundadas durante el siglo XV y el XVI con la finalidad de poder albergar a estudiantes pobres. La Compañía de Jesús – entregada a la tarea de formar élites gobernantes controladas por ella y a mantener a la mayor parte del pueblo sumida en la ignorancia más absoluta – había alterado totalmente aquel propósito inicial. En el momento de su expulsión, los segundones de familias importantes eran los receptores de los fondos destinados en otro tiempo a gente de familia humilde y de allí pasaban a ocupar cargos importantes en la iglesia católica o en la administración del estado. Estos “colegiales” seguían colaborando después con la Compañía de Jesús para extender su influencia en todas las áreas de la vida. Partiendo de esa visión, se motejaba de manera muy poco cristiana a los estudiantes de la baja nobleza excluidos de los colegios con el nombre de “manteístas” – tanto Campomanes como Moñino lo habían sido - ya que llevaban capas largas por el reglamento.
La expulsión de los jesuitas abría la puerta a que los colegios mayores volvieran a ser lo que habían sido en sus inicios y, efectivamente, Carlos III aprobó tal proyecto mediante un decreto de febrero de 1771. Carlos III se vio sometido a distintas presiones para que no llevara a cabo su plan y no cedió, pero, al fin y a la postre, los colegios no salieron adelante y en 1798, ya reinando Carlos IV, se renunció a tan digna meta y el gobierno optó por apoderarse de sus rentas. Sucedía así un drama que contaba con notables paralelos anteriores y posteriores en la Historia de España. Las intenciones ilustradas del monarca y de sus ministros chocaban no sólo con la psicología del pueblo sino también con los intereses de la iglesia que la había formado a lo largo de siglos. Contra ese muro se estrellaría, al fin y a la postre, toda una serie de medidas que debían haberse adoptado más de dos siglos y medio antes.
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